Imagen del Nag Hammadi o Evangelio de Santo Tomás |
Reseña de La religión gnóstica, de Hans Jonas (Madrid, Siruela, 2000, 415 páginas), publicada en el suplemento Babelia de El País, el 12 de noviembre de 2000
CONTRA EL MUNDO
La herencia gnóstica
Se ha discutido mucho acerca de en qué consistió y quién constituyó el llamado «gnosticismo», religión o conjunto de religiones que ha sido interpretado a veces como una mera helenización aguda del cristianismo o como categoría arbitraria mediante la que la heresiología patrística redujo a la unidad todas las desviaciones doctrinales basadas en una misma impugnación: la de la idea de que Dios hubiera podido ser el creador de un mundo ignorante e imperfecto.
En ese contexto de los debates sobre la naturaleza del gnosticismo, la figura de Hans Jonas (1903-1993) debe ser destacada. Es a él a quién le corresponde la principal defensa de una unidad subyacente de todos los sincretismos helenístico-orientalizantes que recorren los primeros siglos de nuestra era, e incluso antes, una «esencia gnóstica», una unidad o principio inteligible que trasciende la diversidad de sus expresiones sectarias: valentinianos, ofitas, barbelognósticos, priscilianistas, cuquenos, audianos, bardesianitas, marcionitas..., además de corrientes afines, como el maniqueísmo o el mandeísmo. También hay una apuesta de Jonas por determinar una fuente común en el gnosticismo, un origen que se remontaría a la orientalización del helenismo o, si se prefiere, a la helenización de cierto pensamiento oriental, fruto de la profunda huella dejada en Asia por Alejandro Magno y gran paso adelante por el camino de la abstracción conceptual y el universalismo, un primer cosmopolitismo en el campo de las discusiones racionales en torno a la relación entre lo humano y las leyes que rigen el universo.
Es a partir de ese mestizaje entre el racionalismo helenístico y las cosmologías escatológicas iranias y minoasiáticas, que vemos surgir un conjunto de tendencias que comparten el dualismo anticósmico, la ansiedad salvacionista y una radicalización del concepto de Dios como realidad trascendente e incognoscible, salvo por un principio presente en el ser humano –el pneuma– a través del cual éste puede aspirar a un cierto conocimiento o gnosis de lo divino. Durante mucho tiempo las únicas fuentes disponibles sobre el gnosticismo fueron las diatribas en contra de Ireneo, Clemente, Tertuliano, Orígenes, Epifanio, incluso de neoplatónicos paganos como Plotino... A estos materiales –todavía el único acceso a especulaciones gnósticas como las de Simón Mago– Hans Jones le suma otros nuevos, desconocidos o desconsiderados hasta hace poco: los códices coptos encontrados desde 1930 en Egipto, sobre todo el tesoro de Nag Hammadi; los textos escritos en turco, persa o chino desenterrados en el Turquestán, entre ellos los fundamentales Fragmentos de Turfan; el Poimandrés –el corpus de textos griegos de Hermes Trismegisto–, así como otros ejemplos de literatura mágica y alquímica; documentos relativos a religiones mistéricas romanas como el mitraísmo o el culto a Atis; algunos de los Apócrifos, como los Hechos de Tomás –en especial el «Himno de la Perla»– o las Odas de Salomón; la aportación filoherética de un paleocristiano como Marción; etc.
A pesar de lo dicho hasta aquí, sería un error tomar este libro como una simple aproximación erudita al gnosticismo. Eso implicaría no reconocer quién es Hans Jonas: además de un reputado orientalista, uno de los discípulos más interesantes de Heiddeger –su otro maestro, junto a Bultmann–, un dato que, por cierto, no se menciona en absoluto en la presente edición de Siruela. Es partiendo de una formación intelectual compartida que Jonas y su amiga Hannah Arendt formulan una teoría de base weberiana sobre la responsabilidad en la sociedad contemporánea. La principal aportación de Jonas al respecto apareció en español hace relativamente poco (El principio de responsabilidad, Herder, 1994), mientras que todavía más recientes son las vindicaciones de su figura por parte de teóricos que, entre nosotros, se han preocupado por el lugar de la ética en las sociedades tecnológicas. Véanse al respecto Hacerse cargo, de Manuel Cruz (Paidós, 1999), o Ética y filosofía política, de Paco Fernández Buey (Bellaterra, 2000).
Esta advertencia sobre las preocupaciones de Hans Jonas acerca de las implicaciones éticas de la acción humana –en especial en campos como la ciencia y la tecnología– resulta indispensable para valorar el epílogo de La religión gnóstica, consagrado a mostrar las conexiones entre el rechazo gnóstico del cosmos y dos críticas contemporáneas de la realidad con las que el autor tuvo una íntima relación: la nihilista y la existencialista. En este último sentido, este libro es también una contribución a mostrar el gnosticismo no como un curioso testimonio de la Antigüedad, sino como el arranque de una denuncia muchas veces subterránea, persistente ya desde hace más de dos mil años en Occidente, contra la irrevocable malignidad de lo sensible.