La foto es de José María Tejederas |
Això és una nota que vaig escriure al col·legues de l'OACU arrel que a una manifestació del Primer de Maig del 2012, a la plaça Universitat, aparegués un piquet de mossos d'esquadra de paisà, amb un braçalet groc que indicava "policia".
BREVE REFLEXIÓN A PROPÓSITO DEL ENIGMA DEL HOMBRE INVISIBLE Y LA PRESENCIA DE POLICÍA SECRETA CON DISTINTIVO AMARILLO
Manuel Delgado
Sólo un apunte a propósito de la irrupción en el paisaje de la Barcelona descontenta e insolente, hace unos días, de mossos d’esquadra de paisano, vestidos con lo que se supone que es una “estética antisistema” –los “poliflautas” a los que Xavier Theros se refería en un espléndido artículo en El País en 4/5/12– pero a los que un brazalete amarillo permitía distinguir como agentes, un poco en la línea de aquella policía secreta uniformada que concibiera el Ministerio del Interior en la época de Barrionuevo (consúltese El País de 25/7/85). Dejando de lado las concomitancias políticas del asunto y la forma como contribuyen al clima de excepcionalidad que se está imponiendo en Catalunya, el asunto podría y debería motivar una cierta reflexión casi filosófica, acerca de lo que Michael Taussig, en su último libro, Desfiguraciones (Fineo, 2010), trata como “secreto público”, lo que nosotros designamos con la expresión "secreto a voces", ese secreto que todo el mundo conoce y que tiene precisamente en su publicidad generalizada la clave de su eficacia en orden en ejercer lo que Taussig llama “la labor de lo negativo”.
El caso es que el tema me trajo a la memoria una
entrañable velada en una placita de un pueblo antioqueño cercano a Medellín, El
Retiro, bebiendo aguardiante y escuchando pasodobles a ritmo de cumbia y de
porro, con mis anfitriones Juan Gonzalo Moreno y Jaime Xibillé, profesores de
Estética en la Universidad Nacional en Medellín. Grandes amigos y grandes
maestros. Sin qué recuerde a
santo de qué, de pronto surgió una discusión teórica que se me antojó
apasionante y que arrancaba en el planteamiento de un enigma: ¿por qué Jack
Griffin, el Hombre Invisible, que por fin ha logrado una fórmula que le permite
no ser visto, envuelve su rostro con vendas y usa gafas ahumadas y guantes? La
respuesta a esa paradoja es que el personaje de H.G. Wells y de la película de James Whale (1933) actua así para que todo el mundo sepa
que es invisible, puesto que si lo fuera literalmente nadie estaría en
condiciones de tomarlo como lo que desesperadamente quiere continuar siendo, un sujeto. Tampoco es casual que, cuando
la multitud le da muerte, luego de haberlo localizado por las huellas que deja
en la nieve, su cadáver se vuelva opaco.
En
la novela se brinda una insatisfactoria explicación al misterio, que es que
Griffin ha de vestirse para combatir el frío y no puede hacer invisibles sus
ropas. En un serial posterior titulado Los
crímenes del fantasma, protagonizado por Ralph Byrd y dirigido por William
Witney (1941), el protagonista conseguía la invisibilidad
integral gracias a un artilugio electrónico..., que no podía evitar la emisión
de un zumbido que se encargaba de delatar inequívocamente su presencia. En Memorias de un hombre invisible, una
revisión del mito debida a John Carpenter (1991), el agente que persigue al
protagonista, aludiendo a la vida anodina que éste llevaba, puede decir en un
momento dado que «el hombre invisible ya era invisible antes de volverse
invisible».
Esa
misma cuestión se ha planteado en otras versiones del mito. Pienso, por
ejemplo, en la contribución de Carl Gottfield a “Amazonas de la luna” (1987), el episodio titulado “El hijo del hombre invisible”, una hilarante parodia en la que el
protagonista, que ha heredado la fórmula portentosa de su padre para devenir
translúcido, convoca a un amigo –excelente parodia de Peter Lorre–, para que
asista al momento en que se desprende de las vendas que le cubren y se
convierte en totalmente invisible. Para demostrar el éxito del experimento,
baja a la calle y entra en una taberna donde se dedica a juguetear con unos
parroquianos que supone que no le ven y que simulan con cierta desgana quedar
maravillados ante el espectáculo de dardos que vuelan hasta la diana sin que
mano alguna los lance o piezas de ajedrez que se mueven sin que nadie las
toque. Lo que el amigo que le acompaña no se atreve a decirle al hijo del
hombre invisible es que su invento no funciona y que todo el mundo le está
viendo desnudo comportarse como si fuera, en efecto invisible, y siguiéndole la
corriente, acostumbrados como estaban a las regulares incursiones bromistas de
quien toman como una chalado. En este caso, es evidente el paralelismo con los
mossos d’esquadra de paisano que se comportan con la ilusión de que no están
siendo detectados, cuando uno de los principales entretenimientos de todo
manifestante es localizarlos y gritarles el consabido “Secreta, idiota / ¿te
crees que no se nota?".
Otro
ejemplo nos lo depararía el muchacho que aspira a incorporarse a la cuadrilla
de patéticos superhéroes de “Mystery Men”, dirigida por Kinka Usher (1999). En
su caso, la cualidad singular que le convierte en candidato a ser aceptado como
superhéroe es que es capaz de volverse invisible. El único defecto de tal
virtud especial es que sólo puede ejercerla cuando nadie le está mirando.
En
fin, que no he podido dejar de pensar en la profunda reflexión a que el Hombre
Invisible o el Polícía Secreta con distintivo amarillo invitan a propósito de
la naturaleza última del secreto, que es la de ser tarde o temprano conocido –“todo
se acaba sabiendo”–, si es que no lo era ya desde el momento mismo de su
ocultación. Seres que reclaman una
invisibilidad relativa, consistente en ser «vistos y no vistos»; ser tenidos en
cuenta pero sin dejar de ocultar su rostro; que focalizan sobre sí la mirada de todos, para que todos adviertan a las claras que quieren pasar inadvertidos; que pavonean su camuflaje; que pueden ser vistos porque se visibilizan, pero a quienes no se puede controlar..., puesto que son invisibles. He ahí la encarnación perfecta de hasta qué punto la clave que convierte
en eficiente un secreto es que todo el mundo esté siempre al tanto de lo que
esconde.