dimarts, 12 de maig del 2020

Efervescencia colectiva y cuerpo sin órganos

La foto es de Arne Müseler 
Comentario para Francesca Salmistraro, estudiante de Antropología Religiosa en el grado de Antropología Social de la Universitat de Barcelona.

Efervescencia colectiva y cuerpo sin órganos.
Manuel Delgado

En efecto, la situaciones de efervescencia colectica son, según Durkheim, oportunidades en que el cuerpo social se despliega como tal, como si la sociedad se deparara a sí misma la imagen de su literalidad, de su existencia como realidad física, como unidad sensible. Su repetición respondería a la necesidad que toda colectividad experimenta de renovarse a sí misma, de volver a nacer, reconstruyendo momentáneamente su nacimiento, el paso de un caos creador a un cosmos creado. Una escenificación del protoplasma inicial, el 0 de la vida social del que hablaba Spencer.

Antes de plantear la idea de efervescencia como base misma de la institución social de la religión en Las formas elementales, el concepto aparece en La división del trabajo social, que es donde Durkheim la emplea para nombrar “fuente de vida sui generis, de la que se desprende un calor que calienta o reanima los corazones, que los abre a la simpatía” y que, más adelante, el propio Durkheim asociara a conductas espasmódicas, “movimientos exuberantes que se dejan sujetar fácilmente a unos fines demasiado definidos..., que responden simplemente a la necesidad de actuar, de moverse y de gesticular”.

Se trata de lo que podríamos describir como la sociedad corporeizada, pero sin estructura todavía, a la manera del protoplasma social del que habla Durkheim para referirse a la forma perfecta de solidaridad mecánica, asociación de cuerpos brutos, que ejecutarían algo así como una especie de musculatura al servicio de una entidad carente de toda organicidad. Era eso lo que me permitía compararlo con el cuerpo sin órganos de Deleuze y Guatari, planteado sobre todo en Mil mesetas (Pre-Textos). No de una forma plena, puesto que Deleuze y Guattari, herederos en eso de Gabriel Tarde, le conceden a la irreversibilidad de los procesos un papel que Durkheim no contemplaba. Para Durkheim, todo proceso es reversible y la efervescencia solo puede ser momentánea y dar paso a un estado estabilizado, el anterior u otro nuevo.

Deleuze y Guattari hablan de cuerpo sin órganos para referirse a lo que asocían con el plano de consistencia o tierra absolutamente desterritorializada: dominio elástico, preorganizado, constituido por materias inestables y por formar, submoléculas y subátomos que discurren en flujos sometidos a movimientos impredectibles, singularidades libres dedicadas a un nomadeo constante y sin sentido, partículas sin estructurar que daban la impresión de agitarse enloquecidas. Frente a ese cuerpo sin órganos lo que actúa es lo que Deleuza y Guattari llaman estratificación, es decir tratamiento por parte de dispositivos molares que tratan de aprisionar los materiales caóticos, fijar territorialmente todas las intensidades, rasar todas y someterlas a un mismo código de redundancias y recurrencias. A pesar esa absorción constante de que son objeto por parte de los sistemas de territorialización y codificación, el cuerpo sin órganos no deja de escabullirse por cualquier fisura de la máquina molar para volver a su inicial estado de desterritorialización y decodificación. 

El mecanismo fundamental que le servía al sistema de estratificación (territorialización, codificación) para captar -para agenciar- materia del plano de consistencia o del cuerpo sin órganos, con el fin de espesarlo y compactarlo primero y molarlo luego, era las agencias maquínicas. El proceso del agenciamiento consistía de una doble articulación, que evocaba el doble vínculo o double bind de Bateson del que he hablado en clase a veces para recibirme a las instrucciones paradójicas u órdenes de desobedecer:  sedimentación, o selección de unidades moleculares extraídas de los flujos desordenados que constituían el cuerpo sin órganos o plano de consistencia, con el fin de imponerles un orden estadístico de formas (uniones y sucesiones), y, al tiempo, plegamiento (en geología, paso del sedimento a la roca sedimentaria), que consistiría en la estructuración estable, centrada, finalista, unificada, totalizada y funcional de los materiales sedimentados. Es decir la estructuración social, más todavía cuando se organiza estatalmente.

En ese sentido, Deleuze y Guattari reivindican el lugar de Geoffroy en su polémica con Cuvier en el XIX. Es en lo que siempre insisto sobre cómo las ciencias sociales beben y se inspiran en los avances científicos de la época. Según Geoffroy, la materia, entendida en términos de su máxima divisibilidad, estaba conformada por partículas sin identidad, arrastradas por fluidos desordenados que se desplegaban caóticamente en el espacio. Es lo que él mismo designaba como combustión, valor que es fácil relacionar con la efervescencia durkheimniana, tal y como he referido en clase para explicar la influencia de Maxwell y la máquina de vapor sobre Durkheim. Lo contrario, idéntico al proceso de estratificación, era la electrificación, que organizaba las partículas inestables en átomos y moléculas.

Y una cosa importante. Esta idea, intuida, no pensada, aparece recogida en numerosas mitologías como análoga al desorden primordial. Es sin duda el Tao chino, del que, en efecto, no se puede afirmar ni negar nada. También es el océano abisal sobre el que Yahvé crea el mundo y donde irá a instalar a Leviatán. He insistido en la manera como Durkheim está influenciado, como askenasita que era, por la mística judía y, en este caso, las ideas de efervescencia y protoplasma están inspiradas justo en esa imagen del Tehon hebraico.






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