Mural de la dinastía Ming, exhibido en el Museo de Sexo Chino de Xian. |
ORIENTACIONES SEXUALES
Manuel Delgado
En tanto tuvo como vehículo las crónicas misioneras y la literatura de viajes –al menos hasta Burton–, el interés occidental por las sexualidades exóticas estuvo determinado por la voluntad de confirmar en ellas la condición inferior atribuida al salvaje y al pagano. En el caso de la vida sexual en la antigua China esa visión arranca ya en el siglo XIII con los relatos de Marco Polo. Lejos de tales prejuicios se publicaba a principios de los años 60 La vida sexual en la antigua China, del sinólogo holandés Robert Hans van Gulik, un libro insustituible en todo lo que hace a la historia de la cultura sexual en Extremo Oriente y en especial a sus connotaciones religiosas, íntimamente vinculadas al taoísmo, al lamaísmo y al confucionismo, así como a la alquimia tántrica, a la que ese libro le dedicaba un amplio epílogo. Siruela tiene el acierto de acercarle ahora esta obra al lector en lengua castellana, en una edición impecable, profusamente ilustrada.
Ahora bien, es una pena que Siruela no haya incluido una introducción a la fascinante personalidad de van Gulik, del que acaba de publicarse una biografía en inglés. Nace en 1910, hijo de un médico militar holandés destinado en Java, aprende pronto chino y malayo, estudia el budismo, se forma como musicólogo y especialista en derecho chino, se casa con la hija de un mandarín, estudia de mayor árabe y sánscrito, para acabar sus días en 1967 como embajador de los Países Bajos en Japón. Lo más curioso de ese singular autor es que llegue a alcanzar la popularidad no como el gran erudito que fue, sino como creador de uno de los detectives de novela policiaco más conocidos, a la altura de un Poirot, de un Marlowe o de un Simenon: el juez Ti, un sagaz magistrado chino del siglo VII, en plena dinastía T'ang, alguna de cuyas aventuras han sido vertidas al castellano por Plaza y Janés: La perla del emperador, El fantasma del templo, El monasterio encantado, El pabellón rojo...
La vida sexual en la antigua China es, sin duda, un libro al mismo tiempo severo, en el uso e interpretación de sus fuentes, y delicioso, en tanto desborda sensitividad a la hora de captar y transmitir las sutilezas de una compleja cosmología, de la que la sexualidad es sólo uno de sus aspectos. El libro abarca un amplio periodo de la historia de China, que va desde el 1500 a. C. hasta la instauración de la dinastía Ch'ing, a mediados del siglo XVII, y con ella de un puritanismo sexual inédito hasta entonces. En su recorrido, Van Gulik extrae de los manuales para recién casados, de la literatura profana o religiosa, de la mitología, de los textos médicos y de las imágenes artísticas, informaciones sobre el erotismo chino que ya podrían satisfacer una lectura simplemente curiosa: prostitución, hermafroditismo, homosexualidad, técnicas para retardar la eyaculación, valor excitante atribuido a los pies femeninos, fórmulas para agrandar el pene, etc. Ahora bien, van Gulik no se conforma con brindarnos un paisaje sexual sorprendente, sino que remite sus datos sobre la vida sexual a otros relativos a la moda, las normas de higiene, la herencia, la organización familiar, la economía, los derechos de propiedad, hasta trazar una completa cartografía de la estructura social, la estética y el pensamiento chinos en las etapas históricas estudiadas. En la perduracion de algunos de estos elementos sexológicos –el equilibrio entre los sexos basado en la oposición ying-yang, por ejemplo– crée ver van Gulik la clave de la solidez y la persistencia de la cultura china.
No es casual que van Gulik inscriba su obra bajo la rúbrica de la antropología. En cierto modo, el objetivo del autor es desmentir el supuesto de que la cultura china era sexofóbica, cuando fue el poder manchur el que implantó allí una separación de los sexos y un ascetismo de inspiración confuciana que implicaban una ruptura con lo que hasta entonces habían sido las artes amatorias en China. Así, si la obra se proclama antropológica no es porque atienda lo raro o lo lejano, sino porque se suma a una empresa iniciada por Malinowski y Margared Mead en orden a relativizar toda ética sexual, contemplando el sistema de disuasiones y persuasiones en materia sexual como un constructo sociocultural y no como un principio natural inmutable. Este libro que aquí se presenta traía de la China premoderna nuevas pruebas de que era la cultura la que cargaba la sexualidad de cadenas, y que era a la cultura a la que potencialmente le correspondía devolverla a aquel estado que otras sociedades u otros momentos históricos más libres habían demostrado posible.
La vida sexual en la antigua China es, sin duda, un libro al mismo tiempo severo, en el uso e interpretación de sus fuentes, y delicioso, en tanto desborda sensitividad a la hora de captar y transmitir las sutilezas de una compleja cosmología, de la que la sexualidad es sólo uno de sus aspectos. El libro abarca un amplio periodo de la historia de China, que va desde el 1500 a. C. hasta la instauración de la dinastía Ch'ing, a mediados del siglo XVII, y con ella de un puritanismo sexual inédito hasta entonces. En su recorrido, Van Gulik extrae de los manuales para recién casados, de la literatura profana o religiosa, de la mitología, de los textos médicos y de las imágenes artísticas, informaciones sobre el erotismo chino que ya podrían satisfacer una lectura simplemente curiosa: prostitución, hermafroditismo, homosexualidad, técnicas para retardar la eyaculación, valor excitante atribuido a los pies femeninos, fórmulas para agrandar el pene, etc. Ahora bien, van Gulik no se conforma con brindarnos un paisaje sexual sorprendente, sino que remite sus datos sobre la vida sexual a otros relativos a la moda, las normas de higiene, la herencia, la organización familiar, la economía, los derechos de propiedad, hasta trazar una completa cartografía de la estructura social, la estética y el pensamiento chinos en las etapas históricas estudiadas. En la perduracion de algunos de estos elementos sexológicos –el equilibrio entre los sexos basado en la oposición ying-yang, por ejemplo– crée ver van Gulik la clave de la solidez y la persistencia de la cultura china.
No es casual que van Gulik inscriba su obra bajo la rúbrica de la antropología. En cierto modo, el objetivo del autor es desmentir el supuesto de que la cultura china era sexofóbica, cuando fue el poder manchur el que implantó allí una separación de los sexos y un ascetismo de inspiración confuciana que implicaban una ruptura con lo que hasta entonces habían sido las artes amatorias en China. Así, si la obra se proclama antropológica no es porque atienda lo raro o lo lejano, sino porque se suma a una empresa iniciada por Malinowski y Margared Mead en orden a relativizar toda ética sexual, contemplando el sistema de disuasiones y persuasiones en materia sexual como un constructo sociocultural y no como un principio natural inmutable. Este libro que aquí se presenta traía de la China premoderna nuevas pruebas de que era la cultura la que cargaba la sexualidad de cadenas, y que era a la cultura a la que potencialmente le correspondía devolverla a aquel estado que otras sociedades u otros momentos históricos más libres habían demostrado posible.