Grabado anónimo de principios del siglo XVI |
Reseña del libro de John Boswell, Cristianismo, tolerancia social y
homosexualidad. Barcelona: Muchnik Editores, 1993, publicada en Babelia, suplemento de libros de El País, el 1 de mayo de 1993.
Debería resultar
pintoresca la manera como los pronunciamientos de la jerarquía vaticana en
materia de sexualidad suelen alterarle los nervios a cierto anticlericalismo
grosero que apenas oculta lo irracional de su raíz. Esto resulta ostensible en
el caso de las relaciones entre Iglesia y homosexualidad. Cuando en 1987 se
hizo pública la Carta a los obispos sobre
la atención pastoral a las personas homosexuales, fue notorio el alboroto
de los presuntos agraviados y de otros que, sin ser ni católicos ni homosexuales,
aprovecharon para repetir cuatro o cinco lugares comunes sobre la condición
intrínsecamente abominable de la represora moral sexual católico.
Los aficionados a este
tipo de pirotecnias antirromanas deberían leerse Cristianismo, tolerancia social y homosexuales, del medievalista
John Boswell, una obra clásica casi de nacimiento, que en su día elogiara
Foucault y que, cabe suponer que a fuerza de ver constantemente citada, se ha
decidido versionar por fin al castellano, 13 años después de su aparición.
La tesis central de la
obra, soportaba en una erudición extraordinaria y que encuentra sus argumentos
en un conocimiento exquisito de las fuentes textuales, es la de que la
animadversión social contra esa minoría que constituyen quienes muestran preferencias
eróticas por los de su mismo sexo tiene una relación escasa con la tradición
teológica cristiana, tanto en sus orígenes como en sus primeros desarrollos en
la época bajomedieval, insertos en un clima intelectual y popular que no había
renegado del todo del legado de los clásicos en cuanto a la permisividad de los
comportamientos homoeróticos.
No podía ser menos. Los
propios escritos sagrados no contenían una explícita condena de la
homosexualidad, y allí donde luego hemos visto aparecer desaprobaciones es
factible ver malentendidos muy tardíos –malas traducciones y tergiversaciones
que el autor va restaurando una a una-, y siempre en un marco social
marcadamente homofóbico. En cuanto al período que, luego de una fase de una
cierta hostilidad entre los siglos III y VI, se extiende hasta la primera mitad
del siglo XII, la propia institución eclesial no se limitó a mantener una
postura doctrinal ambigua hacia los gay,
sino que cobijó un relato en la libido de sus propios miembros que no dejaba de
ser el reflejo de unas condiciones socioambientales poco preocupadas por la
definición sexual de la individuos.
Es en la alta Edad Media,
con la aparición de los Estados absolutos y corporativos, los bruscos cambios
en los modelos tanto económicos como culturales, el endurecimiento del poder político-eclesiástico
y la urgencia con que se presenta la necesidad de uniformizar a la sociedad, que irrumpe la marginación
culpabilizadora, cuando no el acoso, de los homosexuales. Pero no sólo de
ellos, sino de todas aquellas minorías susceptibles de ser consideradas como
desafectas a una norma crecientemente excluyente: musulmanes, judíos,
templarios, albigenses, brujas, etcétera.
El trabajo de Boswell se
detiene ahí. Es, en cierto modo, una suerte de genealogía negativa de la
intolerancia sexual, cuyas claves no pueden ser otras que las de la
intolerancia en general y, por extensión, las de una sociedad persecutoria que
no ha hecho otra cosa sino mudar de víctimas. La conclusión es la de que esa
intolerancia no puede reclamar una inspiración religiosa, sino que, antes al
contrario, procede de las nuevas estrategias de dominación política que
preparan la modernidad y acaban convocando la complicidad estigmatizadora de la
teología.
Es más. A la lectura del
libro de Boswell debería añadírsele la del posterior de Rafael Carrasco, Inquisición y represión sexual en Valencia (Laertes,
1985), donde se muestra cómo la actitud del Santo Oficio en la España del
periodo entre los siglos XVI y XVIII fue, con respecto a los sodomistas, mucho
más tolerante que la del poder civil en la Francia de los siglos XIII o XIV, o
la del Consejo de los Diez en la Venecia del siglo XV.
Y sobre todo, indicado
leer el libro de Boswell precisamente en este momento, cuando los años
transcurridos han permitido contemplar cómo los argumentos laicos del discurso
sida, a la vez científicos y ecológicos –ahora es la naturaleza la que
distribuye los castigos-, han conseguido una postración social de los
homosexuales que los más celosos perseguidores eclesiales jamás habrían soñado
lograr en tan poco tiempo.