Desfile de las tropas franquistas por la Diagonal de Barcelona en febrero de 1939.
Es de Albert Louis Deschamps, |
Este artículo
fue publicado en El País el 19 de mayo de 2000. Fue
escrito a propósito de la polémica suscitada por las calles por las que debía
desfilar el ejército con motivo del Día las Fuerzas Armadas, que el Partido
Popular había decidido escenificar en Barcelona el 27 de aquel mismo mes. Después de descartar la Diagonal, por la evocación que se podìa suscitar la entrada de las tropas de Franco en Barcelona y el primer Desfile de la Victoria, en 1939, se barajaron y descartaron diferentes itinerarios. Al final, el desfile se llevó a cabo en el parque de Montjuïc prácticamente a puerta cerrada.
MALAS CALLES
Manuel Delgado
Toda ciudad es una sociedad de
lugares, unidos entre sí por una red de itinerarios que les permiten dialogar
entre sí. En cada uno de esos puntos y trayectos hay implícita una memoria, un
nudo que permite conectar el pasado con el presente. Las deambulaciones
rituales que periódicamente conoce una ciudad son una prueba de esta puesta en
significado de que son objeto constantemente sus calles y plazas. Las manifestaciones,
cabalgatas, rúas, carreras populares, procesiones, desfiles, comitivas o
pasacalles que recorren la trama urbana funcionan como coágulos humanos cuya
homogeneidad relativa contrasta con la extremada versatilidad y fragmentación
de la actividad cotidiana de la calle. Cada uno de esos actos-río es una
colonización efímera, una conquista provisional de parte o toda una urbe
por un sector de la sociedad que la
mora.
Quienes hacen que por un momento la
calle sirva para una sola cosa de orden expresivo –sindicalistas, vecinos
descontentos, ecologistas, gigantes y cabezudos, colla de diables, equipos de fútbol victoriosos, líderes políticos,
séquitos religiosos, cortejos reales, masa de atletas...– elaboran un discurso
cuyos factores son los lugares desde los que se sale, por los que se
transcurre, en los que se hacen altos o en los que se desemboca. También es
elocuente el hecho de que el flujo no ordinario producido suba o baje, entre o
salga, dure más o menos, o distribuya de un modo u otro la relación de sus
componentes entre sí o con quienes contemplan su paso... Cada segmento social
reunido poetiza así a su manera los puntos del mapa urbano, crea con ellos su
propia métrica simbólica, los ritma y los rima, al mismo tiempo que son los
propios sitios resaltados los que se ocupan de interpelarse entre sí. Esa
condensación súbita que se mueve por las calles establece una malla sobre el
espacio público, genera un orden topográfico hecho de inclusiones y exclusiones
en que se irisan identidades, sentimientos, proyectos o intereses presentes en
la sociedad. El paisaje urbano se convierte así en un paisaje moral,
sentimental e ideológico.
Toda
deambulación simbólica extraordinaria suscita una sacralización o dotación de sentido especial y superior al
ordinario de ciertos aspectos de la morfología urbana, como si la
cristalización excepcional que se ha producido asignase una plusvalía a los
espacios por lo que se transita, reconociendo el valor cognitivo o afectivo de
que la memoria dota a los puntos y líneas involucrados en la acción. A su vez,
la configuración de las rutas implica un consenso sobre qué significan los
lugares que los reunidos manipulan simbólicamente con todo tipo de
intervenciones acústicas y ornamentales. Esos usos excepcionales –verdaderas performances– sirven para que una
colectividad socialice el espacio, se apropie de él para convertirlo en soporte
para la creación y evocación de sentidos. Nunca se escoge al azar una
preferencia espacial.
Barcelona
es un ejemplo constante de ese tipo de recorridos supernumerarios que proclaman
el vínculo de una fracción social con la ciudad. Con todo, se pueden observar
querencias espaciales recurrentes que hacen, por ejemplo, que los actos de look tradicional prefieran el casco
antiguo, las manifestaciones estudiantiles partan de la plaza de Universitat y
las sindicales de la plaza Urquinaona, o que los radicales tengan inclinación
por las callejuelas de Gràcia. Hay calles y plazas que son muy subrayadas
–Rambles, Pelai, Via Laietana, paseo de Gràcia, plaza Universitat... Otras, en
cambio, resultan más bien ignoradas, como la Rambla Catalunya, Balmes o Ronda
Universitat. Existen puntos muy enfatizados –Canaletes, monumentos como el de
Rafael Casanovas, la plaza de Sant Jaume, ciertas esquinas como paseo de Gràcia
con Aragò o Ronda Sant Pere, etc.–, mientras que otros no se usan nunca. Si se
observa, la gran mayoría de esos desplazamientos rituales se producen hacia abajo, hacia dentro y hacia el
noreste, es decir en dirección montaña-mar, Eixample-Ciutat Vella y
Llobregat-Besós. Últimamente los grupos alternativos tienden a desentenderse de
esas convenciones, subvierten los itinerarios tradicionales y encuentran en su
relación intensa y creativa con el espacio público uno de sus rasgos más
singulares.
De
ahí las lecturas topográficas que impugnan o tratan de dulcificar la presencia
del Ejército por las calles de Barcelona. Fue razonable que se descartará la
Diagonal en su tramo central, arguyendo razones simbólicas asociadas a los
empleos que hizo el franquismo de esa vía, en cierto modo «su avenida», una
«mala calle» para la memoria de la libertad. Se intentó suavizar la connotación
llevando a las tropas a marchar por la parte de la Diagonal que atraviesa la
Zona Universitaria, siguiendo un itinerario de salida, con lo que los
ciudadanos podrían celebrar no que llegaran los soldados, sino que se fueran.
Además, ahí está el monumento a los Caídos, con lo que las resonancias
afectivas hubieran continuado siendo muy negativas. Luego de un humillante
peregrinaje por el plano de la ciudad, se ha optado con una parte del parque de
Montjuïc asociada al Salón de la Infancia y la Juventud y a la Cursa de El
Corte Inglés. Intento patético por carnavalizar el evento o hacerlo pasar por
una especie de festival infantil. En cualquier caso, se ha levantado una viva
polémica entre quienes consideran a los militares como extraños indeseables y
quienes quieren cumplir con ellos con un elemental principio de hospitalidad,
que pasa por sugerirles que molesten lo menos posible y se larguen cuanto
antes.
Ya
se verá como acabará todo. Pero, sea lo que sea lo que acontezca, el
protagonismo le volverá a corresponder a la gramática que conforman las calles
y las plazas, elementos básicos de ese lenguaje con que los habitantes de una ciudad
proclaman mensajes y existencias, dirimen diferencias, escenifican conflictos
o, en este caso, establecen quién es digno de hacerse cuerpo entre nosotros y
quién no lo es.