dimarts, 10 de setembre del 2019

Conmutación de código y competencia comunicacional


La foto es de Lauren Roth
Mensaje para Daniel Ulloa, doctorando

CONMUTACIÓN DE CÓDIGO Y COMPETENCIA COMUNICACIONAL
Manuel Delgado

Ciertamente el enfoque de la lingüística interaccional ha de serte útil para lo que quieres hacer. Recuerda que hablamos de la conmutación de código como un concepto clave para entender el ajuste mutuo que deben hacer personas que manejan códigos culturales diferenciados en contextos de copresencia en eventos comunicativos, es decir en lo que en clase hemos mostrado como “en situación”.

La conmutación de código es uno de los aspectos de la competencia comunicativa o comunicacional, es decir de la capacidad que tienes los interactuantes de llevar a cabo el proceso de comunicación poniendo en marcha y articulando los recursos adecuados para ser reconocidos como concertantes en marcos de negociación situada, en tanto pueden conocer –o mejor, reconocer– de manera automática las reglas que organizan y dan sentido a cada encuentro social. La noción de competencia comunicacional deriva de la competencia lingüística de la gramática generativa, sólo que la complementa en orden a entender ese extraordinario dispositivo de acomodo mútuo que es la vida pública, esos acuerdos lingüísticos entre desconocidos que se articulan y desvanecen en la cotidianeidad urbana.

Como te digo, el punto de partida es el valor competencia tomado de la lingüística generativa. Eso nos obliga a remitirnos a los aportes de Noam Chomsky, de quien no sé si alguien se acuerda ya que era –no sé si a estas alturas de su conversión en “intelectual de referencia” oficial– lo continua siendo. Para Chomsky la competencia es la capacidad virtual de producir y comprender un número infinito de enunciados así como de manejar una cantidad no menos indeterminada de códigos. Se trata de un saber, una facultad o potencialidad latente previa a la acción y requisito para ella. Este asunto lo trata Chomsky sobre todo en Aspectos de la teoría de la sintaxis (Anagrama). De ahí se parte a la hora de proponer ese concepto de competencia de comunicación, alusivo a la facultad explícita o implícita, simétrica o desigual, que le hace posible a un individuo dado cualquiera conocer las normas psicológicas, sociales o culturales que están presupuestas en todo acto de comunicación, ya sea este contractual o polémico.

El interaccionismo lingüístico basa sus postulados en tres nociones esenciales: la conmutación de código, competencia social básica que ejercitan actores extraídos de grupos culturales, de clase, de edad o lingüísticos completamente distintos, que participan de unos mismos encuentros y que han de poner en común su competencia comunicativa; los índices de contextualización, que son los recursos que reclaman o producen los interactuantes para definir las situaciones en que participan y establecer las estrategias y los consensos provisionales que permiten moverse en ellas adecuadamente, y la inferencia conversacional, o lógica práctica de una puesta en congruencia que permite la mutua inteligibilidad de los interactuantes y la negociación y el compromiso entre ellos. La idea de competencia comunicativa remite a la estructuración de los intercambios lingüísticos entendidos como organización de la diversidad, en marcos sociales –la vida urbana cotidiana– en los que todos dependemos o podemos depender en cualquier momento de personas –a veces desconocidos totales– con los que puede ser que compartamos pocos rasgos culturales. El lenguaje no expresa ya una comunidad humana, como había querido la lingüística idealista heredera del romanticismo o, más tarde, el relativismo lingüístico y cultural, sino como acción que se desarrolla con fines prácticos de cooperación entre individuos que han de compartir un mismo escenario y que participan de unos mismos acontecimientos. Cada instante social concreto implica una tarea inmediata de socialización de los copartícipes, tarea en la que los actores aprenden rápidamente cuál es la conducta adecuada, cómo manejar las impresiones ajenas y cuáles son las expectativas suscitadas en el encuentro. Existen sistemas lingüísticos y culturales subyacentes, pero son éstos los que resultan determinados por su uso por parte de los hablantes y no al revés, como supondría el idealismo lingüístico a lo Whorf-Sapir y otros herederos del esencialismo de la lingüística romántica de Von Humboldt.

Una perspectiva general de la lingüística interaccional lo tienes en Lenguaje y cultura, de John J. Gumperz y Adrian Bennett (Anagrama). Una buena introducción al concepto de conmutación de código lo tienes en el capítulo dedicado a las convenciones de contextualización de Engager la conversation. Introduction à la sociolinguistique interactionnelle (Minuit), de Gumperz. Mira en la biblioteca y busca lo que haya de este Gumperz o de Dell Hymes. Hay bastantes cosas.

Recuerda el ejemplo cinematográfico que ofrecí de conmutación de código en el episodio de Nueva York de “Night at Earth”, de Jim Jarmusch, el del Yoyo y Helmut, la de aquel negro que quiere volver a casa en taxi y el único que le para es el que conduce un antiguo payaso de la República Democrática Alemana, que no sabe inglés, no conoce la ciudad y tampoco sabe conducir, al menos un coche automático, personajes que se ven obligados a conmutar códigos culturales completamente distintos, para dar pie a un cierta y breve gran amistad. Aprovecho para reconocer que no es original mía ese ejemplo y lo tomé del libro de Isaac Joseph Erving Goffman y la microsociología (Gedisa), que tiene un capítulo que también te podría ir bien como iniciación a esta perspectiva.

Si te quieres complicar un poco más la vida, me permito hacerte notar que esta perspectiva que te resumo y te animo a conocer mejor sería análoga a la derivada de la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, para la que el lenguaje no es un código sometido a unas reglas de significación sino uso y pasa a ser reconocido como una actividad cooperativa que se constituye y resulta accesible a partir de su propia praxis por una colectividad, puesto que “un significado de una palabra es una manera de su utilización [...] Es por esto que existe una correspondencia entre los conceptos ‘significado’ y ‘regla’”, como dice la entrada Wittgenstein en § 62 de Sobre la certidumbre (Gedisa). Esa regla no puede ser, no obstante, nunca obedecida privadamente, puesto que, por definición, seguir una regla es “hacer una comunicación, dar una orden, jugar una partida de ajedrez, son costumbres (usos, instituciones)”. Ahora bien, eso no implica que una orden tenga por fuerza que determinar manera alguna de actuar, puesto que cualquier manera de actuar puede ser forzada a concordar con cualquier regla o, al revés, a contradecirla. Esa paradoja es resuelta por Wittgenstein advirtiendo cómo una regla no es nunca su interpretación, sino su aplicación. Así, aquel investigador forastero al que se refiere Wittgenstein en sus Investigaciones filosóficas llega a otro país distinto del suyo y aprende enseguida cuál es la manera de comportarse para resultar aceptable a partir de la simple observación de lo que hacen aquellos que van a constituir para él su nuevo paisaje humano. Esto lo tienes en § 206 del libro.

Este tipo de enfoques son idóneos para tu objeto de estudio, es decir para circunstancias sociales en los que la comunidad de hablantes-oyentes no es culturalmente homogénea y éstos han de plegarse constantemente a contingencias contextuales fundadas en la pluralidad de tradiciones, códigos e incluso de biografías personales, que obligan a ajustes y reajustes ininterrumpidos que, a su vez, generan morfologías sociales y universos culturales compartidos durante un breve lapso de tiempo. Estas circunstancias de encuentro y colaboración entre distintos culturales, en los que los malentendidos y las interferencias en la relación interpersonal suelen ser frecuentes, pero no por fuerza estériles, y pueden, a pesar de ello –o acaso por ello–, generar sentimientos de simpatía e incluso de pertenencia o identidad compartidas, sociedades momentáneas cuyos componentes hacen aflorar esa tantas veces sorprendente potencialidad humana para el acuerdo y la cooperación.


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