"Paisatge amb tres figures nues i un gos", de Joaquim Sunyer, un de los principales representantes de la pintura noucentista |
Respuesta a consideraciones del camarada Aitor Romero sobre el sueño político de la Catalunya-ciutat, enviado en noviembre de 2012
FUENTES MODERNISTAS Y NOUCENTISTES DEL PROYECTO POLITICO DE UN NACIONALISMO BARCELONÉS
Manuel Delgado
Acerca de la cuestión que planteas, y que se me antoja interesantísima, de contemplar la confrontación con el nacionalismo de derechas en clave de la vieja lucha contra el idealismo ruralizante propio del nacionalismo romántico, del que CiU es exponente actual. Ahí merecería la pena recuperar una discusión clásica acerca de la esperanza en un catalanismo desprendido de todo primordialismo y que tendría en el hecho urbano su referente y su guía. Este asunto fue debatido a principios del siglo pasado, de una manera no coincidente, de la mano de las apreciaciones de dos pensadores –Joan Maragall y Eugeni d'Ors– que se plantearon la necesidad de encontrar la esencia ciudadana de Catalunya. Sobre la visión de Joan Maragall y Eugeni d'Ors a propósito de la Catalunya-ciudad, resulta fundamental el libro de Eugenio Trías publicado en 1984, La Cataluña ciudad y otros ensayos (L'Avenç), Barcelona, 1984.
Lo que recogía
aquella polémica era la posibilidad de una nueva noción de país que encontrara las raíces de su identidad no en singularidades
históricas o en tradiciones compartidas, sino en una determinada idea de
civilidad de la que Barcelona constituiría la cristalización potencial. Frente
a la Catalunya idílica de la Renaixença, que ni era sociedad civil ni era
Estado, y frente a una España fracasada, Estado todavía hoy incapaz de
vertebrar en torno suyo un auténtico proyecto político integrador, Barcelona
podía erigirse como el ejemplo perfecto de una sociedad civil que era capaz de
existir con eficacia y prósperamente sin la protección de un Estado-nación ni
sin tener que invocar raíces idiosincráticas pretendidamente milenarias.
Fue esta potencialidad,
susceptible de traducirse en idea-fuerza y modelo de
civilización tanto para España como para Catalunya, la que fue objeto de
elogios por parte de intelectuales como Unamuno, que había convocado Catalunya
a "representar en la Ciudad –así, con letra mayúscula– y fuera de ella la
funciones civiles de gran espectacular”. Esto lo
tienes en su artículo "Sobre el problema catalán: Oposición de culturas
", publicado en El Mundo el 13 de febrero de 1908 y que está en su Meditaciones y Ensayos espirituales, que
es el volumen VIII de las Obras Completas editadas por Escelicer en 1967.
Es en este ambiente
de vindicación de la capital catalana en calidad de punto de referencia
modernizador que tanto d’Ors como Maragall hicieron sus interpretaciones de
Barcelona como un ensayo de patria-ciudad. En sus artículos periodísticos,
firmados con el seudónimo de Xenius, Eugeni d'Ors concebía Barcelona como una
entidad elitista y cerrada, de vocación neoateniense y organizada
geométricamente, todo ello muy en la línea noucentista. Por el contrario, Joan
Maragall, matizando las obsesiones antiurbanas del modernismo, había entendido
Barcelona como una especie de caos pactado, algo así como un desorden
secretamente racional que le provocaba sentimientos encontrados de frustración
y fascinación. Para ambos, en cambio, lo deseable era hacer realidad una
auténtica patria urbana, un objetivo para el que resultaba indispensable algo
más que un proyecto intelectual cargado de premoniciones. Lo necesario era
superar la ausencia de una verdadera autoconciencia de ciudadanía, un amor
civil capaz de dotar de consistencia sociohumana vertebrada sólidamente lo que
no podría resultar, sin este requisito, más que una pura entelequia. D'Ors lo
planteaba en 1907, reclamando para Barcelona este espíritu que quería ver
erigiéndose más allá de la mezquindad de las existencias individuales: “Però,
no!...– Plató em valgui,
per a recordar-vos i recordar-me, com per sobre les animetes miserables dels
homes, hi ha la gran ànima de la Ciutat. I la Ciutat nostra vol ser salvada, ha
de salvar-se. Podrem no convertir en Pau, en Pere, en Berenguer en homes
civils. Però Barcelona, però Catalunya, han de guanyar Civilitat definitiva,
així ens morim tots...”. Esto lo tienes en el artículo “Entre les runes de Civilitat”, que d’Ors publicó en La Veu de Catalunya el 24 de enero de 1907 y que aparece en la
compilación Glossari (Edicions 62).
Con más lucidez aún
lo expresaba Joan Maragall con las palabras con las que cerraba un famoso
artículo suyo, publicado también en La
Veu de Catalunya, en este caso el 1 de octubre de 1909, en el que
reaccionaba ante el espectáculo terrible de la Barcelona sacudida por los
acontecimientos de la Semana Trágica: “Aquí hi
hagué potser una gran població; però per cert que mai hi ha hagut un poble.” Este
texto está recogido en Elogi de la paraula i altres assaigs (Edicions
62).
Pienso que fue el
proyecto en cierta medida alucinado de Pasqual Maragall sobre Barcelona el que
intentó sintetizar y hacer realidad los sueños contrapuestos de Joan Maragall –la
Barcelona escindida, enfrentada, creativa…, dionisíaca- y de Xènius –la
Barcelona clasicista, ordenada..., apolínea–, en el sentido sobre todo al
servicio de un programa político que aspiraba a trascender las limitaciones del
nacionalismo tanto catalán como español, considerados como caducos precisamente
por su adscripción a los viejos modelos de identificación étnica de base
lingüística, histórica o cultural. Pasqual Maragall teorizaba esta herencia en
un capítulo de Rehaciendo Barcelona genes casualmente titulado "Más allá
del nacionalismo", en el que defendía una idea de país que sería, mucho
después, el eje de su programa ideológico general como candidato finalmente
exitoso en la Presidencia de la Generalitat, ya desde su primer intento: una
Catalubnyaa metropolitana como alternativa a un nacionalismo "clásico"
basado en el "sentimiento de pertenencia y de adscripción propios de
colectivos más reducidos e históricamente previos, como la familia o la tribu
", que acababa transformándose en un código político.
O, planteando en
palabras de Ferran Mascarell –que ya hemos visto cómo y dónde ha acabado y que
tuvo un papel responsable básico en un área tan estratégica como la cultural en
el Ayuntamiento de Barcelona–, una cultura
entendida esencialmente como intercambio y no como identidad histórico-antropològica.
Esta Catalunya-ciudad implicaba un país más bien urbanizado, con una Barcelona
culturalmente vertebradora pero no excesivamente poblada y con servicios dispersos a lo largo del territorio que,
siguiendo el modelo de su cap i casal, potenciaran las capitales de provincia y
de comarca: Girona, Lleida , Tarragona, Tortosa, Vic, Manresa, Reus, etc. Es
decir, Catalunya como "sistema de ciudades". En palabras del propio Maragall,
nieto: "Cuando se habla de Catalunya-ciudad, se quiere decir esto: que
Catalunya es urbana, que está vertebrada y articulada a través de una red de municipios."
En el plano
simbólico, esta perspectiva implicaba la recuperación de una cierta tradición
historiográfica –Pierre Vilar, Manuel Arranz, Jordi Maluquer, Joaquim Albareda,
entre otros– que veía en Barcelona la esencia de una catalanidad alternativa a
la propuesta desde del nacionalismo romántico y carlista. En el plano de la
Administración política, esta orientación se concretó en la tendencia del
Ayuntamiento de Barcelona a considerarse el gobierno de un auténtico miniestado
exclusivamente urbano, el Àrea Metropolitana de Barcelona, con una extensión –si no me
equivoco con los datos– de 4.600
kilómetros cuadrados, 216 municipios y en torno a 4.350.000 habitantes. Es
verdad que este pequeño Estado –la conurbación de la Superbarcelona o Gross Barcelona-se ha presentado como la encarnación
práctica o el adelanto de la Catalunya-ciudad. También lo es que este proceso
ha sido favorecido cada vez más por dinámicas de integración territorial en red
y dispersa, que involucran comarcas cada vez más alejadas de la capital. Pero hubo
quien denunció que tras esa ilusión finalmente realizada de la Catalunya-ciudad
lo que se escondía era una centralidad despótica de Barcelona, que reducía a la categoría de colonias dependientes las ciudades del interior y que hacía de las del
cinturón industrial una prótesis-dormitorio sin apenas vida propia, hecha de
segregaciones y especializaciones al mismo tiempo sociales y funcionales, donde
la gente va a vivir en busca de alquileres más baratos o de vecindades de una cierta
distinción.