La foto és de Adrian Page |
LA FERTILIDAD DE LOS POBRES
Manuel Delgado
¿Por qué los pobres
suelen tener tantos hijos? ¿Es que no saben dosificar su lascivia y se pasan el
día fornicando? ¿Su ignorancia les hace desconocer los métodos anticonceptivos?
¿Son tan irresponsables que tienen hijos que no podrán mantener? ¿Su religión
les impone la fertilidad?
Nada de eso. El sexo no
es nunca en las culturas no modernizadas un mero vehículo de placer, sino una
actividad controlada por la comunidad, casi siempre mediante normas religiosas,
y a su servicio. Por otra parte, todas las sociedades humanas han conocido y
practicado métodos anticonceptivos eficaces. Además en todas han existido
fórmulas de autorregulación demográfica que, hasta su desactivación por los
occidentales limitaban su crecimiento.
Lo que ocurre es que los
pobres tienen prole porque es lo único que pueden tener. Una pareja sin
recursos busca hijos que puedan trabajar o hijas con las que establecer
alianzas familiares. La descendencia se construye en patrimonio. Lo mismo vale
para la alta fertilidad en los países tercermundistas. Que la gente es para un
país pobre una fuente de riqueza es algo que España, que durante décadas se
nutrió de las divisas procedentes de la emigración, estaría en condiciones
ideales de demostrar. En efecto, un excedente de población suele traducirse en
movimientos migratorios.
Convendría tener
presentes estos factores para interpretar la alarma ante la “inminente
catástrofe demográfica” contenida en el reciente informe del Fondo para la
Población de la ONU, sospechosamente parecido, por cierto, al que hace menos de
tres meses dio a conocr la oscura fundación privada estadounidense Comité de
Crisis de Población.
Desde siempre, y de ahí
las teorías de Malthus, los dominadores se han sentido inquietos por la
creciente superioridad numérica de las clases y naciones dominadas. Por lo que
hace al Tercer Mundo, el sistema más empleado últimamente para aliviar el
problema ha sido el del genocidio por hambre, dado que la mayor parte de esos
países llamados pobres, a pesar de que en su suelo se hallen las mayores
riquezas, están condenándose a la hambruna al verse obligados a sustituir los
cultivos de supervivencia por otros destinados a la exportación y al pago de la
deuda externa.
La otra gran vía de exterminio
prevista es la propuesta por los aludidos informes: la imposición de medidas de
anticoncepción masiva, uno de los métodos predilectos de los nazis para acabar
con las razas inferiores. ¿Se
acuerdan de aquella película de culto para la izquierda de los 70, La sangre del cóndor, del bolivariano
Sanjines? En ella, una comunidad indígena andina observa con zozobra que no
nacen niños. Al final descubren que los culpables son los médicos
norteamericanos de un plan de cooperación
para el desarrollo, que se dedican a
esterilizar a todas las mujeres que acuden a su consulta. Los indios se rebelan
y castigan a los responsables.
Todo esto significa que
tanto el planteamiento como las soluciones del problema demográfico están
siendo falsificadas. Las familias y los países pobres no son pobres porque
crezcan demasiado como una respuesta a su pobreza. Por ello, la única vía
legítima para restablecer el equilibrio poblacional es hacer desaparecer la
escandalosa miseria a que un orden económico injusto somete a millones de seres
humanos. Es decir, propiciar que los ahora empobrecidos no necesiten hijos para
sobrevivir.
En realidad el problema
es otro. Poco debe preocuparle al President Pujol el futuro de la humanidad
cuando, no hace mucho, nos animaba a los catalanes a tener tres hijos. La mayor
parte de países europeos están estableciendo programas de estimulo a la
natalidad, a la manera de aquellos que en la España de Franco animaban a las
familias a traer al mundo más “servidores de la patria”. Y no hay para menos, porque
dentro de un siglo, y al paso que van, no quedarán, por ejemplo, suecos (no es
broma). Mientras los herederos del subdesarrollo crecen y se multiplican sin
cesar, la población europea sencillamente se extingue.
Así, ¿qué es lo que cree
el lector que justifica tanto entusiasmo por la unificación alemana? El
patriotismo, sí, pero también un mutuo interés. Los alemanes occidentales
tienen bienestar y abundancia y, a cambio, los de la RDA pueden ofrecer algo de
lo que se ve cada vez menos en la otra Alemania: niños, niños rubios para un
país en cuyas calles juegan cada día más niños turcos.
Coreanos en Tokio,
vietnamitas de Praga, sudacas de
Estocolmo, hispanos en Nueva York, asiáticos de Londres, africanos de Paris… La
otra noche la policía detuvo en Vic a varias decenas de inmigrantes magrebíes
que, por lo visto, sobraban. Lo hizo empleando un método inventado por la
Gestapo: el noche y niebla, en masa y de madrugada. He ahí la verdadera
naturaleza del llamado problema demográfico. Los parias de la Tierra, y
innumerables, están aquí para el desquite, para devolvernos la miseria que les
dejamos.