La foto es de Ferran Delgado |
Del libro Ciudad líquida, ciudad interrumpida (Universidad Nacional de Colombia, Medellin, 1999)
LAS ESTRUCTURAS LÍQUIDAS DE LO URBANO
Manuel Delgado
Si la
antropología urbana quiere serlo de veras, debe admitir que ninguno de sus
objetos potenciales está nunca solo. Todo están sumergidos en esa red de
fluidos que se fusionan y licuan o que se fisionan y se escinden. La ciudad,
por definición, tenía que ser considerada como un espacio de las disoluciones,
de las dispersiones y de los encabalgamientos entre identidades que tenía
incluso su escenario en cada sujeto psicofísico particular, ejemplo también el
de la necesidad de estar constantemente, en su propio interior, negociando y
cambiando de apariencia. No en vano nos vemos obligados, para referirnos a lo
que ocurre en la ciudad, a hablar constantemente de confluencias, avenidas, ramblas, congestiones, mareas humanas, públicos
que inundan, circulación, embotellamientos, caudales de tráfico
que son canalizados, flujos, islas, arterias, evacuaciones...,
y otras muchas locuciones asociadas a lo líquido: la sangre, el agua.
Esta
misma exaltación de lo líquido es la consecuencia de la definición propuesta
acerca de lo qué era la ciudad, estructura inestable entre espacios
diferenciados y sociedades heterogéneas, en que las continuas fragmentaciones,
discontinuidades, intervalos, cavidades e intersecciones obligaban al urbanita
a pasarse el día circulando, transitando, dando saltos entre espacio y espacio,
entre orden ritual y orden ritual, entre región y región, entre microsociedad y
microsociedad. Por ello la antropología urbana debía atender las movilidades,
porque es en ellas, por ellas y a través suyo que el habitante urbano podía
hilvanar su propia personalidad, todo ella hecha de transbordos y
correspondencias, pero también de traspiés y de interferencias.
El
espacio urbano, por ello, es un territorio desterritorializado, que se pasa el
tiempo siendo reterritorializado y vuelto a desterritorializar después. Está
marcado por la sucesión y el amontonamiento de poblaciones, en que se pasa de
la concentración y el desplazamiento de las fuerzas sociales que convoca o
desencadena, y que está crónicamente condenado a sufrir todo tipo de
composiciones y recomposiciones morales. Es desterritorializado también porque
en su seno lo único de veras consensuado es la indiferencia y la prohibición
explícita de tocar, y porque constituye un espacio en que nada de lo que
concurre y ocurre es homogéneo. La imagen que más se adecua es la de la esponja,
que al mismo tiempo absorbe y expulsa los líquidos que atrapa.