Un mural del artista francés JR |
El dulce atractivo de la miseria ajena
Manuel Delgado
Me parece interesantísimo lo que planteas como proyecto y te animo a seguir con ello. El asunto del asentamiento en barrios "duros", en favelas, de jóvenes de clase media "con inquietudes" es fundamental. Por una parte ilustra el papel que tiene una especie de bohemia en orden a servir de punta de lanza o destacamento avanzado de las dinámicas gentrificadoras. Ese es un asunto que no sé si se adecua a la favela que te propones estudiar. Mira a ver si es así, si estamos ante un sector urbano codiciado o codiciable, y te escribo algo sobre el asunto, que tiene una bibliografía abundante.
Otra cosa, no incompatible con la anterior, es la de la búsqueda de una cierta "verdad" vital, una "autenticidad" que solo se obtiene con el contacto directo con los pobres, los humildes, los marginados..., por parte de sectores bobos. Eso es un fundamental en todas las ofertas turísticas —y la que planteas no deja de serlo— basadas en lo interesante por su singularidad. El recién llegado a su nuevo destino residencial —que no deja de ser un turista de larga duración— busca la confirmación de un cierto sistema de representación que el visitante nunca olvida y que debe ser confirmado, puesto que no puede en modo alguno ser ni desmentido ni contrariado.
En el caso de la ciudad que ha sido total o parcialmente dispuesta para atraer al consumidor turístico, tanto las autoridades como buena parte de los propios habitantes –sobre todo los más directamente involucrados en el fenómeno y su dimensión económica– saben que es lo diferente, lo particular, lo genuino lo que deben mostrar enfáticamente, conscientes como son de lo que se espera por parte de quienes acuden a visitarlo. Los turistas —también aquellos que se autopresumen como "alternativos"— vienen a ver "lo que hay que ver", esos puntos de las guías turísticas —a veces no menos "alternativas"— marcados como saturados de poder evocador y de valores simbólicos, enclaves que no pueden, bajo ningún concepto, ser soslayados, y que son los que justifican en torno a ellos todo tipo de infraestructuras y equipamientos. Por otra parte, el turista no espera en realidad nada nuevo, nada que no sea demostrarse a sí mismo y a quienes muestre luego los testimonios de su desplazamiento, que de veras existe todo aquello que antes le enseñaron las películas, los reportajes televisivos, las revistas de viajes, los libros ilustrados, los prospectos promocionales o, en este caso, la documentación "social" que el asentado conoce y que está en la base de su "concernimiento" o su "compromiso".
La gente de la que hablas tienes razón en que busca la confirmación de un sueño de verdad y de inocencia. Pero el suyo es un ejemplo de lo ocurría en las ofertas de viajes turísticos de películas de ciencia-ficción como Westworld, de Michel Crichton (1973) o Total Recall, de Paul Verhoeven (1989), que seguro que has visto. Se cumple así el presagio de Alvin Toffler que, a finales de los sesenta, adivinaba ya la aparición de potentes industrias basadas no ya en manufacturar productos ni en ofrecer servicio alguno, sino en hacer posibles experiencias preprogramadas. Lo llamaba «industrias de la experiencia» y auguraba para ellas que acabarían constituyéndose en uno de los pilares de la inminente superindustrialización del mundo, triunfo final de una economía post-servicios. Te lo recomiendo. El libro se titula El “shock” del futuro (Plaza & Janés).
Lo que busca el nuevo vecino "culto" en los sitios de los que me hablas es de seguro una parcela de utopía urbana, un universo sin contradicciones ni traumas, pasaje a una burbuja de coherencia y continuidad en un mundo fragmentario e incongruente. Buscan un reencuentro inconsciente con una comarca de la vida colectiva y psicológica al que la sociedad de procedencia ha decidido ya renunciar, y que no es otro que el de la regularidad en las relaciones sociales, la congruencia con sus supuesta idiosincrasia y la anulación de dinámicas sociohistóricas que se nutren del mismo desorden que se pasan el tiempo generando.
Piensa en la dimensión temporal del fenómeno. El tiempo que ansían encontrar o abrir se correspondería con lo que Krzystof Pomian llama tiempo cualitativo, distinto y alternativo del tiempo impuesto desde la razón política e industrial, asociable una actividad que se presume liberadora y catártica, a la vez que sutilmente normativizadora, puesto que en ella se ejercen formas tan sutiles como eficaces de acción social y de ideología cultural. Ese tiempo se pretende diferente, cuando es en realidad complementario. El desplazamiento turístico —y en el fondo el que contemplas lo es— anda buscando el reencuentro inconsciente con esa unidad que la vida moderna habría sacrificado en el altar de la razón práctico-instrumental, todo lo asociable con lo auténtico, lo profundo, lo perenne, en un mundo dominado por lo falso, lo banal, lo efímero, una temporalidad "continua, acumulativa y simbólica" (El orden del tiempo, Júcar).
Se trata, creo, de lo que sería el deseo de vivir una representación dramatizada y en extremo realista, de cualidades que se consideran de algún modo inmanentes a determinadas agrupaciones humanas de base territorial –ciudades, regiones, países–, reificación radical de lo que de permanente y substantivo pueda presumir una entidad colectiva cualquiera. Se trata de huir del descrédito de lo trivial, de rescatarse a si mismo del infierno de la vulgaridad, de experimentar algo así como un reencuentro con el viaje pionero y todavía puro de los románticos del XIX.
Estaríamos ante un ejemplo de tematización, en el sentido que Niklas Luhmann daba al término en orden ara conceptualizar la reducción a la unidad de que una determinada realidad puede ser objeto, simplificándola con el fin de reducir sus índices de complejidad y orientar su percepción en un sentido homogéneo y esquemático. Ni que decir tiene que tematización no es sólo sometimiento de la vida social a una simplicidad representacional inspirada en lugares comunes que son permanentemente enfatizados, sino también monitorización, es decir control a distancia de las conductas que en tales escenarios deben desarrollarse. Creo que hay mucho en lo que quieres trabajar de lo que Mario Gaviria denominó, en relación con el caso español y ya en los años 70, "neocolonialismo del espacio". Y, créeme, de lo que estamos hablando es de neocolonialismo puro y duro, por mucho que aparezca disfrazado de altos ideales o nobles intenciones solidarias.
La manera como este proceso de tematización. Son productos ad hoc destinados a la folklorización de ciertos rasgos tenidos por particulares e inconmensurables, mecanismo que hace que las sociedades receptoras de turistas acaben convirtiéndose en caricaturas de sí mismas, de acuerdo con los tópicos que les han sido atribuidos por el imaginario turístico de la autenticidad que se les exige satisfacer. Ahí el modelo podría estar en los trabajos sobre cómo el turismo está erigiéndose en generador de una suerte de pseudoidentidad étnica, urbana en este caso, asociada a la presumida ideosincracia de cada ciudad. Tales dinámicas no tienen escrúpulos a la hora de convertir cualquier elemento dramático y el espacio del que se le supone escenario en asunto temático, con la consiguiente simplificación a efectos promocionales. Pensemos en el black tourism, dark tourism o grief tourism, formas de turismo especializadas en recorrer zonas marcadas por el horror, la catástrofe o el crimen. La miseria puede ser no menos atractiva y convertirse en un aliciente turístico más, siguiendo el modelo de las favela tours que conoces o pronto seguro que conocerás bien en Brasil. El pasado proletario de ciertos barrios o ciudades y la historia local de la lucha de clases pueden ponerse en circulación como valor añadido para el turismo "con inquietudes", como se procuró que lo fuera para los propios vecinos mediante la política de enaltecimiento de chimeneas y otros restos industriales debidamente reconvertidos en pulcros espacios de ocio o cultura.
Un ejemplo que has conocido bien de cerca es el de la Barcelona anarquista, prueba de cómo incluso el prestigio de rebelde y levantisca de una población puede ser catalogado como "bien patrimonial" digno de ser convertido en atractivo para un determinado tipo de público ávido por reconocer la singularidad revolucionaria de un determinado espacio. Piensa en lo que llamaríamos la "Barcelona de Orwell", atractiva para turistas "alternativos", con visitas guiadas por los lugares emblemáticos de su pasado anarquista y de lo que quede de él, páginas web que no tienen inconveniente en presentarse como de "turismo radical" y guías para visitantes ávidos por reconocer los rastros de la Barcelona revolucionaria: Dolors Marin et al. La Barcelona rebelde. Guía de una ciudad silenciada, Octaedro, Barcelona, 2004; Guillem Martínez, Barcelona rebelde. Guía histórica de una ciudad, Debate, Barcelona, 2009; Manel Aisa et al. Rebellisches Barcelona, Nautilus, 2007. De hecho, a partir del 2000 han sido frecuentes las informaciones periodísticas que han atribuido a esa imagen la presencia masiva de jóvenes extranjeros que, arrastrados por su voluntad participativa en este tipo de tematizacion, son acusados de jugar un papel protagonista en algaradas callejeras.