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Artículo publicado en la revista Lateral, mayo de 1995
VENID, NIÑOS, HACIA LA LUZ
VENID, NIÑOS, HACIA LA LUZ
Manuel Delgado
Es tan sorprendente que el pasado 12 de abril el arzobispo de Barcelona
incluyera en su glosa dominical una extensa referencia a la reciente invitación
de Eugenio Trías a partir en pos de la Verdad? ¿Lo que Luis Racionero, que tanto
ha hecho por divulgar entre nosotros el camino
del zen, venga sonando como próximo ministro de Cultura de un eventual
gobierno neofranquista en España?
En realidad Trías y Racionero son plasmaciones de un estado de ánimo que,
por mucho que se presente como novedoso, resulta más bien recurrente. Se trata
de un trascendentalismo difuso, vagamente anarquizante –en tanto parece
rechazar toda disciplina eclesial o doctrinal–, pero profundamente
reaccionario, que se siente comprometido como avanzadilla en el advenimiento de
un orden cósmico de nuevo cuño, en que
se realice el sueño quiliásmico de una Humanidad esclarecida por luminosidad
convergente de todas las religiones, concebidas como una misma instancia
mistagógica que la estupidez de los pueblos ha degenerado y fragmentado. Estos
aliados laicos del combate de Woijtila y el Islam contra todo relativismo cultural
apenas disimulan su despotismo irracionalista, la añoranza que les embarga de
aquel respeto a la jerarquía de los verdaderos principios morales que conociera
un glorioso e improbable pasado, cuya memoria agravian hoy los espasmos de la
historia y la irreductible diversidad de las culturas.
Es fácil establecer la genealogía de esa "vieja espiritualidad"
que inspira Oriente y Occidente, de
Racionero, o la Edad del espíritu, de
Trías. La base sería la mezcla de esoterismo emanantista y universalismo
ilustrado que operaron la masonería y el rosacruzismo desde el XVIII. Seguiría
el éxito de Swedenborg entre románticos y simbolistas, la incorporación de la
mística indotibetana de la mano de la teosofía de la Blavatski y enseguida de
Gurdieff. De ahí, tanto socialismo mágico nazi –Eckardt, Rosenberg, Haushoffer-
como las asociaciones mistérico-nihilistas organizadas en torno a Bataille –el
Colegio de Sociología y, sobre todo, el grupo Acèphale-. Luego, la
contracultura californiana de los años 60 y la soteriología yuppie de la new age han revitalizado esa preocupación por demostrar que todas
las proyecciones trascendentes del individuo son en cierto modo equivalentes y
habrá un tiempo en que el mundo cansado de arrastrar la condena de Babel, se
liberará de su antigua condición de múltiple para abrazar la verdadera
Claridad.
Tras su look literario y contracultural este tipo de animosidades han
aprendido a cristalizarse en teorizadores a los que cabría presentar como anarcoiluminados, que suelen pensarse a
sí mismos como vivas promesas de un casi milenarista
"acontecimiento", por decirlo a la manera que acaba de hacerlo un
Trías recién convertido al joaquinismo, consistente de hecho en el
restablecimiento de lo que Splenger llamaba la "edad mítico-mística y
creadora", que, como el autor de La
decadencia de Occidente habría querido, permitiera acallar la algarabía
provocada por la incomprensible resistencia que los pobres mortales oponen a la
atracción del Centro. Ese mismo Centro, por cierto, que Trías y Racionero tan inmejorablemente
están convencidos de encarnar hoy entre nosotros.