diumenge, 23 de setembre del 2012

Palabras de agredecimiento por la distinción como Pofesor Honorífico concedido por la Universidad Nacional de Colombia en Medellín. Mensaje leído en la ceremonia de entrega el 20/9/2012


Recibo con inmensa alegría y agradecimiento el privilegio de que me hacen objeto distinguiéndome como profesor honorario de esa Universidad Nacional de Colombia en Medellín. No por razones sólo académicas, sino también personales, considerando lo íntimo y profundo de todo lo que aquí con ustedes y de ustedes aprendí, que fue mucho más de lo que vine a enseñar. Me esfuerzo por creer que lo merezco, que es como decir que los merezco.

Nada aventuraba hace dieciocho años, en agosto de 1994, que esa ciudad y esa Universidad iban a significar tanto para mí. Llegado para participar en el Congreso de Antropología en Colombia, un apenas previsto contacto con quienes luego serían maestros y amigos –Jaime Xibillé, Joan Gonzalo Moreno, Jairo Montoya– estaba felizmente destinado a modificar mi forma de mirar y escuchar al mundo. Fueron ellos quienes, dándome un espacio en su Postgrado de Estética, me enfrentaron con dilemas intelectuales, planteados por ellos mismos y por sus estudiantes, de los que, a su vez, se derivaron nuevas ideas y nuevas preguntas, cada una cuales implicaba la superación de un obstáculo y la aparición de otro nuevo, todavía más apasionante y retador.

Piénsese que acaso entre mis trabajos el que más reconocimiento ha obtenido, El animal público, se concibió y se empezó a escribir a la sombra y a la luz de las discusiones intelectuales y las charlas informales –siempre apasionadas– con estos amigos, estudiantes y profesores del Postgrado de Estética. Que fue en esta Universidad y en ese marco académico de donde arrancaron lealtades a las que prometo no decepcionar. De mi encuentro con ustedes nacieron no sólo ideas, sino también sentimientos y sensaciones que llevó tatuados en mi memoria y mi inteligencia. Todo lo pensado, todo lo vivido, todo lo soñado…, todo lo que me impide marcharme de Medellín, donde siempre acabo encontrado ese último refugio para mis escasas verdades, las apenas tres o cuatro cosas de las que estoy un poco seguro y para las que cualquier discurso habrá de ser siempre injusto.

Empecé a estar en deuda con ustedes –a través de Jairo, Jaime, Gonzalo– dentro de no mucho hará veinte años. Esa deuda aumentó ya gracias o por feliz culpa de Jorge Echevarría y de Manuel Bernardo. Y ahora aquí me tienen, en ausencia sólo física, para venir a reconocer que lo que les debo ahora ya es impagable. Nunca podré devolverles lo que me dieron y a veces les arranqué, a ustedes y a esa extraña ciudad que me obligaron a amar, porque amar no se puede si no es sin querer. Y yo amo a esa ciudad sin poder remediarlo, sin poder evitarlo; a esa ciudad que ustedes habitan y que a mí me habita.

Muchas gracias.

[La fotografía corresponde a la rotonda El Volador en la sede en Medellín de la Universidad Nacional de Colombia. Está tomada de panoramio.com]


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