dilluns, 7 de setembre del 2015

Un arrepentimiento intelectual

Lucien Lévy-Bruhl
Reseña de Cuadernos, de Lucien Lévy-Bruhl (Eudeba), publicada en Babelia, suplemento literario de El País, el 21 de septiembre de 2013, con el título "Una autocrítica intelectual".

UN ARREPENTIMIENTO INTELECTUAL
Manuel Delgado

Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939) es uno de los teóricos de la sociedad humana que más influencia llegó a ejercer, cuanto menos en su época. Su libro más conocido, El alma primitiva, cuenta con una edición disponible en Península, que también tenía publicado La mitología primitiva. En estas obras, Lévy-Bruhl sostenía la existencia de una diferencia radical entre el modo de pensar de los "pueblos primitivos" y el de las sociedades "civilizadas". Suponía que las representaciones colectivas de los "primitivos" buscaban atender necesidades emocionales y que su pensamiento  estaba determinado por la falta de objetividad y una baja valoración de la experiencia perceptiva. Por otra parte, los "primitivos" vivían cognitivamente sometidos al principio de participación, lo que implicaba para ellos una identificación absoluta entre los objetos y su aura mística, así como sentimientos de profunda comunión con el mundo. Por su indiferencia ante los principios de identidad y no contradicción los "primitivos" eran en esencia seres prelógicos.   

Frente a esa mentalidad "primitiva", la mentalidad del "civilizado" se caracterizaría, según Lévy-Bruhl, por una experiencia neutral del mundo, exenta de consideraciones místicas, lo que facilitaba que la información llegada a los sentidos pudiera ser captada libre las trabas que le imponían entidades suprahumanas inobservables. Esa percepción era, por tanto, objetiva y estaba basada en la inducción, puesto que, al no dar importancia a la emoción, el civilizad0 tenía libertad para reconocer las conexiones reales entre los fenómenos del mundo tangible. De ese modo, la experiencia objetiva ocupaba el lugar que correspondía entre los primitivos a la subjetividad afectiva y la sensibilidad lógica ante la contradicción podía manifestarse plenamente. Por último, el hombre moderno se separaba del mundo como requisito para dominarlo. La percepción, liberada del filtro emocional, podía acercase al mundo sin participar de él, como algo que podía ser conocido y sometido a control.

Se ha dicho que son accesibles para el lector en español los trabajos en que Lévy-Bruhl planteaba este tipo de supuestos, refutados desde una antropología que hace mucho que ha entendido como inaceptable el contraste primitivo-civilizado. En cambio permanecían inéditos una serie de borradores que Lévy-Bruhl había redactado pasados sus 80 años y que eran la preparación de un libro que no llegó a concluir. En 1949 Maurice Leenhardt se decidió a publicar esas notas, reunidas bajo el título Cahiers. Esos apuntes contienen una de las más sorprendentes muestras de honestidad intelectual de la historia del pensamiento contemporáneo, un testimonio de cómo un hombre que había alcanzado la celebridad a través de sus teorías, las reconsideraba a la luz de las críticas que había recibido y que, al final de su vida, acababa haciendo suyas. Es ese material el que ahora, por fin, nos brinda traducido la argentina Eudeba, acompañado de un pertinente estudio previo de Gabriel D. Noel.

En estos esbozos Lévy-Bruhl reniega en buena medida de lo que creía sus propios hallazgos y se anticipa a lo que escribirá Lévi-Strauss a propósito del pensamiento salvaje –no el pensamiento de los salvajes, sino el pensamiento en estado salvaje– y las discusiones que, en los años 60 y a partir del trabajo de Evans-Pritchard sobre la brujería africana, versarán a propósito de las distintas formas de ejercerse la razón humana: Winch, Horton, Jarvie...

El núcleo de la autocrítica de Lévy-Bruhl afecta a la premisa según la cual existen mentalidades propias de los diferentes niveles de evolución civilizatoria. Lévy-Bruhl abraza aquí el principio según el cual existe una sola psique humana, en cuya aplicación, y en función de cada contexto social, priman unos ciertos hábitos sobre otros. Es decir, las sociedades exóticas o "primitivas" no prescinden del análisis objetivo de la realidad, son sensibles a la contradicción lógica, su lenguaje es complejo y manipulan categorías sofisticadas, todo ello en contra de lo defendido en sus obras anteriores. Lo que  ahora se establece es que esas sociedades –a diferencia de la nuestra– no conocen o no emplean el pensamiento discursivo impuesto por las ciencias y la filosofía, con su acento en las conceptualizaciones abstractas y de amplio espectro. En cuanto al pensamiento "prelógico", no está ni antes ni lejos. También entre nosotros, los "civilizados", hay un lugar para misterios a los que atribuimos protagonismo causal y también nosotros impregnamos constantemente de afectividad nuestra experiencia del mundo.

Pero, por encima de todo, lo que importa es que, desmitiéndose a sí mismo, Lévy-Bruhl tuvo la valentía de darle la razón a sus impugnadores en lo más importante y esencial, para él y para nosotros ahora también: que siempre y en todos sitios los seres humanos han pensado igual, aunque es cierto que raras veces lo mismo.


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