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Introducción al libro de Olga Achón, Importando miseria. La alternativa a la
provisión de mano de obra agrícola (Catarata, Madrid, 2011), sobre el sistema de contratación en origen de trabajadores extranjeros para el campo léridano practicado por la Unió de Pagesos.
INTRODUCCION
Manuel Delgado
La llegada y la incorporación a
las naciones de capitalismo avanzado de miles de personas procedentes de países
más pobres constituyen hoy, lo sabemos bien, un asunto protagonista en los
grandes debates de actualidad. Colocados en los márgenes cuando no más allá del
sistema social al que se suman, ocupan paradójicamente un lugar central y con
frecuencia axial en las preocupaciones de una mayoría de la población que los
recibe –así lo reflejan las encuestas, que refieren el tema como fuente de todo
tipo de ansiedades– y en todas las agendas públicas, para las que el asunto se
asume y es presentado muchas veces como una auténtica emergencia nacional. Se
habla y se escribe en abundancia sobre esos recién llegados y multitud de
“manuscritos, escritos, comentarios, discursos” –por evocar un poema de Rafael
Alberti sobre la miseria de las palabras– hablan e invitan a hablar del “problema”
que supone su proximidad. Una legión de “especialistas” –académicos,
sanitarios, educativos, funcionariales…–
han convertido la materia en toda un área profesional que genera a su
vez una amplia producción bibliográfica y una no menos abundante oferta
formativa. En cambio, toda esa nueva competencia especializada y todas las
reflexiones y propuestas que produce trabajan atribuyéndole el papel estelar a un
personaje que, sea héroe, villano o víctima, en realidad sólo existe en tanto
que entidad puramente imaginaria, es decir ideológica: el “inmigrante”.
No se va a entrar ahora en cómo
se llega a ser “inmigrante”, es decir en la manera como se diseña
conceptualmente a un ser humano al que, ya de entrada, se aplica una
denominación de origen difícil cuando no imposible de definir con claridad y
que está cargada de fuertes connotaciones negativizadoras. Digamos sólo que no
basta con ser extranjero que llega a un espacio que ya se da por supuesto que
no es el suyo para ser llamado inmigrante. Hay más requisitos: ser pobre –por
supuesto: no hay inmigrantes ricos, ni siquiera de clase media–, estar de más –es
un intruso, puesto que nadie le ha invitado–, importar rasgos diferenciales que
se sobreentienden como de alguna forma conflictivos, ser reputado como peligroso
o inquietante para nuestra seguridad física, poner en peligro nuestra
integridad identitaria… Dejemos de lado también ese enigma que supone que
puedan existir inmigrantes de segunda o tercera generación, lo que da a creer
en la posibilidad de que ciertos seres humanos nazcan ya siendo inmigrantes.
También omitamos cualquier consideración sobre esas nuevas retóricas que giran
en torno a la interculturalidad o el multiculturalismo, artefactos conceptuales
que operan presuponiendo que lo que dificulta la compañía o vecindad de los
miembros ciertos colectivos son sus costumbres o creencias. Lo que importa es
que, en todos los casos, quede escamoteado que esas personas a las que se
coloca en el núcleo de la atención y las políticas públicas son trabajadores y
trabajadoras, es decir individuos que han venido y están aquí para satisfacer
determinadas necesidades del mercado laboral y para hacerlo como lo hacen, es
decir bajo duras condiciones de fragilidad, explotación y abuso. Esa es la
médula oculta del “problema de la inmigración”, el aspecto que, cueste lo que
cueste, hay mantener silenciado.
Está claro que ese no es el caso
del trabajo de Olga Achón del que estas líneas son el pórtico. Lo que sigue es
una indagación que escruta a fondo todo un sistema de captación y posterior tratamiento
de trabajadores de otros países traídos al campo leridano, un sistema
desarrollado por el sindicato agrícola catalán Unió de Pagesos y que ha sido
recurrentemente mostrado como modélico desde las instancias oficiales y, en
consecuencia, por la prensa, que lo han mostrado como un antídoto frente a los
inconvenientes y miedos que suscita la inmigración irregular, en especial la que
merodea por los pueblos agrícolas del Estado español a la espera de un empleo
temporario, casi siempre ilegal, en la recogida de la fruta, la vendimia o la
horticultura industrial.
Lejos de esa visión idílica y
ejemplarizante que las instituciones y el propio sindicato han tratado de
ofrecer, Olga nos brinda un testimonio personal y un análisis desde la
antropología sobre cómo funciona en realidad el sistema de contratación en
origen y cómo se concreta en un aspecto concreto como es el del albergue de los trabajadores importados, un
verdadero sistema de almacenamiento y control de la mano de obra cuyo
paralelismo con los diferentes tipos de campo de trabajo –cuya genealogía y
desarrollo se sigue– y no pocas analogías con lo que Erving Goffman llamó
instituciones totales –cárceles, hospitales, cuarteles, manicomios…– aparecen
adecuadamente establecidos en el estudio. Objetivos del dispositivo: fijar la
mano de obra y dotarla de un estatuto jurídico que garantice legalmente su
sumisión y su dependencia, suprimir la presencia del inmigrante ocioso en el
espacio público, evitar el vagabundeo de
“sin papeles”, disuadir de la deserción o fuga de los reclutados…, entre otras
funciones poco asociables, por cierto, a los viejos valores del sindicalismo
obrero campesino que un dia encarnara la Unió de Pagesos.
Así, pasamos de un paradigma de
buena práctica en materia de contratación y acogida de trabajadores inmigrados
en un sofisticado dispositivo de fiscalización –amparado legalmente y bendecido
tanto oficial como mediáticamente– de un núcleo importante de lo que nunca se
reconoce como lo que es, es decir como una nueva clase obrera, cuya
característica es la de haberse visto sometida a condiciones de vida y trabajo
que nos retrotraen a épocas en las que la conquistas sociales obtenidas por la
lucha de clases todavía no se habían producido. Testimonio, pues, de un colosal
retroceso en la historia del combate por derechos que este nuevo proletariado
ya no podrá disfrutar.
Pero hay más en las páginas que
siguen. La parte fundamental está dedicada, es cierto, a describir y examinar
en profundidad el propio sistema de contratación en origen tal y como es
literalmente ofrecido a los empresarios agrícolas por la Unió de Pagesos, con
un énfasis particular en el sistema de alojamiento –aunque cabría decir de
acuartelamiento casi– de los contratados. Pero, más allá, hay más realidades
que se levantan como un telón de fondo sobre el que los temas específicos de la
investigación se recortan. Uno es el de la propia historia del campo catalán y
en buena medida también del español, con el paso de lo que fue el modelo de
producción familiar y destinado a consumo propio y el suministro a mercados
locales a otro cada vez más predispuesto para la generación de plusvalías y
basado en una mano de obra asalariada, en la actualidad suministrada en gran
parte por flujos migratorios procedentes del extranjero. El otro es el de la
evolución de un sindicato campesino que pasó de ser un baluarte de la oposición
a la dictadura franquista y uno de los actores centrales del cambio político
acaecido en España en 1975 a constituirse en un instrumento de prestación de
servicios a empresas privadas, entre ellos el suministro de trabajadores y su
vigilancia. Acaso una metáfora bastante ajustada de lo que ha sido la llamada
“transición democrática” en España.
En cuanto a Olga, la autora del
estudio y de la síntesis de sus resultados que a partir de aquí se presenta y
de lado de cualidades humanas que la han hecho acreedora de un profundo aprecio
personal, me cabe decir que pertenece a una generación de investigadores e
investigadoras que han renunciado el camino fácil de los lugares comunes –tan
gratos a nuestras autoridades– sobre la importancia de comprender, aceptar,
tolerar o integrar a los y a las inmigrantes y han decidido conocer y dar a
conocer el corazón mismo de la cuestión, que no está en la diferencia cultural
que encarnan, sino en la desigualdad social que padecen.