dissabte, 1 de juliol del 2017

Lloverán piedras

Manifestación en solidaridad con el encierro de inmigrantes en iglesias de Barcelona, el 6 de junio de 2004.  La foto fue enviada a Indymedia desde Papers per Tothon
Artículo enviado a El País o a El Periódico, en junio de 2004, a propósito de una manifestación en solidaridad con los inmigrantes encerrados en diferentes iglesias de Barcelona, y no publicado.


LLOVERÁN PIEDRAS
Manuel Delgado

Una manifestación de calle es un microorden social efímero, cuya estructura interna desvela un cierto estado de cosas en el seno de las luchas que tienen lugar en la sociedad. Como un mapa o una maqueta del quién es quién en los niveles más activos de la vida ciudadana. En ese sentido, si se hiciera un seguimiento comparativo y diacrónico de las manifestaciones en Barcelona, se podría observar una evolución. Hasta hace no mucho, las grandes marchas vindicativas registraban una organización interna cuyo esquema sería, en resumen: en la cabecera, los representantes de los partidos, sindicatos u organizaciones más institucionalizadas; luego, ordenándose según una jerarquía nunca arbitraria, otras fuerzas sociales; al final, por lo general, los grupos más radicales, que marcaban así una distancia respecto del núcleo principal de la comitiva.

La manifestación de hace unos días en Barcelona, en solidaridad con los inmigrantes encerrados en varias parroquias de la ciudad, escenificaba una composición y una relación entre las partes ciertamente singular, por no decir inédita. Presidiendo la protesta de decenas de miles de personas, encabezándola, tirando de ella al pie de la letra, inmigrantes exaltados y jóvenes anticapitalistas, entre un mar de banderas negras y rojinegras. Detrás de esa primera línea –numerosa, la más espectacular–, pancartas, carteles y banderas de –por ese orden– Esquerra Republicana, ecologistas, sindicatos mayoritarios, Iniciativa per Catalunya y, casi cerrando la marcha, las juventudes socialistas. No era ostensible la presencia de SOS Racisme, hasta ahora protagonista de las principales convocatorias antirracistas.

¿Qué indica esa inversión de papeles dramáticos, en que el primer plano de la acción lo asumen los grupos más hostiles al sistema, mientras que la presencia de la izquierda oficial es secundario, dubitativo y en cierto modo inercial? Acaso debería verse ese lugar crecientemente central de la izquierda sin contemplaciones en las mayores efervescencias sociales los signos de un nuevo contexto emergente, un cuadro definido por una insubordinación sin paliativos contra el orden hegemónico y por la irrupción de nuevos estilos de combate político.

Todo el asunto de los encierros de inmigrantes y el papel que en ellos están jugando organizaciones sindicales y antirracistas radicales –CGT, Papers per Tothom– debería dar a pensar. Dejando de lado el juicio que pueda merecer la manera cómo se está llevando el asunto, lo cierto es que es desde ahí que se están suscitando acontecimientos significativos; es desde ahí que se están generando y atrayendo energías sociales; que son ellos y a su modo quienes están polarizando la crítica y el desacato civiles. Y todo ello mientras las ONGs y sindicatos que hasta hace poco habían sido interlocutores en las luchas de los inmigrantes por la justicia aparecen como lo que son: parte de la Administración.

El orden visibilizado en la manifestación del otro día era claro. Delante, quiénes estaban realmente en la punta de lanza del movimiento. Detrás, siguiéndoles, un independentismo que se esfuerza por entender e imitar los dialectos de la radicalidad social. Al final, literalmente subiéndose al carro en marcha, ese sector del partido socialista cuya función es legitimar por la izquierda lo que sus líderes hacen por la derecha. Papel que aquí se asigna a un sector juvenil que ya hizo lo mismo con motivo de los actos contra el desfile militar del año pasado y que debe estar al corriente de que sus parientes socialdemócratas centroeuropeos aparecen con frecuencia complicados en las grandes movilizaciones antiglobalización.

Como siempre, Iniciativa estaba su sitio habitual, es decir en ningún sitio en realidad. Discretos, esforzándose denodadamente por resultar amables, con su discurso fofo y su proyecto fláccido, felices en su papel de depositarios del voto vergonzante a los socialistas, estetas del buen rollo, entre un pasado que han olvidado y un futuro que ni les espera. Ahí están, como siempre, escrupulosos, mirando embobados lo que sucede y sin enterarse de nada. Gran mérito histórico el de Iniciativa: nacieron queriendo ser opción de lucha y de gobierno y han logrado por fin acabar no siendo ni una cosa ni la otra.

Esa izquierda se pelea lastimosamente por los mendrugos que les lanza un público político al que aterroriza que pasen cosas. Esa izquierda ni arrastra ni empuja. No entiende que de tanto mimar al electorado de centro acabará por haber sólo electorado de centro. Esa izquierda se parece ahora a aquella vieja actriz en decadencia, patética estrella de otra época, que baja parsimoniosamente las escaleras de su decrepitud, entre los flashes de los fotógrafos. Absorta en la representación de su propio crepúsculo, no parece entender que las figuras de hoy y de mañana son otras. Esa izquierda acaso todavía esté a tiempo de devenir insumisa, de transformarse en transformadora. Si no, otros, en el guión de la historia, vendrán a asumir el papel vacante de los que están en contra sin matices. Y serán ellos el hervor de las sociedades, lo inamistoso de las ciudades, la antigua dignidad. Porque van a llover piedras.


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