La foto es de Peter Finch |
Comentario enviado a los estudiantes del Màster en Antropologia i Etnografia de la UB, en diciembre de 2014.
LA ESFERA PÚBLICA O LA ELEVACIÓN MORAL DEL HOMBRE-MASA
Manuel Delgado
Empecé refiriéndome a consideraciones de Georg Simmel a propósito del "problema de las masas". es decir la amenaza que estas suponian para la instauración del yo autosuficiente como fuente de toda certeza última y núcleo de todo orden civilizado. Es Simmel, en 1917, en Cuestiones fundamentales de sociología (1917) quien advierte de lo que llama "la tragedia sociológica", la inferioridad intrínseca de lo social respecto de lo individual, o cómo las cualidades más cultivadas, espirituales e incomparables del individuo hacen improbable cualquier forma de coincidencia, de mutua dependencia y menos todavía de unificación, al contrario de lo que ocurre con sus aspectos más sensitivos, mucho más proclives a generar una dinámica de semejanzas y contigüidades que, a su vez, exacerbada, desemboque en estados de "nerviosidad colectiva", y de ahí a la formación de masas activas. En su seno, el individuo se vería abducido por un estado de ánimo en que reconocería sentimientos dormidos en su propio interior, que, ahora, conforman una ola de frenesí que le arrastra y que le hace arrastrar a otros con él.
En esas situaciones, sometido a
leyes casi naturales incompatibles con la libertad, inhibidas la sensatez y la
responsabilidad características del sujeto-individuo, quien Simmel presenta
como sujeto-masa obtiene, como consecuencia paradójica de la obnubilación de su
conciencia ética, una certidumbre acerca de los objetivos a cubrir y los
enemigos a vencer que el individuo, dubitativo y contradictorio siempre como
producto de su vocación de autoconsecuencia, de jamás. No son propias de las
masas las vacilaciones propias del individuo, sus dudas, sus escrúpulos. Menos
todavía sus ambigüedades. "La masa no miente, ni disimula".
Es en ese contexto y a partir de
esa preocupación que vemos formulada aquí y allá en el pensamiento
individualista occidental, que se procuran los principales ensayos teóricos a
propósito de cómo hacer frente a un doble problema relacionado con el número de
personas que están en condiciones de incidir en la vida política de la nación y
de las que se supone que debería depender la coexistencia basada en la
aceptación consensuada de normas racionales. Por un lado el de unas poblaciones
cada vez más dilatadas y comprensivas a las que se invita a participar en el
gobierno de sus propios asuntos al precio de que asuman una subjetividad
autoconsciente, responsable y racional que se supone que no poseían, y, por el
otro, la presencia física de esos mismos individuos desindividualizados, por
así decirlo, que habitualmente se amontonaban de manera informe pululando por
las calles, pero que, a la mínima oportunidad, generaban en esas mismas calles
grandes coágulos humanos cuya acción podía llegar a ser devastadora.
Uno de esos desarrollos teóricos
es el provisto por Karl Mannheim, en especial en sus Ensayos de sociología de la cultura (Peninsula), en donde establece
como uno de los principios fundamentales de la democracia el del reconocimiento
de lo que llama la "autonomía de las unidades sociales", en
referencia al individuo como átomo de la sociedad, amenazado por la tendencia a
una masificación que propicia la sociedad moderna que sólo puede ser combatida
con la creación de "numerosas comunidades reducidas, que proporcionarían a
todos sus miembros la oportunidad de llegar a conclusiones individuales
importantes". Y una masificación, por otro lado, que, identificada con el
caos y el desorden, no es tan solo
exterior, sino que aguarda en el interior de cada persona, por democratizada
que esté, el momento de volver a emerger. En cuanto a las masas, también
estarán siempre ahí, predispuestas a convertirse en lo que son a la menor
oportunidad: "Y las masas permanecerán en calma y contentas mientras haya
prosperidad... Pero el arreglo de cuentas llegará finalmente. Puede llegar de
manera caótica, irracional; la sociedad puede tambalearse ciegamente desde un
extremo a otro, puesto que las masas [....] actúan por impulsos meramente
emocionales".
Es interesante constatar cómo se
renueva esa percepción del hombre-masa en un texto reciente de un autor de
referencia en la actualidad. Esa descalificación teórica de las masas como
consecuencia de su negativa a ser salvadas de sí mismas lo tenemos en Peter
Sloterdijk en El desprecio de las masas,
Pre-Textos. Lo que sostiene es que las viejas masas locas, irascibles,
caprichosas, crueles o serviles que habían asustado un día a la burguesía se
mantienen es ese mismo estado de somnolencia que las caracterizaba de
ordinario, sólo que ahora ya no son, como fueron a cada uno de sus despertares,
fuerza de arrastre, descarga de fuerza. Los miembros de la masa continúan
siéndolo, pero ahora —aunque Ortega ya lo notó entonces— por separado, sin
tocarse, sin verse, atomizados, en estado gaseoso, pero continuando cada uno de
ellos siendo parte de esa criatura ciega de la que ahora andan desgajados y,
por tanto, sin aquel vigor temible que su presencia física exhibía a veces en
las calles.
En eso consiste el "individualismo de masas", un
individualismo que no hace propias las virtudes del individuo consciente de la
imaginación romántico-racionalista, porque no es más que masa descompuesta o en
proceso de descomposición, sin potencia política alguna, toda ella hecha de
vulgaridad y sumisión. En este caso, la pacificación de la masa densa o molar
no se ha producido por la vía de su conversión en público molecular, dispersa
—es decir en público compuesto por sujetos autónomos—, sino en masa molecular.
La emancipación personal consiste entonces en vencer o domeñar "la chusma
ansiosa de placer y destrucción" que ya Freud advertía que cada cual
llevaba en su interior, y que debe ser sometida por vía de la formación intelectual
y sensible. Se trata, pues, de hacer de la cultura "el conjunto de
tentativas encaminadas a provocar a la masa que está dentro de nosotros y a
tomar partido contra ella.