Unas notas para Gabriella De Giorgi, doctoranda de la UB
LA IGLESIA CONSIDERADA COMO BURDEL
Manuel Delgado
Es sobre la analogía entre iglesia y lupanar que sugerías y que no era tan chocante como podría parecerte. Cuenta Natalie Z. Davis como los anticatólicos franceses del XVI, "consideraban abominaciones lascivas las prácticas del catolicismo popular, y éstas son las justificaciones que permiten altercados y prohibiciones. Déjame que te traduzca un fragmento de Nathalie Z. Davis, de Les violences du peuple, (Aubier): "En sus polémicas, los protestantes no dejan jamás de llamar la atención sobre las relaciones lúbricas que los clérigos mantienen con sus concubinas. Se hace correr el rumor de que existen en la iglesia de Lyon una especie de prostitución sagrada, una organización que pone a cientos de mujeres a disposición de curas y canónicos; un observador subraya con repugnancia que la misa y el burdel fueron reintroducidos a la vez en Rouen, después de la primera guerra de religión".
Y es que para el
anticlericalismo hugonote la lucha contra la religión católica tenía como
objeto liberar al mundo social de la esclavitud del sexo y del imperio de
lujuria que la Iglesia propiciaba. "Para los fanáticos protestantes las
relaciones sociales, con la destrucción de la Iglesia, serán purificadas puesto
que habrá menos lugar para la lubricidad y el amor de provecho." Este
criterio va a repetirse en el repertorio anticlerical protestante hasta ahora
mismo. Carlos Cañeque señala, en relación con el discurso anticatólico del
fundamentalismo americano del XIX, que "la prensa nativista también dedicó
muchos escritos a la supuesta inmoralidad del Papa y de los jesuitas, llegando
a inventar toda clase de historias acerca de los acontecimientos perversos que
se desarrollaban en el interior de los conventos y monasterios" (Dios en América, Península). .
Esta orientación
acusadora viene, sin duda, de lejos. Cualquier conocedor de la historia de los
conflictos suscitados contra la Iglesia y el catolicismo sabe perfectamente
que el tema acaso más recurrente a lo largo del dilatado periodo de varios
siglos en el que se va haciendo sentir la necesidad de una reforma visceral de
la religión y las costumbres es el de la luxuria
del clero, presentada como indisociable de una depravación general de un
mundo que urgía purificar. Para Tanchelmo y sus seguidores de inicios del XII,
"los sacramentos no eran mejores que las poluciones, y las iglesias no
eran mejores que los burdeles". Esto lo tomo de En pos del milenio, de Norman Cohn (Alianza). Desde el seno mismo
del Renacimiento, en vísperas de la Reforma.
Esto fue precisamente lo
que me encontré cuando trabajaba en mi tesis sobre la violencia religiosa en la
España del siglo XX. Constantemente me encontraba con referencias que parecían
sugerir que asaltar y destruir un templo podía perfectamente equivaler a
arrasar un lupanar. Todas las ideas acerca de lo que era la vida amorosa del
clero venían a añadirse a las que hacían de la religiosidad católica una piedad
obscena, hija de las religiones del sexo y la naturaleza, de manera que los
sacerdotes romanos eran una simple reedición de los mistos y de los fanatici
de los cultos mistéricos orientales, oficiantes de ceremonias orgíasticas,
mientras que los lugares de devoción no eran más que prostíbulos infectos donde
se repetía el ejercicio de una de las características en las que más se
insistía a la hora de hablar del misterismo de los antiguos, la de la
"prostitución sagrada", que el catolicismo prolongaba practicándola
en las iglesias con monjas y beatas.
Hace tiempo me compré en el Mercat de Sant Antoni una libro antiguo
titulado Magia sexual, de Arturo Kremer,
que dedicaba uno de sus capítulos a desvelar y describir, copio. "como la
hechicería y la magia erótica eran practicadas por clérigos en la misma santidad
de los templos". Antes, Samaniego había sido capaz de concebir una iglesia
como el escenario de orgías indescriptibles. Mira uno de sus Cuentos y poemas
más que picantes: "Allí la soltera y virgen / sin poderlo remediar / ‑o pudiéndolo‑ se viene / sin
permiso de mamá, / y coños, pichas, cojones, / todo se ha de registrar / a la
luz de cera virgen / y d'un tremens cirio pascual."
Otro ejemplo, que voy tomando un poco al tuntún.
En Símbolos de transformación, Jüng
(Paidós) cita un texto blasfemo apócrifo, datado en 1821 y que representa la
manera de entender la Eucaristía a que se podía llegar desde presupuestos como
éstos. Nota el tratamiento del culto católico, tal y como se hacía frecuentemente
desde su oposición, como una expresión de misa negra y de culto a Satanás: «En
esos burdeles se celebra la comunión del diablo. Todo lo que allí se sacrifica,
es a él y no a Dios. Beben allí del
cáliz del diablo y comen en su mesa, chupan la cabeza de la serpiente, se
alimentan de pan sacrílego y beben vino de la maldad.»
Como tantas otras cosas del repertorio
anticlerical contemporáneo, el precedente de consideraciones como esa habría
que buscarlo en la lucha premoderna por el Milenio y en la misma Reforma, para
los que no es que una iglesia fuera como un burdel, sino que la Iglesia, como
institución, era en sí misma la manifestación de la Puta del Apocalipsis, la
Gran Babilonia, aquella con la que "fornicaron los reyes de la tierra, y
los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su
prostitución", "la madre de las rameras y las abominaciones de la
tierra".
Pero no hace falta indagar erudítamente para
mostrar el desprecio de índole sexual que se puede mostrar a una iglesia. No
se trata sólo de que pueda ser conceptualizada como un lupanar sino que puede
alcanzar a ser pensada como algo aún más insultante. Una de las analogías más
significativas que pueden establecerse con un templo es el que se establecería
con la genitalidad femenina. Pues bien. Una iglesia puede ser idéntica, en
particular, al sexo de una mujer "fácil", esto es sexualmente
demasiado accesible. Lógica consideración, consecuente con aquella famosa
copla: "Eres una y eres dos; eres tres y eres cuarenta. Eres la iglesia
mayor, donde todo el mundo entra".