Artículo publicado en El País el 19/8/1995 con motivo del fallecimiento de Julio Caro Baroja
LA VALIOSA OBRA DE UN HETERODOXO
Manuel Delgado
Demasiado vasta, demasiado
versátil, profunda y compleja su obra como para que estas líneas, demasiado
breves y urgentes, ambicionen ser algo más que un apunte sobre la contribución
de Julio Caro Baroja al conjunto de los saberes. Más allá de su aportación a
varias disciplinas, la herencia de don Julio implica una rigurosa y
diversificada -que no dispersa- reflexión acerca de los temas mayores tanto de
las humanidades en general como en lo relativo a la construcción de España como
objeto del pensar.El mérito de Caro Baroja de haberse atrevido con los asuntos
clave desde premisas durante tanto tiempo insólitas aquí -la historia de las
ideas y la antropología- se multiplica al contemplarse las circunstancias que
rodearon su labor, y de las que supo mantenerse aislado: la contienda civil, él
páramo cultural de la posguerra y, por fin, las intrigas que han dominado
crónicamente la vida universitaria española. Caro Baroja empezó siendo un
heterodoxo solitario, para descubrir enseguida que serlo -como él hasta la
muerte- es la única garantía que puede amparar en este país un trabajo
verdaderamente serio.
España pierde a uno de sus más
grandes humanistas con la muerte de Caro Baroja. La calidad de la obra de Caro
es, por ello, indesligable de las condiciones de deliberada marginalidad que le
protegieron de las mezquindades del clima intelectual español. A ello deben
añadírsele las propias fuentes de su singularidad, de las que aprendió al
tiempo que las trascendía en favor de un pensamiento que más que ecléctico
cabría calificar simplemente de personal: de un lado, Barandiarán, Aranzadi y.
los estudios de folclor vasco; del otro, una erudición humanística
extraordinaria -patrimonio familiar-, y, por último, su paso en 1952 por
Oxford, escenario entonces de la insurrección antidogmática de Evans-Pritchard
y Firth contra la égida del estructural-funcionalismo de Radcliffe-Brown y en
favor, entre otras cosas, de una reconciliación definitiva entre historia y
antropología.
La cuestión es que cualquier
investigador en antropología histórica -o historia antropológica, como se
quiera- se va a encontrar siempre con la misma enojosa evidencia: sea cual sea
el territorio de trabajo o enfoque de su elección se encontrará con que Julio
Caro ya había pasado antes por ahí, hasta tal punto cultivó la anticipación en
jurisdicciones temáticas o teóricas que la investigación académica tardaría
todavía mucho en homologar: la pluralidad étnica Los pueblos de España, 1946),
Los vascos, 1949), la identidad (El mito del carácter nacional, 1963), las
estructuras simbólicas de la sociedad (Razas, pueblos y linajes, 1957), el uso
de archivos inquisitoriales como fuente (Las brujas y su mundo, 1961; Inquisición,
brujería y criptojudaismo' 1970), los procesos de urbanización (La ciudad y el
campo, 1966), la biografía antropológica (Vidas mágicas e Inquisición, 1967),
las minorías perseguidas (Los moriscos del Reino de Granada, 1957), las
expresiones de la mentalidad popular (Ensayo sobre la literatura de cordel,
1970), las bases culturales del anticlericalismo (Las formas complejas de la
vida religiosa, 1978), etcétera.
Toda una dilatada e intensa
carrera en la que la elaboración de obras capitales se ha compaginado con
colaboraciones sobre asiintos de actualidad en la prensa, y entre cuyos últimos
episodios destacan su pronunciamiento en torno a a relación entre historia e
impostura (Las falsificaciones de la historia, 1991) y lo que presentara como
su testamento ideológico, Conversaciones en Itzea (1992). Porque es de temer
que pase desapercibida en las glosas que suscite su desaparicion, permítaseme
una alusión especial a esa asombrosa mono grafía etnohistórica debida a Caro
Baroja que es Estudios saharianos (1955), recientemente reeditada.
Qué pena que se nos haya ido
Julio Caro Baroja, pero qué pena, sobre todo, que al partir, junto con sus
trabajos, nos haya legado tan pocos imitadores. Y qué pena que ello sea menos
culpa de la incompetencia que de la pusilanimidad o la pereza de muchos de
quienes a buen seguro se proclamarán estos días discípulos suyos.