Columna publicada en El País el 27 de abril de 1993
LA ANDALUCÍA VIRTUAL
Manuel Delgado
Mi padre, que en paz descanse, se pasó toda su vida de inmigrante en
Barcelona rememorando su origen, Almadén, un pueblo minero manchego al que se refería con
nostalgia como “la tierra”. Llegada la jubilación, vio el momento de realizar
su sueño de retorno y decidió reencontrarse con aquel tan añorado paisaje.
Tardó dos semanas en volver despavorido. El objeto de sus ensoñaciones ya no
existía y empezaba a sospechar que nunca había existido en realidad. Por lo
demás, debía regresar si es que quería continuar saboreando platos típicos -gachas, migas, orejas de fraile- que allí no preparaban tan bien como en su casa.
El fenómeno no es nuevo. Ya Lévi-Strauss constataba cómo las comunidades
descendientes de eslavos en Estados Unidos mantenían costumbres extinguidas ya en sus
países de origen. Y es que los
sentimientos de diferenciación contribuyen a que las personas y los grupos
puedan adaptarse a las sociedades urbanas relativamente protegidos de sus
tendencias desestructuradoras. La segmentación de las sociedades
industrializadas en identidades es un recurso de resistencia que permite
que la incorporación a las mismas pueda hacerse en términos de integración y no
de desintegración.
La Feria de Abril que está celebrándose estos días en Santa Coloma es un
ejemplo palmario de ello. La comunidad andaluza celebra su denominación de
origen, expresando, además que tal autoidentificación no es incompatible con la
que pueda establecerse con la cultura anfitriona, es decir, la catalana.
Estamos, de este modo, ante uno de esos felices casos en que dos formas de auto
nombrarse no se excluyen, sino que prefieren articularse sin llegar a
confundirse del todo.
Pero lo que más me interesa de esta Feria de Abril es la naturaleza
puramente imaginaria de la Andalucía que allí se evoca. El recinto ferial se
constituye, de hecho, en una especie de Eurodisney étnico, y el visitante lo que
hace es penetrar en un mundo de fantasía e ilusión que se reproduce un país,
que ni ha existido ni existirá jamás. En efecto, de igual forma que las
procesiones de la Semana Santa andaluza en Cataluña se hacen de espalda a la
Iglesia, en las calles del ferial catalán los caballos enjaezados son montados
paródicamente por probables obreros de la construcción disfrazados de
latifundistas. Andalucía conoce así su utopía social en Cataluña: una Semana
Santa exenta de curas y una Feria de Abril expurgada de señoritos.
Tenemos así que los andaluces rinden homenaje estos días a sus raíces, pero
lo hacen mediante un auto fraude, escamoteándose que esas raíces no se hunden
en un sitio real, sino allí mismo, en aquel momento preciso en que la
irrealidad de la fiesta les brinda la ficción escénica de una Andalucía
inviable en Andalucía. Al visitar su feria, creen regresar a su tierra o a la tierra de sus padres,
cuando lo que hacen es comprar un pasaje para el País de Nunca Jamás. O, mejor,
par introducirse en una de esas reconstrucciones virtuales que tant éxito
tienen en los modernos parques de atracciones y que permiten la maravilla de
t4ransitar por el interior de un espejismo.