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Artículo publicado en El Periódico de Catalunya el 30 de octubre de 1988 a raíz de la liberación de tres ballenas grises que había quedado atrapadas en el hielo en Alaska
HUMANOS Y ANIMALES
Manuel Delgado
Somos una civilización
maldita. Nunca ninguna otra fue capaz de generar tanta crueldad y tanta
injusticia como la de Occidente, eso que, llamado por algunos “la
civilización”, ha hecho sobrados méritos para constituirse en vergüenza y
escándalo para toda la condición humana. Se busque por donde se
busque, no nos será posible encontrar modelo alguno de convivencia que pueda
compararse al que, cínicamente ejercido en nombre del progreso, se ha impuesto
a seres humanos y culturas del mundo entero y a la propia naturaleza también,
mediante los argumentos de la destrucción, la dominación violenta y la
insolidaridad.
Paradójicamente, de la
negra conciencia de Occidente ha emanado un curioso exudado: el amor por los animales. En estos días, las desventuras de tres infortunadas
ballenas grises, atrapadas por los hielos árticos, ha movilizado hombres,
máquinas y capitales, consiguiendo conmover los para tantas cosas insensibles
corazones del ciudadano moderno. Y es significativo que
eso ocurra con especial intensidad en los Estados Unidos de América, un país que se ha
levantado sobre el genocidio indio y que hoy sostiene la hegemonía de su estilo de vida sobre la arbitrariedad y
la miseria a que directa o indirectamente condena a gentes de tantos pueblos, y
también del suyo.
No nos engañemos. No hay
nada de anecdótico en el tema, y sí mucho de valioso para tomare consciencia de
la calidad de este tiempo que nos ha sido dado vivir. Hay que pensar, y pensar
muy en serio, las implicaciones morales que presenta ese sentimentalismo que ha
hecho de los animales objeto privilegiado de su beneficio.
Y es que no son
suficientes las explicaciones que se han ofrecido para explicar la génesis del
amor por los animales en Occidente. Ni las historias, relativas a la aparición
de una manera de entender el sufrimiento y la muerte, que los clandestiniza para ignorarlos. Ni
religiosos, alusivos al papel en la formación de estas concepciones del
catolicismo franciscano o de sectas fanáticas como Les Amis des Bêtes del siglo
XIII. Ni psicológicas, como las que subrayan la eficacia del proteccionismo
animal como dispositivo expiatorio, como prótesis afectiva o como vehículo para
que los intolerantes encuentren ese interlocutor perfecto que siempre les
concede la razón.
El valor ético del tipo
de emoción que despierta hoy lo animal es mucho más grave y profundo que todo
eso, en tanto que el lugar que ocupa crece y tiende a impregnar cada vez más la
experiencia social y psicológica del mundo. Quizá no hay nada que
decir, porque nos encontremos ante un signo más del desquiciamiento de la era o
de la irracionalidad que dicen que a veces presido el tránsito entre épocas. O
quizá no. Quizá también esto, como casi todo, cuente con un lógica oculta que
lo explique.
Quizá en esta apreciación
se encuentre el sentido secreto de la piadosa preocupación del mundo occidental
por la suerte de unas ballenas grises atrapadas. Es algo tan simple que
enunciarlo produce escalofríos. En un mundo como el
nuestro, la posibilidad creciente que algunos animales tienen de ser tratados
como si fueran personas tiene simétricamente que ver con el hecho de que cada vez
sea mayor el número de personas que no tiene más remedio que, para vivir,
hacerlo como animales.