Último apartado del artículo La toma de conciencia como proceso de conversión. Sobre losrelatos de incorporación a la militancia comunista bajo el franquismo(1965-1977)”, publcado en Els camins de l'etnografia. Homenatge a Joan Prat (Universitat Rovira i Virgili, Tarragona, 2012)
LA TOMA DE CONCIENCIA EN TANTO QUE DESPERTAR
Manuel Delgado
Cobra especial
releve el aporte de Joan Prat en aquel ámbito del que politólogos e
historiadores contemporaneístas podrían obtener recursos explicativos de la
máxima utilidad para analizar fenómenos sociales actuales o cercanos y, entre
ellos, el del sentido y el valor de la militancia política antifranquista,
máxime en un contexto de persecución política con cierto paralelo con el que
han de sufrir las víctimas de la moderna heresiología que tan valientemente ha
denunciado Prat y quienes han seguido su magisterio. En efecto, Joan Prat ha
dedicado años de investigación –propia, orientando trabajos, dirigiendo tesis
doctorales– sobre ese tipo de sectas conversionistas,
que se fundamentan en la convicción de que el mundo está corrompido de manera
absoluta y sólo podrá ser liberado de su miseria moral por una transformación
que debe ser personal antes que social, emotiva antes que ideológica. Los
conversos son, en efecto, individuos que han seguido procesos más o menos
abruptos de vislumbramiento de la Verdad, procesos que son prácticamente los
mismos que los militantes secretos en la España de Franco designan como de toma de conciencia, adquisición súbita o
gradual de una certeza con valor iniciático, puesto que hace de ella alguien
del todo distinto. La mecánica, como se ve, es idéntica y tiene que ver con una
misma vivencia taxativa de lo que William James, en su clásico ensayo sobre la
experiencia religiosa, describía como la unificación definitiva de un yo que
hasta entonces se había sentido dividido y fragmentado, proceso de adquisición
de seguridad, firmeza y certeza de alguien que vive su biografía hasta ese
momento como una acumulación de desorientación, dudas y errores.
Apenas diferencia
–ni sociofuncional, ni psicológica– entre la conversión religiosa y la toma de
conciencia política y de clase. En ambos casos se produce una visión
portentosamente aclaratoria que cambia de una manera total al neófito, que
puede vivir esta metamorfosis personal de una manera gradual, pero también como
una especie de descarga, que hace ciertamente del visionario otra persona, siguiendo el modelo que
presta la mutación de Saulo de Tarso en San Pablo en el episodio de su caída
del caballo en el camino de Damasco, como aparece narrada en el capítulo 9 de
los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento. De hecho, esa imagen tiene un
remedo explícito en la película de un director de cine comunista, Juan Antonio
Bardem, “El puente” (1977), que narra las sucesivas visiones de un trabajador
–Alfredo Landa–, inicialmente insensible a los problemas sociales y la lucha
política, que emprende un viaje en moto de Madrid a la Costa del Sol, en el
transcurso del cual irá enfrentándose con diferentes situaciones de injusticia
y arbitrariedad. Cuando regresa de su desplazamiento –sin duda iniciático– su
concepción del mundo ha sufrido una total transformación: ya no es quien era;
ha despertado de su sueño; el obrero hasta aquel momento indiferente ya no
desprecia a sus compañeros sindicalistas, sino que al final de la cinta se une
a ellos para compartir su combate por el socialismo y la democracia.
Torremolinos ha sido su Damasco; la moto su caballo; el comunismo la voz de
Cristo resonando en su interior. Ha tomado conciencia.
En casi todo los
ejemplos recogidos en autobiografías y testimonios de luchadores
antifranquistas en la última fase de la dictadura encontramos expresiones de
esa toma de conciencia que se corresponde con alguna o con una mezcla de
diferentes modalidades de conversión religiosa, sobre todo las que la
tipificación clásica que Prat, siguiendo a Lofland y Skonovd, denomina intelectuales –iluminación de duración
media, escasa presión social y baja o media excitación extática–, mística –alto nivel de emocionalidad,
desencadenamiento súbito y melodramático– y afectiva
–estimulada por la participación en redes sociales o familiares que
propician el cambio. En todos los casos, la convicción radical a la que se
llega implica un cambio cualitativo en la percepción de los contextos y
funciona como una llamada inapelable, casi compulsiva, al compromiso y, más
allá aún, a la implicación –no permanecer quieto, "hacer algo”– y también
a la complicidad activa con otros con los que se comparte esta misma respuesta
obtenida a las dudas y contradicciones que dominaban la vivencia del mundo anterior
al cambio moral experimentado.
Los ejemplos de
cómo se explicita esa conexión entre toma de conciencia política y revelación
religiosa son tan abundantes como se quiera. Así, uno de los poetas de
referencia del antifranquismo, comunista proveniente de la poesía mística, Blas
de Otero, lo expresa de modo claro: "He visto y he creido", proclama
en "Fidelidad", un poema publicado en 1965 en su libro Pido la voz y la palabra, del que el
cantautor Luis Pastor hizo una exitosa –al menos en ciertos ambientes– versión
musical. Las crónicas de la lucha contra la dictadura nos proveerían también de
numerosas variables de esa misma lógica. En su novela autobiográfica El tranvía azul –una de las que mejor
refleja la dimensión personal de la actividad clandestina en Catalunya bajo el
franquismo–, Víctor Mora –que militaba en el PSUC al mismo tiempo que creaba El
Capitán Trueno– expresa los sentimientos del protagonista inmediatamente después
de haberse incorporado a la organización antifascista y proclamarlo
interiormente gritando en silencio "¡Soy comunista!": "Calle de
las Acacias abajo, bajo la llovizna que no cesaba, Martí iba exaltando, iba
sufriendo un deslumbramiento donde se mezclaban los recuerdos de las
injusticias y las humillaciones de que había sido objeto o que había
presenciado... Aquella especie de variedad laica de una ‘visión’ mística le
causó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas".
Resulta interesante
como esta connotación religiosa de la incorporación a la militancia política
prohibida puede resultar explícita sobre todo a partir de la década de los
sesenta, coincidiendo nada casualmente con los cambios en la actitud de la
Iglesia frente al régimen franquista. En ese contexto, la confusión entre estos
dos niveles -el mistérico y el político- no hará más que agudizarse y ver
aumentar su incidencia con la incorporación a las formaciones clandestinas
antifranquistas de sectores provenientes de la Iglesia. Comisiones Obreras se
nutren desde su fundación de militantes provenientes de las Hermandades Obreras
de Acción Católica –HOAC– y de la Juventud Obrera Cristiana –JOC. Decenas de
sacerdotes, monjas y seglares, influenciados por el movimiento de Cristianos
por el Socialismo, se integran en el combate clandestino contra Franco, algunos
con un papel dirigente, como Alfonso Carlos Comín o José García Nieto, primero
en Bandera Roja y después al PSUC. En paralelo a la apropiación sistemática de
locales eclesiales por las reuniones secretas y el compromiso de una parte
importante de clero con la causa democrática, los seminarios, los colegios
religiosos, las asociaciones parroquiales e incluso las agrupaciones scouts
confesionales se convirtieron en fuente de recursos humanos para la lucha
clandestina.
En conclusión. A la
hora de hacer el balance y el elogio del aporte de Joan Prat, uno de los
méritos a reconocer es el de cómo sus trabajos en el ámbito de los nuevos
movimientos religiosos y de las sectas conversionistas en particular nos animó
a los estudiosos en antropología religiosa a rebasar sus límites para
–devolviéndole la razón a Marx y, antes que a él, a los jóvenes hegelianos de
izquierda– reconocer su aplicabilidad a ámbitos de la vida social que un cierto
prejuicio nos habría hecho creer ajenos a lo que en El Capital se definen como “las nebulosas regiones del mundo de la
religión”. En este caso histórico particular que aquí se enfoca, unas
apreciaciones teóricas y unas constataciones empíricas a propósito del papel
del esclarecimiento radical de la realidad por medio de una revelación, que
Prat y sus discípulos llevaron a cabo en relación con denominaciones
milenaristas, carismáticas, pentecostales u orientalizantes, nos ayudarían a
reconocer, aplicadas al recuerdo de la incorporación a la militancia
izquierdista en condiciones de clandestinidad, hasta qué punto los combates en
pos de un nuevo horizonte histórico emancipador pasaron a estar hechos, cada
vez más declaradamente, de los mismos mimbres que los de la iluminación mística
iniciática, demostrando cómo la izquierda revolucionaria ha tendido a sustituir
cada vez más el análisis científico de la realidad por una “toma de conciencia”
que no dejaba de ser más que una variante secular del emocionalismo
subjetivista propio de la corrientes religiosas basadas en una divinización de
la experiencia privada.