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Notas para la primera parte de la clase de la asignatura Antropología de los espacios urbanos del 13 de enero de 2015.
LA NUEVA CHUSMA INCÍVICA
Manuel Delgado
Hay una diferencia fundamental
que permite contrastar lo que fueron las grandes movilizaciones altermundistas del
cambio de milenio —Seattle, Goteburgo, Niza, Praga, Génova, Barcelona, etc.— de
las que han conocido numerosas ciudades del planeta en los primeros años de la
década de 2010. El panorama que han deparado los
grandes estallidos de ingobernabilidad urbana desde 2010 en adelante han presentado
formas y formatos muy distintos a los de la multitud negriana, tras la que ya
se ha procurado mostrar una reedición del concepto liberal de público. Por un lado, ha persistido la
ya vieja tradición de grandes revueltas en barrios populares de periferias
urbanas —Francia, Reino Unido Dinamarca—
en las que se ha destacado la nula presencia activa de fundamento ideológico o
proyecto político; por el otro, han surgido grandes movimientos —a veces
colosales— de gente que han salido y han ocupado las calles y las plazas de sus
ciudades en España, Israel, Portugal, Islandia, Wisconsin, México, Brasil,
Chile, Colombia, Egipto, Túnez, Hong Kong,
con un formato de acción que ha sido o bien relativamente inédito —los
movimientos de indignados, la "primavera árabe", de todos los cuales el precedente serían las revoluciones
"de colores" en los antiguos países socialistas.
Más allá de una denuncia general contra la
situación existente —crisis económica, corrupción política, abusos económicos—
las movilizaciones han tenido un escaso contenido ideológico, se han exhibido
como antipolíticas y han renunciado a cualquier encuadramiento doctrinal y lo
han denunciado cuando se ha llegado a insinuar. En muchos casos, los detonantes han sido
cuestiones en apariencia menores o anecdóticas, como puedan ser el aumento en
las tarifas del transporte público, el suicidio de una persona como
consecuencia de la crisis, el precio de los productos agrícolas o el proyecto
de construir un parking o un monumento en una plaza, pero han desembocado en
grandes manifestaciones siempre acompañadas de altercados y violencia que
parecían expresar una especie de hastío general ante el cuadro de corrupción y
abuso que predominaba en sus respectivas sociedades y en una impugnación a la
totalidad del sistema económico y político vigente.
A pesar de que en algunos casos,
los discursos que se la han superpuesto a estos movimientos a posteriori hayan
recreado el dialecto propio de las corrientes teóricas del ciudadanismo de
izquierdas —es decir el repertorio ideológico disponible—, lo cierto es que la
similitud entre estas convulsiones sociales recientes y las convocatorias
altermundistas de diez años antes son notables. Lo que se ha visto en la década
de 2010 en las calles y plazas de Londres, Atenas, Bogotá, Río de Janeiro o Ferguson, no son
protestas contra la injusticia planetaria, llevadas a cabo por militantes
altamente concienciados y supuestamente virtuosos, sino auténticas erupciones
de rabia colectiva que reúnen muchas de las características de los alzamientos
colectivos que acompañaron la constitución de grandes sociedades
urbano-industriales en los siglos XIX y XX. Es decir, estas protestas,
encendidas de manera que nadie había previsto o que desbordan ampliamente los
términos de su convocatoria, tendrían no poco de reedición de lo que Hobsbawn había
llamado "disturbios sin ideas": condición confusa de sus motivaciones,
falta de objetivos definidos, aparente arbitrariedad, desmesura,
contradictorio de sus finalidades explícitas, presencia de argumentos
prepolíticos y criptorreligiosos, espontaneísmo, alta probabilidad de que no
existiera una mano oculta que provocara sus actuaciones violentas...
Parece que nos encontremos ante
un retorno de las viejas masas, no pocas veces bajo la forma de lo que la
prensa oficial y los portavoces gubernamentales no dudan en volver a calificar
como turba o chusma. No hay semana en que no se reciban constancias de la
vigencia de esa vieja amenaza que viene de abajo —esa "niebla oscura y
parda, a ras de suelo", de la que hablaba Cortázar, o ese "amasijo de
algodón sucio", al que se refiere Céline en Viaje al fin de la noche—y que es la de las congregaciones humanas
que, en las calles de una ciudad o de otra de un país o de otro, se licuan de
pronto y expresan al unísono su malestar de airada e insolente. Esas formas
radicales de disenso basadas en un uso masivo e intenso de la trama urbana excitan
una retórica que las muestra como reapariciones de la antigua chusma, a la que el
presunto avance civilizatorio no ha conseguido elevar moralmente mediante la
inculcación de los valores de civilidad democrática. Los argumentos son ahora
los mismos que los que se desde hace más de dos siglos se han venido lanzando
contra todas las variedades de turbamulta urbana, tildándolas de expresión de animalidad
humana liberada de sus correas. La frontera de lo tolerable continúa estando
donde estaba: en que los concentrados no pierdan los estribos, que no se
controlen y que haya que controlarlos. La única novedad es que los lenguajes políticamente
pertinentes en la actualidad reclamarán ahora medidas policiales y legales
contra lo que ahora se presentará como actitudes "incívicas", que
suele ser un sinónimo de "violentas", por mucho que en las más de las
veces la violencia haya sido provocada por aquellas instancias a las que algo
enigmáticamente se presenta como fuerzas "de orden público".
La voluntad de este curso que hoy
acaba ha sido la de poner de relieve la actualidad de los debates a propósito
de estas formas de acción colectiva a cargo de fusiones humanas que se apropian
de manera regular de los exteriores urbanos. Se ha puesto el acento en cómo se
conceptualizan y también cómo se emiten juicios morales y políticos a propósito
de su naturaleza. Al respecto, se ha procurado confrontar dos expectativas bien
diferenciadas, de las que el resultado son dos concepciones a propósito de la
masa bien diferenciadas, una de ellas, por emplear una imagen propuesta por
Sloterdijk en El desprecio de las masas (Pre-Textos),
que la concibe como sagrada —por divina o por diabólica, tanto da— y la otra
que la ve como una forma rebajada de lo profano. Masas con aura y masas sin
aura. Una de ellas ha aplicado a ese tipo de fenómenos principios
interpretativos derivados de las lecturas energicistas de lo social, cuyos
precursores serian —desde perspectivas distintas, pero compatibles— la
izquierda revolucionaria clásica, tanto marxista como libertaria, y la tradición
sociológica francesa originada en Durkheim y Mauss, ambos coincidentes en una
evaluación positiva de aquellas circunstancias en las que los individuos se reúnen
y generan con ello una nueva forma social. Esta sería el producto de una
extraordinaria aceleración e intensificación de la interacción humana, de la
que se derivaba una súbita desactivación de los factores inhibidores de la
conducta producidos por los principios éticos abstractos y universales.
En tales circunstancias, la coincidencia
física de individuos desindividuados —es decir liberados de aquello que les
sujetaba, que no era sino el sujeto mismo—, se ponían al servicio de una
musculatura social que podía desplegarse sin más fin que advertir de su
disponibilidad —como en el caso de las expresiones festivas— o que podía
intervenir de manera decisiva en una realidad vivida como insoportable por los
colectivos movilizados. Estas ópticas han entendido que las actividades
tumultuosas en ciertas coordenadas históricas, al margen de su aspecto estocástico
y hasta irracional, vehiculaban lógicas ocultas, pero de urgente aplicación,
puesto que resultaban de la percepción compartida de ciertos obstáculos que era
perentorio vencer en orden a cambios en las condiciones del presente. En estos
casos, las multitudes masificadas se convertían en encarnación y a la vez en
brazo ejecutor del inconsciente colectivo, entendido este como pleonasmo,
puesto que el inconsciente no es precisamente sino lo colectivo, un extremo más
en el que Marx y Durkheim estarían de acuerdo
El otro bloque de posiciones a
propósito de las compactaciones humanas en acción corresponde a perspectivas
teóricas cuya génesis y desarrollo se ha tratado de resumir aquí y que platean
un tipo de elitismo que coloca al individuo autoconsciente por encima y
enfrente de toda forma de fusión que desbarate la hegemonía que merece tanto
desde el pensamiento reaccionario aristocratizante como desde la filosofía en
que se sostiene la democracia liberal. Para esta última, sobre todo, las masas
asustan, como es obvio, por lo que tienen de peligro para los privilegios de
aquellos sectores sociales que se escudan en la retórica de las mediaciones
presuntamente neutrales, que hablan de ciudadanía, civismo, civilidad, sociedad
civil, espacio público, esfera pública, consenso..., para soslayar los
determinantes económicos de la vida social. Las multitudes asustan, pero se
procura que parezca que más bien escandalizan y ofendan los principios
sacrosantos en que se basa el reinado absoluto del sujeto. Lo interesante es
constatar como esa mística de la subjetividad como núcleo de la vida social ha
acabado alimentando, disfrazada tras un lenguaje y un tono de aspecto revolucionario,
una parte de la izquierda postmoderna, que ha contribuido de manera decisiva a
la desactivación de la capacidad creativa de las viejas masas con un nuevo
intento, ahora con un lenguaje aparentemente novedoso, de convertirlas en
público.