dimecres, 5 d’agost del 2020

El fin de los fines

La foto es de Sharad Haskar
Reseña de ¿Por qué vivimos? Por una antropología de los fines, de Marc Augé, Traducción de Marta Pino, Gedisa. Barcelona, 2004. Este artículo apareció en El País, el 17 de julio de 2004.

El fin de los fines
Manuel Delgado

Es una pena que a ningún editor en español se le haya ocurrido traducir los trabajos africanistas de Marc Augé (Théorie des pouvoirs et ideologie o Pouvoirs de vie, pouvoirs de mort, por ejemplo). Si así no hubiera sido nos sería dado apreciar mucho mejor éste ¿Por qué vivimos?, su último libro, que no deja de ser un reconocimiento de la deuda que toda su obra posterior tiene con lo aprendido en Costa de Marfil y Togo. Y es que, lejos de constituir una ruptura, la antropología que Augé viene proponiendo para las sociedades occidentales de ahora se despliega como un desarrollo reflexivo cuya materia primera siempre ha sido el profetismo, los cultos vodún o las reglas de residencia matrimonial que conociera como etnólogo en el África de los años setenta y ochenta.

Augé insiste en este trabajo en algo que los antropólogos no nos cansamos de repetir, que es que la utilidad última del conocimiento de sociedades exóticas para nosotros nos permite entender mejor el sentido -o el sinsentido- de nuestra propia forma de civilización. Así, el autor de Los no-lugares volvió de África con teorías sobre el espacio, el acontecimiento, la persona y la mediación ritual que le permiten evaluar la naturaleza de lo que está pasando a nuestro alrededor, tanto en el ámbito de los grandes avatares del proceso de globalización como en el de las incertidumbres y fragmentaciones de nuestra vida cotidiana.

Lo que conforma nuestro paisaje cultural tanto macro como micro adquiere nuevos matices cuando recibe esa luz africana que Augé proyecta sobre él. El culto al cuerpo, una urbanización que ya es planetaria, las formas espasmódicas de un nuevo nomadismo en que ya no se concibe el encuentro, el beneficio que los poderes obtienen del terrorismo, los repliegues identitarios que vemos multiplicarse por doquier, el deber del consumo, el aburrimiento estructural de la vida de cada día, esos Estados que se gestionan como empresas...

Todo eso se contempla en este libro desde una distancia y un escepticismo que son la consecuencia de haber conocido y comprendido otras formas de vivir, mucho más austeras, es cierto, pero también mucho más capaces de dotar a la experiencia humana del orden de un universo todavía por dislocar. ¿Podrá ese mundo mundializado que nos ha venido analizando Augé en sus últimos ensayos recuperar la vieja eficacia de los ritos o dejarnos gozar de un cuerpo vivido como suceso permanentemente activado, todo aquello que África le mostró como no sólo posible, sino inevitable? 

¿Podremos vencer -inspirándonos en todas las humanidades otras que la antropología nos ha mostrado- el imperio de silencio bajo el que vivimos entre ruido? ¿Sabremos reinstaurarle algún día su valor perdido a lo que hacemos, sentir que vivimos para alguna cosa más que para consumir? Todavía más, ¿rescataremos de entre el estrépito y el furor de la era algo que los africanos conocen o conocieron? A saber: que todo acto es pregunta y respuesta y que nada nos obliga a continuar siendo, como el imaginario señor Dupont con que Augé abre su obra, actores anonadados que gesticulan sin objeto, sobre un escenario al tiempo exuberante y desolado.



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