dilluns, 9 d’octubre del 2017

El cura entre tú y yo. Sobre una forma de infidelidad femenina en la literatura española contemporánea

Fotograma de ·"El confesor", de los hermanos Baños (1920)
Comentario para Enzo Bruno, doctorando.

EL CURA ENTRE TÚ Y YO
Sobre una forma de infidelidad femenina en la literatura española contemporánea
Manuel Delgado

Es obre lo que te comentaba sobre el tema del "cura entre tú y yo". Es uno de los asuntos de la imaginación anticlerical del siglo XIX y principios del XX, y sin duda sería fácil encontrar vigencias. Se trata de lo extendida que estaba la crítica al clero por su papel disolvente res­pecto del orden familiar y por su condición sediciosa en re­lación con la autoridad patriarcal. Se insiste en que el clérigo divide a las familias, dirige a las mujeres contra los hombres, asegura su dominanc­ión en el hogar . En la gue­rra entre los sexos, él está del lado de las mujeres contra los hombres, que traen los pies fatigados y la preocu­pación por el porvenir. Jules Michelet, en La bruja, había planteado la realidad de las brujas‑mon­jas del XVII y XVIII fra­ncés como la de un "rebaño de muje­res, entregadas a la fascinación natural de un hombre", un tópico en el que el sociólogo de la religión Le Bras incu­rría un siglo después, en el célebre Coloquio de Royaumont, cuan­do, en relación también con el jans­enis­mo, sostenía que la responsabilidad de los des­equilibrios mentales de aquellas mujeres le corres­pondía a "su confesor, su director espiri­tual, qui­en las movía". Rosa Brunso inicia­ba un artículo suyo en las páginas del órgano del Secretaria­do Femenino del POUM: "Nosotras, arrastradas por las doctri­nas estúpidas del catolicismo...". Va­riant­es, como ves, del tan recurrente tópico de la maleabi­lidad/do­cilidad femenina, o, lo que es lo mismo, de la imbe­cilidad crónica e irreversible de la mujer.

Por doquier puedes encontrar ejemplos de cómo la lite­ratura realista española de los siglos XIX y XX recoge estas fantasías donde el clero apa­rece como un factor de de­sestabilización familiar y como socavador del orden pa­triar­cal y, sobre todo, la forma como ésto constituía un gra­ve perjuicio para el triunfo de los ideales que tenían como ene­migo irreconciliable a la Iglesia. La mujer es mostrada como algo así como una quinta columna, dispuesta a sabot­ear, desde la retaguardia misma, los éxitos de la lucha por el progreso y a socavar los avances hacia una moderniza­ción de lo privado. Pérez de Ayala, en A.M.D.G.,  brinda el caso de uno de sus protagonistas, el jesuita padre Cleto Cue­to, entregado a una labor de zapa en la propia intimidad de los anticlericales. El padre Cueto, "cultivaba a los polí­ti­cos de la derecha y, poco a poco, había consegui­do hacer hij­as de confesión a la mayoría de mujeres de los políticos de izquierd­as, a las cuales tenía muy bien adoctri­nadas en punto a la conducta doméstica." Hay infinidad de ejemplos.

Recuerda al confesor de Pa­labras y sangre, de Papini, que era "sensible al corazón femeni­n­o", exactamente la misma virtud que Marañón atribuía al sacerdote de su Amiel. En ese senti­do, la misoginia "cientí­fica" del XIX no dejó de hacer notar la gran ventaja que en el co­nocimiento y control de las fémi­nas tenían los cur­as católi­cos sobre sus colegas protestan­tes, hasta el punto que Moe­bius, en su La inferiori­dad mental de la mujer, no duda en comparar al sacerdote la­tino con el gi­necólogo en su aptitud para "adentra­rse" en la vida privada de las damas.

Como muestra, te he copiado un momento de La forja de un re­belde, donde Artu­ro Barea nos pre­senta a un sace­rdote conver­tido en algo así como un paladín de los intereses feme­ninos: "Al padre prefecto le quieren todos los chicos y todo el ba­rrio. Es un viejecito muy tieso, con el pelo blanco rizado en caracoles. Las mujeres del barrio vienen a contarle todos sus apuros. Unas para que le den comida en el colegio al chi­co, por­que no tienen dinero. Otras, para que le den ropa. Algunas le cuentan en confesión sus disgustos con el marido, y enton­ces él se va por la tarde a visi­tarlos en las casas de vecin­dad y les suelta un sermón a los maridos porque se embo­rra­chan o porque le pegan a la mujer y a los hijos... Así que cuando va por la calle de Lavapiés le saluda todo el mun­do, y hasta las verduleras, que siempre están blas­femando, vienen a besarle la mano."

Otro ejemplo. Miguel de Unamuno, en San Manuel Bueno, dibuja una si­tuación de este tipo, cuando muestra el lide­razgo que el sa­cer­dote protagonista ejerce sobre la comunidad de mujeres. En un momento dado, Lázaro, el personaje librepens­ador de la obra, exclama escandalizado: "Cuando se percató de todo el imperio que sobre el pueblo todo y en especial sobre nosotras, sobre mi  madre y sobre mí, ejercía el santo varón evangéli­co, se irritó contra éste. Le pareció un ejemplo de la oscura teocracia en que él suponía hundida a España. Y empezó a borbotar sin descanso todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta anti­rrelegiosos y progresistas que había traído renova­dos del Nuevo Mundo.
            ‑En esta España de calzonazos ‑decía‑ los cur­as manejan a las mujeres y las mujeres a los hombr­es... "

Este tipo de consideraciones sobre el cura como usurpador de la autoridad del marido y que, como el texto tan divertido que me mandabas, pone la religión entre los cuerpos, aparecen centrando de manera casi obsesiva toda la literatura de vocación reformista de la segunda mitad del siglo XIX y de las primeras décadas del XX. Lo interesante es que la literatura española de la época lo que hace es desarrollar una curiosa variedad de un tema tan recurrente en la literatura realista europea del periodo –Tolstoi, Flaubert, Henri James, Ibsen– como es la de la mujer adúltera. Caí en la cuenta leyendo un libro que me pareció magistral al respecto, y que me acuerdo que encontré reventado de precio en una librería de lance: Biruté Ciplijauskaité, La mujer insatisfecha. El adulterio en la novela realista (Edhasa). Entonces a lo que he llegado es a la conclusión de que aquí el cura juega ese papel de atender los requerimientos de esa mujer insatisfecha, no solo en el plano sexual, sino también en el sentimental, como aquel hombre que escucha y atiende, y a quien poder confiar secretos.


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