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Mensaje para Daniel Ulloa, doctorando
CONMUTACIÓN DE CÓDIGO Y COMPETENCIA COMUNICACIONAL
Manuel Delgado
Ciertamente el enfoque de la lingüística interaccional ha de serte útil para lo que quieres hacer. Recuerda que hablamos de la conmutación de código como un concepto clave para entender el ajuste mutuo que deben hacer personas que manejan códigos culturales diferenciados en contextos de copresencia en eventos comunicativos, es decir en lo que en clase hemos mostrado como “en situación”.
La conmutación de código es uno de los aspectos de
la competencia comunicativa o comunicacional, es decir de la capacidad que
tienes los interactuantes de llevar a cabo el proceso de comunicación poniendo
en marcha y articulando los recursos adecuados para ser reconocidos como
concertantes en marcos de negociación situada, en tanto pueden conocer –o
mejor, reconocer– de manera automática las reglas que organizan y dan sentido a
cada encuentro social. La noción de competencia comunicacional deriva de la competencia lingüística de la gramática generativa, sólo que la complementa en orden a entender ese extraordinario dispositivo de
acomodo mútuo que es la vida pública, esos acuerdos lingüísticos entre desconocidos que se articulan y desvanecen
en la cotidianeidad urbana.
Como te digo, el punto de partida es el valor competencia tomado de la lingüística
generativa. Eso nos obliga a remitirnos a los aportes de Noam Chomsky, de quien
no sé si alguien se acuerda ya que era –no sé si a estas alturas de su
conversión en “intelectual de referencia” oficial– lo continua siendo. Para
Chomsky la competencia es la capacidad virtual de producir y comprender un
número infinito de enunciados así como de manejar una cantidad no menos
indeterminada de códigos. Se trata de un saber, una facultad o potencialidad
latente previa a la acción y requisito para ella. Este asunto lo trata Chomsky
sobre todo en Aspectos de la teoría de la
sintaxis (Anagrama). De ahí se parte a la hora de proponer ese concepto de competencia de comunicación, alusivo a
la facultad explícita o implícita, simétrica o desigual, que le hace posible a
un individuo dado cualquiera conocer las normas psicológicas, sociales o
culturales que están presupuestas en todo acto de comunicación, ya sea este
contractual o polémico.
El interaccionismo lingüístico basa sus postulados
en tres nociones esenciales: la conmutación
de código, competencia social básica que ejercitan actores extraídos de
grupos culturales, de clase, de edad o lingüísticos completamente distintos,
que participan de unos mismos encuentros y que han de poner en común su
competencia comunicativa; los índices de
contextualización, que son los recursos que reclaman o producen los
interactuantes para definir las situaciones en que participan y establecer las
estrategias y los consensos provisionales que permiten moverse en ellas
adecuadamente, y la inferencia
conversacional, o lógica práctica de una puesta en congruencia que permite
la mutua inteligibilidad de los interactuantes y la negociación y el compromiso
entre ellos. La idea de competencia comunicativa remite a la estructuración de
los intercambios lingüísticos entendidos como organización de la diversidad, en
marcos sociales –la vida urbana cotidiana– en los que todos dependemos o
podemos depender en cualquier momento de personas –a veces desconocidos
totales– con los que puede ser que compartamos pocos rasgos culturales. El
lenguaje no expresa ya una comunidad humana, como había querido la lingüística
idealista heredera del romanticismo o, más tarde, el relativismo lingüístico y
cultural, sino como acción que se desarrolla con fines prácticos de cooperación
entre individuos que han de compartir un mismo escenario y que participan de
unos mismos acontecimientos. Cada instante social concreto implica una tarea
inmediata de socialización de los copartícipes, tarea en la que los actores
aprenden rápidamente cuál es la conducta adecuada, cómo manejar las impresiones
ajenas y cuáles son las expectativas suscitadas en el encuentro. Existen
sistemas lingüísticos y culturales subyacentes, pero son éstos los que resultan
determinados por su uso por parte de los hablantes y no al revés, como supondría
el idealismo lingüístico a lo Whorf-Sapir y otros herederos del esencialismo de
la lingüística romántica de Von Humboldt.
Una perspectiva general de la lingüística
interaccional lo tienes en Lenguaje y
cultura, de John J. Gumperz y Adrian Bennett (Anagrama). Una buena
introducción al concepto de conmutación de código lo tienes en el capítulo
dedicado a las convenciones de contextualización de Engager la conversation. Introduction
à la sociolinguistique interactionnelle (Minuit), de Gumperz. Mira en la
biblioteca y busca lo que haya de este Gumperz o de Dell Hymes. Hay bastantes
cosas.
Recuerda el ejemplo cinematográfico que ofrecí de
conmutación de código en el episodio de Nueva York de “Night at Earth”, de Jim
Jarmusch, el del Yoyo y Helmut, la de aquel negro que quiere volver a casa en
taxi y el único que le para es el que conduce un antiguo payaso de la República
Democrática Alemana, que no sabe inglés, no conoce la ciudad y tampoco sabe
conducir, al menos un coche automático, personajes que se ven obligados a
conmutar códigos culturales completamente distintos, para dar pie a un cierta y
breve gran amistad. Aprovecho para reconocer que no es original mía ese ejemplo
y lo tomé del libro de Isaac Joseph Erving
Goffman y la microsociología (Gedisa), que tiene un capítulo que también te
podría ir bien como iniciación a esta perspectiva.
Si te quieres complicar un poco más la vida, me
permito hacerte notar que esta perspectiva que te resumo y te animo a conocer
mejor sería análoga a la derivada de la filosofía del lenguaje de Wittgenstein,
para la que el lenguaje no es un código sometido a unas reglas de significación
sino uso y pasa a ser reconocido como una actividad cooperativa que se
constituye y resulta accesible a partir de su propia praxis por una
colectividad, puesto que “un significado de una palabra es una manera de su
utilización [...] Es por esto que existe una correspondencia entre los
conceptos ‘significado’ y ‘regla’”, como dice la entrada Wittgenstein en § 62
de Sobre la certidumbre (Gedisa). Esa
regla no puede ser, no obstante,
nunca obedecida privadamente, puesto que, por definición, seguir una regla es
“hacer una comunicación, dar una orden, jugar una partida de ajedrez, son costumbres (usos, instituciones)”. Ahora
bien, eso no implica que una orden tenga por fuerza que determinar manera
alguna de actuar, puesto que cualquier manera de actuar puede ser forzada a
concordar con cualquier regla o, al revés, a contradecirla. Esa paradoja es
resuelta por Wittgenstein advirtiendo cómo una regla no es nunca su interpretación, sino su aplicación. Así, aquel investigador
forastero al que se refiere Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas llega a otro país distinto del suyo y
aprende enseguida cuál es la manera de comportarse para resultar aceptable a
partir de la simple observación de lo que hacen aquellos que van a constituir
para él su nuevo paisaje humano. Esto lo tienes en § 206 del libro.
Este tipo de enfoques son idóneos para tu objeto de
estudio, es decir para circunstancias sociales en los que la comunidad de
hablantes-oyentes no es culturalmente homogénea y éstos han de plegarse
constantemente a contingencias contextuales fundadas en la pluralidad de
tradiciones, códigos e incluso de biografías personales, que obligan a ajustes
y reajustes ininterrumpidos que, a su vez, generan morfologías sociales y
universos culturales compartidos durante un breve lapso de tiempo. Estas
circunstancias de encuentro y colaboración entre distintos culturales, en los
que los malentendidos y las interferencias en la relación interpersonal suelen
ser frecuentes, pero no por fuerza estériles, y pueden, a pesar de ello –o
acaso por ello–, generar sentimientos de simpatía e incluso de pertenencia o
identidad compartidas, sociedades momentáneas cuyos componentes hacen aflorar
esa tantas veces sorprendente potencialidad humana para el acuerdo y la
cooperación.