divendres, 31 de maig del 2019

Breve reflexión a propósito del enigma del hombre invisible y la presencia de policía secreta con distintivo amarillo


La foto es de José María Tejederas
Això és una nota que vaig escriure al col·legues de l'OACU arrel que a una manifestació del Primer de Maig del 2012, a la plaça Universitat, aparegués un piquet de mossos d'esquadra de paisà, amb un braçalet groc que indicava "policia".

BREVE REFLEXIÓN A PROPÓSITO DEL ENIGMA DEL HOMBRE INVISIBLE Y LA PRESENCIA DE POLICÍA SECRETA CON DISTINTIVO AMARILLO
Manuel Delgado

  
Sólo un apunte a propósito de la irrupción en el paisaje de la Barcelona descontenta e insolente, hace unos días, de mossos d’esquadra de paisano, vestidos con lo que se supone que es una “estética antisistema” –los “poliflautas” a los que Xavier Theros se refería en un espléndido artículo en El País en 4/5/12– pero a los que un brazalete amarillo permitía distinguir como agentes, un poco en la línea de aquella policía secreta uniformada que concibiera el Ministerio del Interior en la época de Barrionuevo (consúltese El País de 25/7/85). Dejando de lado las concomitancias políticas del asunto y la forma como contribuyen al clima de excepcionalidad que se está imponiendo en Catalunya, el asunto podría y debería motivar una cierta reflexión casi filosófica, acerca de lo que Michael Taussig, en su último libro, Desfiguraciones (Fineo, 2010), trata como “secreto público”, lo que nosotros designamos con la expresión "secreto a voces", ese secreto que todo el mundo conoce y que tiene precisamente en su publicidad generalizada la clave de su eficacia en orden en ejercer lo que Taussig llama “la labor de lo negativo”.

El caso es que el tema me trajo a la memoria una entrañable velada en una placita de un pueblo antioqueño cercano a Medellín, El Retiro, bebiendo aguardiante y escuchando pasodobles a ritmo de cumbia y de porro, con mis anfitriones Juan Gonzalo Moreno y Jaime Xibillé, profesores de Estética en la Universidad Nacional en Medellín. Grandes amigos y grandes maestros. Sin qué recuerde a santo de qué, de pronto surgió una discusión teórica que se me antojó apasionante y que arrancaba en el planteamiento de un enigma: ¿por qué Jack Griffin, el Hombre Invisible, que por fin ha logrado una fórmula que le permite no ser visto, envuelve su rostro con vendas y usa gafas ahumadas y guantes? La respuesta a esa paradoja es que el personaje de H.G. Wells y de la película de James Whale (1933) actua así para que todo el mundo sepa que es invisible, puesto que si lo fuera literalmente nadie estaría en condiciones de tomarlo como lo que desesperadamente quiere continuar siendo, un sujeto. Tampoco es casual que, cuando la multitud le da muerte, luego de haberlo localizado por las huellas que deja en la nieve, su cadáver se vuelva opaco.

En la novela se brinda una insatisfactoria explicación al misterio, que es que Griffin ha de vestirse para combatir el frío y no puede hacer invisibles sus ropas. En un serial posterior titulado Los crímenes del fantasma, protagonizado por Ralph Byrd y dirigido por William Witney (1941), el protagonista conseguía la invisibilidad integral gracias a un artilugio electrónico..., que no podía evitar la emisión de un zumbido que se encargaba de delatar inequívocamente su presencia. En Memorias de un hombre invisible, una revisión del mito debida a John Carpenter (1991), el agente que persigue al protagonista, aludiendo a la vida anodina que éste llevaba, puede decir en un momento dado que «el hombre invisible ya era invisible antes de volverse invisible».

Esa misma cuestión se ha planteado en otras versiones del mito. Pienso, por ejemplo, en la contribución de Carl Gottfield a “Amazonas de la luna” (1987), el episodio titulado “El hijo del hombre invisible”, una hilarante parodia en la que el protagonista, que ha heredado la fórmula portentosa de su padre para devenir translúcido, convoca a un amigo –excelente parodia de Peter Lorre–, para que asista al momento en que se desprende de las vendas que le cubren y se convierte en totalmente invisible. Para demostrar el éxito del experimento, baja a la calle y entra en una taberna donde se dedica a juguetear con unos parroquianos que supone que no le ven y que simulan con cierta desgana quedar maravillados ante el espectáculo de dardos que vuelan hasta la diana sin que mano alguna los lance o piezas de ajedrez que se mueven sin que nadie las toque. Lo que el amigo que le acompaña no se atreve a decirle al hijo del hombre invisible es que su invento no funciona y que todo el mundo le está viendo desnudo comportarse como si fuera, en efecto invisible, y siguiéndole la corriente, acostumbrados como estaban a las regulares incursiones bromistas de quien toman como una chalado. En este caso, es evidente el paralelismo con los mossos d’esquadra de paisano que se comportan con la ilusión de que no están siendo detectados, cuando uno de los principales entretenimientos de todo manifestante es localizarlos y gritarles el consabido “Secreta, idiota / ¿te crees que no se nota?".

Otro ejemplo nos lo depararía el muchacho que aspira a incorporarse a la cuadrilla de patéticos superhéroes de “Mystery Men”, dirigida por Kinka Usher (1999). En su caso, la cualidad singular que le convierte en candidato a ser aceptado como superhéroe es que es capaz de volverse invisible. El único defecto de tal virtud especial es que sólo puede ejercerla cuando nadie le está mirando.

En fin, que no he podido dejar de pensar en la profunda reflexión a que el Hombre Invisible o el Polícía Secreta con distintivo amarillo invitan a propósito de la naturaleza última del secreto, que es la de ser tarde o temprano conocido –“todo se acaba sabiendo”–, si es que no lo era ya desde el momento mismo de su ocultación. Seres que reclaman una invisibilidad relativa, consistente en ser «vistos y no vistos»; ser tenidos en cuenta pero sin dejar de ocultar su rostro; que focalizan sobre sí la mirada de todos, para que todos adviertan a las claras que quieren pasar inadvertidos; que pavonean su camuflaje; que pueden ser vistos porque se visibilizan, pero a quienes no se puede controlar..., puesto que son invisibles. He ahí la encarnación perfecta de hasta qué punto la clave que convierte en eficiente un secreto es que todo el mundo esté siempre al tanto de lo que esconde.


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