dimecres, 9 de gener del 2019

Las claves de la cultura al alcance de todos

Marvin Harris
Reseña de Marvin Harris, Nuestra especie (Alianza, Madrid, 1992), publicada en Babelia, suplemento de cultura de El Pais, el 11 de abril de 1992.

LAS CLAVES DE LA CULTURA, AL ALCANCE DE TODOS
Manuel Delgado

¿Por qué tienen las mujeres los pechos permanentemente hinchados? ¿Cuándo empezó a pensar el cerebro humano? ¿Por qué no comemos ciertas carnes? Éstos y otros 98 enigmáticos asuntos quedan por fin resueltos en el nuevo libro de Marvin Harris. El lector podrá encontrar allí puntual y expeditiva –de dos a cuatro páginas- respuesta a grandes misterios de la cultura humana, que lo eran justo hasta que se toparon con Harris.

¿Cómo puede ser que el antropólogo que más libros vende en la actualidad goce de un más bien precario ascendente entre la comunidad de sus colegas, comprendidos, hoy por hoy, muchos de aquellos que hace apenas una década todavía se reconocían discípulos suyos? A pesar de su relativa autoridad en la antropología actual. Harris ha conseguido, hacer que la relación de temas aspirantes a profesor de formación profesional en Cataluña se parezcan sorprendentemente al índice de su Introducción a la antropología cultural.

Harris ya nos tenía acostumbrados a su alegría desenigmatizadora. Vacas, cerdos, guerras y brujas (1980). Bueno para comer (1989), La cultura norteamericana contemporánea (1990), la mencionada Introducción…  (1981) o Caníbales y reyes (1979), que han conocido en Alianza –o seguro que conocerán- sucesivas reimpresiones, no han hecho sino repetir esa misma fórmula de liquidar de un plumazo, y a partir siempre de criterios que algunos han calificado de economicistas vulgares, una serie recurrente de “grandes enigmas” de la cultura humana.

¿Qué es lo que divulga Harris? Harris se divulga sobre todo a sí mismo. Es verdad que Marvin Harris fue uno de los más beligerantes activistas intelectuales de aquel materialismo cultural norteamericano que alcanzara su máxima influencia en los sesenta y que invoca –y cuya defensa formuló en su Materialismo cultural  (Alianza, 1987)- reconoce en su trabajo de popularización sus axiomas: priorización del valor determinante de los factores tecnoeconómicos  y tecnológicos –herencia  de un marxismo lobotomizado de dialéctica hegeliana y de lucha de clases-, secuencialización evolutiva de las culturas, cientifismo, etcétecra. Pero, a pesar de ello, es viable hablar de un auténtico harrisianismo, no sólo por esos motivos teóricos centrales compartidos, sino por la manera como su aportación a la literatura antropológica ha estado tempranamente presidida por una seria de obsesiones, más preocupadas por descalificar el presunto daño infligido por escuelas rivales que por desarrollar las posibles ventajas clarificadoras de la corriente que inaugurara White y Steward a finales de los cuarenta.

En efecto, es como si Harris hubiera sido impelido a autovugarizarse y a invertir lo mejor de sus energías, arrastrado por una extraña urgencia por denunciar los supuestos peligros auspiciados por lo que él llamaba el neoscurantismo de la antropología filohippy a lo Castaneda, el marximo-zen de Lévi-Strauss, el eclecticismo de Godlier y del traidor  Sahlins, o el privilegio de lo que Pike –“un cura visionario”- había denominado la perspectiva emic o mentalista. Se antoja que Harris se dejó llevar por un afán, tan militante como pendenciero – véase si no su El desarrollo de la teoría antropológica (Siglo XXI, 1982)-, por desenmascarar a los supuestos conspiradores contra la verdad nomotética en antropología, mediante explicaciones alternativas de hechos culturales susceptibles de caer en sus garras, y ha acabado por quedar atrapado y solo en su cruzada.

Si Nuestra especie  se mueve cera de los límites de la superficialidad, Muerte, sexo y familia, escrito junto a Eric B. Ross, plantea una visión más rigurosa de un tema tan motivo de preocupación pública hoy como es el demográfico, una jurisdicción por la que Harris ya se había interesado en una de sus primeras obras, Patterns of race in the Americas (1964), inédita entre nosotros. El tono continua siendo, de todos modos, el mismo, es decir, el de aquí hay un gran problema y aquí estoy yo para que todos lo entiendan. La idea fundamental es aquí la de que lasa tasas de po0blación en las sociedades no industriales han estado casi siempre sometidas a dispositivos de control de la natalidad y de la mortalidad. Fiel en todo momento a la atribución de un papel determinante a los factores infraestructurales,  Harris y Ross desmienten la visión vulgar de unas agrupaciones humanas víctimas de la incultura o de la exuberancia sexual, y presentan la relación que se establece entre la aparición de un excedente poblacional y los efectos desestructuradores del imperialismo, con su desactivación de los mecanismos endógenos de regulación demográfica y la sumisión de la fuerza de trabajo indígena al proceso de acumulación de capital colonialista.

La desautorización de esa culpabilización de la víctima en la discusión sobre la “amenaza demográfica” se resuelve, pero en un respaldo implícito –no mencionado- a la política de anticoncepción en los países pobres del Fondo de las Naciones Unidas para la Población, una política que no descarta la esterilización masiva en el –es decir, del- Tercer Mundo.


Por cierto. ¿Recuerda alguien cómo hace 20 años largos, salíamos indignados los progres después de ver aquella película boliviana, entonces de culto, titulada La sangre del cóndor? En ella se describían las pérfidas prácticas de control de la natalidad en una comunidad quechua que llevaban a cabo un equipo de médicos norteamericanos, a los que entonces teníamos ingenuamente como “esbirros del imperialismo”. Cuánto hemos tardado en descubrir cuán equivocados estábamos: ahora sabemos que era por su bien.




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