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Nota para Cecilia Vergnano, doctoranda del programa Estudis Avançats en Antropologia Social de la UB, enviada en febrero de 2015.
Diferencia entre espacio vivido, espacio percibido y espacio concebido
Manuel Delgado
La división espacio
vivido-percibido-concebido es un tema clásico en psicología infantil y lo
plantea Jean Piaget en La representación
del mundo en el niño (Morata). Los
niños tienen una primera relación con el espacio viviéndolo, es decir a través
del contacto físico inmediato, moviéndose en él, recorriéndolo, tomando
conciencia de la distancia, señalando. Es una relación directamente relacionada
con la locomoción. Eso ocurre entre los 0 y los 7 años. A partir de esa edad y
hasta los 11, se desarrolla una la percepción del espacio, es decir una
relación con el espacio que no está físicamente mediada. Es cuando se empieza a
pensar el espacio en términos de distancia, perspectiva, fondo, distinción
entre lejos y cerca o entre derecha e izquierda o entre aquí y allí. En este
caso, lo que se desarrolla es la cualidad de observar el espacio y medirlo. Se
supone que hacia los 11 o 12 años, el niño estará en condiciones de pensar el
espacio en términos conceptuales, es decir podrá comprender el espacio como
abstracción. Ese sería el espacio concebido. Es decir se va pasando de una
relación que es primero corporal, luego visual o imaginativa y por fin
conceptual.
Henri Lefebvre hace
propia esa división tripartita del espacio en La producción del espacio (Capitan Swing). El espacio percibido es
para él la práctica del espacio; el vivido, sería el espacio de representación,
y el concebido, lo que llama representación del espacio. La explicación la
tienes entre las páginas 91 y 114 de la edición de Capitán Swing de La producción del espacio. Creo que esa
aplicación de la triada la que nos interesa más en relación con las cosas que
hacemos.
La práctica
espacial se corresponde con el espacio percibido, el más cercano a la vida
cotidiana y a los usos más prosaicos, los lugares y conjuntos espaciales
propios de cada formación social, escenario en que cada ser humano desarrolla
sus competencias como ser social que se sitúa en un determinado tiempo y lugar.
Son las prácticas espaciales las que segregan el espacio que practican y hacen
de él espacio social. En el contexto de una ciudad, la práctica espacial remite
a lo que ocurre en las calles y en las plazas, los usos que estas reciben por
parte de habitantes y viandantes.
Por su
parte, los espacios de representación son los espacios vividos, los que
envuelven los espacios físicos y les sobreponen sistemas simbólicos complejos
que lo codifican y los convierten en albergue de imágenes e imaginarios. Es
espacio también de usuarios y habitantes, por supuesto, pero es propio de
artistas, escritores y filósofos que creen sólo describirlo. En los espacios de
representación puede encontrar uno expresiones de sumisión a códigos impuestos
desde los poderes, pero también las expresiones del lado clandestino o
subterráneo de la vida social. Es el espacio cualitativo de los sometimientos a
las representaciones dominantes del espacio, pero también en el que beben y se
inspiran deserciones y desobediencias. En este caso es un espacio no percibido,
pero que pugna por serlo de un modo u otro.
La
representación del espacio se corresponde con el espacio
concebido. Depende de relaciones de poder y de producción y a un orden que se
intenta establecer, incluso por la violencia, tanto sobre los usos ordinarios
como sobre los códigos que los organizan. La representación del espacio es
ideología aderezada con conocimientos científicos y disfrazada tras lenguajes
que se presentan como técnicos y periciales que la hacen incuestionable, puesto
que presumen estar basados en saberes fundamentados. Ese es el espacio de los
planificadores, de los tecnócratas, de los urbanistas, de los arquitectos, de
los diseñadores, de los administradores y de los administrativos. Es o quiere
ser el espacio dominante, cuyo objetivo de hegemonizar los espacios percibidos y
vividos mediante lo que Lefebvre llama “sistemas de signos elaborados
intelectualmente”. Ese es el espacio del poder, aquel en el que el poder no aparece
sino como "organización del espacio", un espacio del que el poder
"elide, elude y evacua. ¿Qué? Todo
lo que se le opone. Por la violencia inherente y si esa violencia latente no
basta, por la violencia abierta".
Lefebvre trabaja constantemente la oposición entre
espacio vivido –el de los habitantes y usuarios; "espacio sensorial y
sensual de la palabra, de la voz, de lo olfativo, de lo auditivo..."— y
espacio concebido, que es el de planificador, el arquitecto y la arquitectura,
esa porción de espacio que les ha sido cedido por el promotor inmobiliario o la
autoridad política para que apliquen sobre él su "creatividad", que
no es en realidad sino la sublimación de su plegamiento a intereses
particulares o institucionales. Tras ese espacio concebido y representado no
hay otra cosa que de mera ideología, en el sentido marxista clásico, es decir
fantasma que recubre las relaciones sociales reales de producción, en este caso
haciendo creer en la neutralidad de ideales universales y que deviene obstáculo
para la revelación de su auténtica naturaleza y por tanto de su transformación
futura.
Puesto que no es más que ideología, ese espacio está destinando a sufrir
constantemente todo tipo de desmentidos que lo desgarran como consecuencia de
su falta de consistencia y su vulnerabilidad ante los envites de la naturaleza
crónicamente conflictiva de la sociedad sobre la que pugna inútilmente por
imponerse. Los especialistas hablan de espacio, pero en realidad está pensando
en suelo, puesto que ese espacio acaba tarde o temprano convertido en espacio
en venta. El espacio que se pasan el tiempo representando e intentado luego
imponer a sus usos tanto instrumentales como simbólicos es espacio abstracto o,
dicho de otro modo, ideología que se
quisiera en acción. Es un espacio
vacío y primordial, neutro, en condiciones de recibir contenidos fragmentarios
y disjuntos. Es, por definición, el espacio de las clases medias, precisamente
porque ellas también son o quisieran ser neutras y encuentran o creen encontrar
en ese espacio "un espejo de su 'realidad', de representaciones tranquilizantes,
de un mundo social en el que han encontrado su lugar, etiquetado,
asegurado", aunque en verdad que ese es solo un efecto óptico, la
consecuencia ilusoria de que esas clases medias han sido objeto al brindarle un
falso alivio para unas aspiraciones que lo dado nunca satisfará.
Otro desarrollo de la triada
vivido-percibido-concebido es la que proponer Edward M. Soja en Postmodern Geographies (Verso). Para
Soja, el espacio concebido es el mundo cuantificable, medible, cartografiable,
etc. Sería el mundo objetivo. El espacio percibido sería el experimentado
subjetivamente, el imaginado o imaginable, el que se materializa solo a través
de representaciones. Por último está el espacio vivido, el més complejo, que no
se deja reducir ni por medidas ni por el trabajo simbólico o imaginativo,
porque es eso, vivido.