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Artículo publicado en El Periódico de Catalunya el 12 de agosto de 2002
EL TURISTA COMO MERODEADOR
EL TURISTA COMO MERODEADOR
Manuel Delgado
El turista genera riqueza, es cierto, pero también
aparece como responsable de todo tipo de deterioros ambientales y sociales. Desorientado
o siguiendo dócilmente a su guía, se le puede ver estos días agitándose de un
lado para otro por nuestras ciudades y por las grandes reservas artificiales de
ocio y disfrute que se han dispuesto para él. Previsible, ingenuo, adquiriendo
cosas espantosas que toma por genuinas, limitándose a seguir fielmente las
sendas que el plano le marca... Es el turista, ese personaje que parece no
buscar nada que no sea lo que ya conocía a través de la televisión o las
películas, empeñado en confirmar que lo mostrado en las guías turísticas existe
de veras. Es el guiri: adocenado, sin
criterio, vestido ridículamente, circulando en cohortes parecidas a rebaños,
fácil de engañar, fácil de robar, culpable de todo tipo de desastres ecológicos
o culturales.
Deberíamos revisar ese tipo de tópicos.
El turismo es un fenómeno complejo, consecuencia de una democratización del
derecho al descanso que implica multitud de prácticas, no todas por fuerza
destructoras ni alienantes, no todas ni monitorizadas ni monitorizables. Los
turistas que pululan entre nosotros estos días no son víctimas inocentes de un
espejismo malevolamente colocado delante de ellos por las oficinas de turismo o
los tour operators, sino agentes
activos de su propia circunstancia. No son zombis sin voluntad, dirigidos por
los hilos de los publicistas o los promotores, sino seres responsables que
piensan, que saben lo que quieren y que despliegan sus artimañas para
conseguirlo, sirviéndose de los propios medios que el sistema de mercado
turístico dispone para disuadirlos.
Estúpido
empeño el de separar el viajero del turista. Quien se presenta a sí mismo como
“viajero” es un turista engreído que se empeña en distinguirse del resto. Pero
si todo viajero no deja de ser un turista más, el turista también reúne las
cualidades del viajero, las que implican alejarse de la vida cotidiana y
aprovechar el distanciamiento de casa para meditar sobre quién es y cuál es su
lugar en el mundo. Todo turista es un peregrino místico disfrazado de
superficialidad; a su manera un filósofo, un pensador de sí y de la vida,
puesto que no hay viaje –por banal que se antoje– que no sea, por definición,
filosófico.
El turista vive una paradoja. En el fondo
es un marginado, puesto que –a pesar de la hospitalidad que le brindan– los
locales lo mantienen a distancia; lo adulan, pero lo desprecian. El turista está
en lo más bajo del escalafón de los viajeros. Incluso el inmigrante pobre
puede, por las vicisitudes que atraviesa, ser investido de una dignidad moral
que se le niega al turista. El turista sabe que es un recurso, pero también un
estorbo, y quizás por ello, y ya que no se le deja participar, se abandona a la
tarea convulsiva de mirar.
En efecto, el turista es ante todo un
espectador, alguien sin otra tarea que el puro observarlo todo. Pero, además, el turista es sobre todo un merodeador. No sólo mira, sino que busca y encuentra siempre signos, es decir nudos entre
significados que traía consigo y significantes que deberían estar ahí, como
esperándolo. Como merodeador que es, emplea todo su tiempo en labores de
reconocimiento, que tienen que ver con un cierto fin de pillaje. Según el
Salvat Universal, el merodeador es «aquel que, sólo o en cuadrilla, vaga por el
campo viviendo de lo que consigue recoger o lo que hurta» y, en un sentido más
amplio, quien «vaga por las inmediaciones de algún lugar o va repetidamente al
mismo sitio, sin un fin determinado o para observar, espiar u obtener algo».
Ese es el turista. Especialista en localización
de exteriores, explorador de lugares y momentos de los que se apoderará con su
cámara de vídeo o de fotos. El turista rapta sitios, recolecta instantes y los
convierte en instantáneas. Esa labor advierte del valor que le concede a lo
irrepetible, puesto que responde a la certeza que tiene de que todo cuanto le
pase no le volverá a pasar. El turista vivirá de lo vivido, puesto que allí, entonces, donde estaba o estuvo una sola vez, fue capaz de entender
el infinito valor de lo fugitivo.