Lucien Lévy-Bruhl |
Reseña de Cuadernos, de Lucien Lévy-Bruhl (Eudeba), publicada en Babelia, suplemento literario de El País, el 21 de septiembre de 2013, con el título "Una autocrítica intelectual".
UN ARREPENTIMIENTO
INTELECTUAL
Manuel Delgado
Lucien Lévy-Bruhl (1857-1939) es
uno de los teóricos de la sociedad humana que más influencia llegó a ejercer,
cuanto menos en su época. Su libro más conocido, El alma primitiva, cuenta con una edición disponible en Península,
que también tenía publicado La mitología
primitiva. En estas obras, Lévy-Bruhl sostenía la existencia de una diferencia
radical entre el modo de pensar de los "pueblos primitivos" y el de
las sociedades "civilizadas". Suponía que las representaciones colectivas de los "primitivos" buscaban atender necesidades emocionales y que su pensamiento estaba determinado por la falta de objetividad
y una baja valoración de la experiencia perceptiva. Por otra parte, los
"primitivos" vivían cognitivamente sometidos al principio de participación,
lo que implicaba para ellos una identificación absoluta entre los objetos y su
aura mística, así como sentimientos de profunda comunión con el mundo. Por su
indiferencia ante los principios de identidad y no contradicción los
"primitivos" eran en esencia seres prelógicos.
Frente a esa mentalidad "primitiva",
la mentalidad del "civilizado" se caracterizaría, según Lévy-Bruhl,
por una experiencia neutral del mundo, exenta de consideraciones místicas, lo
que facilitaba que la información llegada a los sentidos pudiera ser captada libre
las trabas que le imponían entidades suprahumanas inobservables. Esa percepción
era, por tanto, objetiva y estaba basada en la inducción, puesto que, al no dar
importancia a la emoción, el civilizad0 tenía libertad para reconocer las
conexiones reales entre los fenómenos del mundo tangible. De ese modo, la experiencia
objetiva ocupaba el lugar que correspondía entre los primitivos a la
subjetividad afectiva y la sensibilidad lógica ante la contradicción podía
manifestarse plenamente. Por último, el hombre moderno se separaba del mundo
como requisito para dominarlo. La percepción, liberada del filtro emocional,
podía acercase al mundo sin participar de él, como algo que podía ser conocido
y sometido a control.
Se ha dicho que son accesibles
para el lector en español los trabajos en que Lévy-Bruhl planteaba este tipo de
supuestos, refutados desde una antropología que hace mucho que ha entendido
como inaceptable el contraste primitivo-civilizado.
En cambio permanecían inéditos una serie de borradores que Lévy-Bruhl había
redactado pasados sus 80 años y que eran la preparación de un libro que no
llegó a concluir. En 1949 Maurice Leenhardt se decidió a publicar esas notas,
reunidas bajo el título Cahiers. Esos
apuntes contienen una de las más sorprendentes muestras de honestidad
intelectual de la historia del pensamiento contemporáneo, un testimonio de cómo
un hombre que había alcanzado la celebridad a través de sus teorías, las
reconsideraba a la luz de las críticas que había recibido y que, al final de su
vida, acababa haciendo suyas. Es ese material el que ahora, por fin, nos brinda
traducido la argentina Eudeba, acompañado de un pertinente estudio previo de
Gabriel D. Noel.
En estos esbozos Lévy-Bruhl reniega
en buena medida de lo que creía sus propios hallazgos y se anticipa a lo que
escribirá Lévi-Strauss a propósito del pensamiento salvaje –no el pensamiento
de los salvajes, sino el pensamiento en estado salvaje– y las discusiones que, en
los años 60 y a partir del trabajo de Evans-Pritchard sobre la brujería
africana, versarán a propósito de las distintas formas de ejercerse la razón
humana: Winch, Horton, Jarvie...
El núcleo de la autocrítica de
Lévy-Bruhl afecta a la premisa según la cual existen mentalidades propias de
los diferentes niveles de evolución civilizatoria. Lévy-Bruhl abraza aquí el
principio según el cual existe una sola psique humana, en cuya aplicación, y en
función de cada contexto social, priman unos ciertos hábitos sobre otros. Es
decir, las sociedades exóticas o "primitivas" no prescinden del
análisis objetivo de la realidad, son sensibles a la contradicción lógica, su
lenguaje es complejo y manipulan categorías sofisticadas, todo ello en contra
de lo defendido en sus obras anteriores. Lo que ahora se establece es que esas sociedades –a
diferencia de la nuestra– no conocen o no emplean el pensamiento discursivo
impuesto por las ciencias y la filosofía, con su acento en las
conceptualizaciones abstractas y de amplio espectro. En cuanto al pensamiento "prelógico",
no está ni antes ni lejos. También entre nosotros, los "civilizados",
hay un lugar para misterios a los que atribuimos protagonismo causal y también
nosotros impregnamos constantemente de afectividad nuestra experiencia del
mundo.
Pero, por encima de todo, lo que
importa es que, desmitiéndose a sí mismo, Lévy-Bruhl tuvo la valentía de darle la
razón a sus impugnadores en lo más importante y esencial, para él y para
nosotros ahora también: que siempre y en todos sitios los seres humanos han
pensado igual, aunque es cierto que raras veces lo mismo.