dilluns, 14 de gener del 2019

Espacio concebido y espacio vivido en Henri Lefebvre




La foto es deYanidel y procede de https://www.facebook.com/YanidelPhotography
Conferencia en la Ordem dos Arquitectos de Oporto, 15 de mayo de 2013

ESPACIO CONCEBIDO Y ESPACIO VIVIDO EN HENRI LEFEBVRE
Manuel Delgado

Henri Lefebvre propone una división conceptual triádica de la noción de espacio. Lo hace en lo que puede considerarse su obra culminante, La production de l’espace, en el que establece una distinción entre práctica espacial, representaciones del espacio y espacios de representación. La práctica espacial se corresponde con el espacio percibido, el más cercano a la vida cotidiana y a los usos más prosaicos, los lugares y conjuntos espaciales propios de cada formación social, escenario en que cada ser humano desarrolla sus competencias como ser social que se situa en un determinado tiempo y lugar. Son las prácticas espaciales las que segregan el espacio que practican y hacen de él espacio social. En el contexto de una ciudad, la práctica espacial remite a lo que ocurre en las calles y en las plazas, los usos que estas reciben por parte de habitantes y viandantes. Por su parte, los espacios de representación son los espacios vividos, los que envuelven los espacios físicos y les sobreponen sistemas simbólicos complejos que lo codifican y los convierten en albergue de imágenes e imaginarios. Es espacio también de usuarios y habitantes, por supuesto, pero es propio de artistas, escritores y filósofos que creen sólo describirlo. En los espacios de representación puede encontrar uno expresiones de sumisión a códigos impuestos desde los poderes, pero también las expresiones del lado clandestino o subterráneo de la vida social. Es el espacio cualitativo de los sometimientos a las representaciones dominantes del espacio, pero también en el que beben y se inspiran las deserciones y desobediencias.

Junto a esos dos espacios —el espacio percibido y el espacio vivido— Lefebvre coloca conceptualmente el espacio concebido, al que denomina representación del espacio, en todo momento entrelazado con los otros dos, puesto que su ambición siempre es la de imponerse en todo momento sobre ellos. En este caso es un espacio no percibido ni vivido, pero que pugna por serlo de un modo u otro. La representación del espacio, que está vinculado a las relaciones de poder y de producción, al orden que intentan establecer incluso por la violencia tanto a los usos ordinarios como a los códigos. La representación del espacio es ideología aderezada con conocimientos científicos y disfrazada tras lenguajes que se presentan como técnicos y periciales que la hacen incuestionable, puesto que presume estar basada en saberes fundamentados. Ese es el espacio de los planificadores, de los tecnócratas, de los urbanistas, de los arquitectos, de los diseñadores, de los administradores y de los administrativos. Es o quiere ser el espacio dominante, cuyo objetivo de hegemonizar los espacios percibidos y vividos mediante lo que Lefebvre llama “sistemas de signos elaborados intelectualmente”, es decir mediante discursos. Ese es el espacio del poder, aquel en el que el poder no aparece sino como "organización del espacio", un espacio del que el poder "elide, elude y evacua. ¿Qué?  Todo lo que se le opone. Por la violencia inherente y si esa violencia latente no basta, por la violencia abierta".

En La producción del espacio, Lefebvre trabaja constantemente esta oposición entre espacio vivido –el de los habitantes y usuarios; espacio sensorial y sensual de la palabra, e la voz, de lo olfativo, de lo auditivo..."– y espacio concebido, que es el de planificador, el arquitecto y la arquitectura, ese espacio que, en forma de lote o porción, les ha sido cedido por el promotor inmobiliario o la autoridad política para que apliquen sobre él su "creatividad", que no es en realidad sino la sublimación de su plegamiento a los intereses particulares o institucionales del empresario o del politico. Tras ese espacio concebido y representado no hay otra cosa que de mera ideología, en el sentido marxista clásico, es decir fantasma que recubre las relaciones sociales reales de producción, en este caso haciendo creer con frecuencia en la neutralidad de valores abstractos universales, y que deviene obstáculo para la revelación de su auténtica naturaleza y por tanto de su transformación futura. Puesto que no es más que ideología, ese espacio concebido es en realidad espacio ensoñado, puesto que está destinando a sufrir constantemente todo tipo de desgarros, desacatos y desmentidos que lo desgarran como consecuencia de su falta de consistencia y su vulnerabilidad ante los envites de la naturaleza crónicamente conflictiva de la sociedad sobre la que pugna inútilmente por imponerse.  



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