Final de la conferencia
pronunciada el 22/10/2015 en el Institut del Teatre de Barcelona, con motivo de
la exposición "Figures del desdoblament. Titelles., màquines i fils",
en el Centre d'Arts Santa Mònica.
LA CIUDAD DE LOS ESPEJOS
CÓNCAVOS
Manuel Delgado
Es como si hubiera una ciudad diurna —la organizada por técnicos y que los políticos creen administrar— y otra, siempre presente aunque no siempre palpable, en que toda certidumbre queda oscurecida por fuerzas y presencias inexplicables. De un lado la ciudad que las guías, las postales, los planes y los planos acreditan, y, del otro, una ciudad oculta, que siempre se insinúa, pero que solo a veces se deja ver y cuando lo hace es a través de monstruos que emergen de la propia niebla que generan. Como si a la ciudad brillantemente iluminada de nuestros arquitectos, urbanistas y diseñadores intentara disimular, sin conseguirlo nunca del todo, otra ciudad en que la oficial encontrará su desdoblamiento, una ciudad fantasmática, nocturna, inasible, pero omnipresente.
Pues bien, esta muestra nos aproxima a cómo el planeta titiritero contribuye a alimentar o reproducir parte de esa galería de monstruos a los que se encarga negar el orden urbano, al tiempo que constituirse en su requisito, puesto que nos colocan frente a su verdad más íntima, el espejo curvo en que la ciudad no solo nos da a contemplar su auténtico rostro, sino que nos previene acerca de su sustancia secreta. De ahí que monstruo venga del latín monstrare, "mostrar", "exhibir", "enseñar", pero que guarda una relación especial con el substantivo monstrum, "aviso de los dioses", es decir advertencia mediante la que los humanos alertados acerca de algo esencial para ellos: quiénes y qué son en el fondo. Ese es el mensaje que el monstruo nos trae y que nos provoca repulsión o hilaridad, que nos espanta y nos fascina al mismo tiempo, puesto que nos confirma la sospecha que siempre albergamos de que los mutantes somos nosotros, los "normales", y que es él, el monstruo, el que encarna la norma velada: no hay norma. Como en ciertas películas de terror, es el guiñol quien nos maneja a nosotros, el títere el que mueve los hilos, el muñeco quien domina al ventrílocuo. Somos la proyección de nuestra sombra.
Todas las criaturas monstruosas que moran la ciudad —incluidas las que nos esperan en esta exposición— no son un producto de la fantasía, sino más bien de esa realidad que no malforman, sino que informan, en tanto nos ponen al corriente o nos inducen a sospechar que somos nosotros y nuestro mundo "normal" quienes constituimos un divertimento, un accidente o una broma de la naturaleza. Su tarea es darle la oportunidad a esa percepción lúcida de lo real como malentendido para que se concrete en algo, para que se haga carne —o sombra, trapo o madera— entre nosotros, aunque sea para aliviar la ansiedad que nos provoca saber que nuestra imaginación en materia de monstruos es limitada, puesto que algunos de ellos ya están aquí, pero ni siquiera nuestra fantasía les alcanza.