Del artículo Romerías sin santuario, procesiones sin curas. Notas sobre la religiosidad popular de los catalanoandaluces, Demófilo, 17 (1996): 39-56.
La actitud de la Iglesia catalana ante la religiosidad catalanoandaluza
Manuel Delgado
Para el nacional-catolicismo catalán y, por extensión, para el nacionalismo conservador de él dependiente la religiosidad andaluza se inscribe en una cierta visión de lo que es el subdesarrollo cultural, propio de pueblos poco o mal modernizados y ubicados en un eslabón inferior en el camino hacia el Progreso y la Civilización. En este orden de cosas relativo a la actitud del nacionalismo confesional, cabe recordar también que es a la democratacristiana Unió Democràtica de Catalunya, uno de los partidos que conforman la coalición de gobierno, que se le atribuye el principal papel de obstaculiza¬ción frente a las iniciativas que pretenden la homologación en tanto que catalanas de las producciones culturales andaluzas en Cataluña.
La manera como la Iglesia catalana se ha enfrentado oficialmente con el supuesto ritualismo andaluz ha tenido expresiones de tensión, que en ocasiones han desembocado en problemas de orden público. En marzo de 1994 el Arzobispado de Barcelona desautorizó la misa que pretendía celebrarse con motivo del festival de sevillanas que organiza Radio Tele-Taxi y presenta Justo Molinero, a la que finalmente asistieron más de 300.000 personas. En la población costera de Pineda de Mar, en la barriada de mayoría andaluza de Poble Nou, una cofradía organiza cada año una modesta procesión de Viernes Santo, que consta de dos pasos: el de Nuestra Señora de los Dolores y el del Cristo Yacente. En la edición de 1987, el Obispo de Girona, Jaume Camprodón, decidió desvincular a la parroquia del barrio la de Sant Joan Baptista de la procesión, negándose a facilitar la iglesia para la ceremonia y enviando a dos sacerdotes conciliares que se negaron a participar en los actos y todavía aumentaron más el mal ambiente en el pueblo. El cofrade y concejal socialista Manuel Rebollo declaró a la prensa que "las altas jerarquías eclesiales no pueden digerir que un barrio en el que la mayoría son inmigrantes exprese su extraordinario amor a la fe con una procesión en la que se cantan saetas. No quieren que los emigrantes tengamos nuestra propia cultura. Les cae como una patada" (en El País, 16 de abril de 1987).
Así fue que la procesión no pudo salir de la Iglesia, como cada año, sino que tuvo que hacerlo de un almacén de chatarra. Las imágenes, que el Obispo había llamado "esos ninots" (literalmente "monigotes"), no eran reconocidas como sagradas, por mucho que los cofrades conservan un video de la bendición, y en principio debían ser custodiadas durante el trayecto por un piquete de la Guardia Civil. También asistió el alcalde Josep Aragonés, elegido en una lista conservadora. Pero el alcalde desapareció y los miembros de la Benemérita demostraron estar allí para guardar otras cosas, en el momento en que, finalizada la procesión, los asistentes se empeñaron en introducir como fuera los pasos en la iglesia, que había sido cerrada a cal y canto. Se produjo entonces un considerable tumulto a las puertas del templo, cuando los nazarenos, costaleros y el público en general, entre increpaciones a los curas de "pistoleros", intentaron derribarlas, episodio que acabó saldándose con varios contusionados (cf. El País, Barcelona, 19 de abril de 1987).
Los problemas de este tipo han sido constantes. En el conflictivo barrio de La Mina, en Sant Adrià del Besós y de mayoría gitana, se organiza cada año una procesión que nació espontáneamente de la voluntad de los vecinos. Sobre el inicio de la tradición, uno de sus protagonistas, hoy hermano secretario de la ya institucionalizada Cofradía de la Santa Cruz, explicaba a la prensa: "Estábamos tomando unos vinos cuatro amigos. Era Viernes Santo y faltaban sólo tres horas para la procesión. ¿Nos vamos a quedar también este año sin procesión?. Y yo dije: 'este año no'... Cogimos pues dos maderos para hacer una cruz. Mi cuñado se ofreció de Jesús. Pero nos faltaba la túnica y la corona. Así que me fui a mi casa y me hice con el mantel de la mesa. Luego con unos alambres yo mismo hice una corona sencilla, pero muy bonita; con sus espinas y sus cosas y todo. ¡Y salimos a la calle! Vinieron incluso del Campo de la Bota. La mujeres salieron de sus casas. En bata, a medio vestir" (en La Vanguardia, 20 de marzo de 1988). La posición del parroco de la barriada fue y continua siendo la de negarse a que los humildes pasos entren y salgan del templo, aduciendo que se trata de gentes que "nunca vienen por la parroquia".
En Mataró, aquel mismo Viernes Santo de 1987 se había planteado idéntico problema por cuenta de la actitud represora y despectiva de las autoridades político-religiosas catalanas. Si en Pineda de Mar la Virgen de los Dolores salió de una chatarrería, aquí lo hizo de un garaje de tractores, y tampoco se pudo contar con la presencia de sacerdotes. Desde 1968 no se había hecho la procesión y de los quince pasos con que entonces se contaba sólo se pudo disponer de los cuatro que eran de propiedad particular, ya que la parroquia se negó a ceder los que custodiaba. El Arzobispo de Mataró se pronunció afirmando que aquello era "un acto intrínsecamente privado" y que "como Iglesia, no podemos asumir la procesión". Despues añadió que no criticaba a quiénes asistiesen y que, incluso, "si se consolidaba podríamos reconsiderar nuestra postura de oposición" (en El País, 29 de marzo de 1987). Un párroco mataronense, interrogado sobre la actitud de la Iglesia local, se atrevía a decir al año siguiente: "¿La procesión? No existe. No sabemos nada. Además no es una procesión, es una acto religioso y basta... No les ves nunca en la iglesia... Si al menos acudieran a los oficios de Semana Santa. Pero ni esto" (en La Vanguardia, 20 de marzo de 1988).