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Comentario para Alfredo Martínez, estudiante de l’asigntura Antropología
Religiosa del Grau d’Antropologia de la UB, a propósito de la procesión del
Santo Coño de Sevilla
LA RELIGIÓN COMO TEMPESTAD DE LA MATRIZ,
Manuel Delgado
Tienes razón en lo que dices acerca del Santo Coño de Todos los Orgasmos de
Sevilla. Es una paradoja que su procesión haya aparecido como un acto
anticlerical y ateo. Debería haber sido al contrario. Debería haber sido un
acto del más piadoso catolicismo. Un montón de evidencias
ponen de manifiesto esta asociación entre catolicismo y sexualidad. Lo que
explico en clase sobre cómo el evolucionismo insistió en la condición no
cristiana, sino pagana del catolicismo, mostrándolo como una continuación del
naturalismo obsceno de las religiones gentiles de la antigüedad.
Eso está
constantemente presente en el imaginario anticlerical, para el que la expresividad
sentimentalista de lo femenino y de lo católico. Si, para los reformadores y
sus herederos anticlericales, la mujer, como el catolicismo, era todo falsa
emoción, la mujer y el catolicismo eran igualmente todo sexualidad.
Esto era por completo consonante con la idea, popularizada en la frase tota
mulier in utero, de que el ámbito de la sexualidad era un ámbito, como el
del espacio sagrado, femenino y, como éste, feminizante, esto es emasculador
para el individuo macho que osase introducirse en él. Por doquier en la
reflexión moderna se pueden hallar confirmaciones ideológicas de esa naturaleza
de la mujer como idéntica a una noción absolutizante de lo sexual, mucho más a
partir de la generalización que la literatura y el arte decimonónicos hacen,
desde una óptica radicalmente misogínica, del modelo de "mujer
fálica" o "tentacular", el modelo Lilith. En el plano religioso,
no olvides que esas religiones antiguas y primitivas de signo ctónico de las
que el catolicismo era mostrado de continuo como una simple supervivencia,
eran designadas como religiones metroacas, es decir religiones en las
que se rendía culto a la matriz.
Tenía también que ver
esta vinculación con la extensión en el folclor peninsular de temas que podrían
interpretarse como variantes del mito de la "vagina dentata", que
impregnaba insistentemente amplias parcelas del sistema mítico y ritual, no
en pocas ocasiones en relación con el catolicismo tradicional, y con
paradigmas tan elocuentes y divulgados como el de la leyenda de la Serrana de
la Vera o Carmen, entre otras muchas mujeres "devoradoras de
hombres", a través de su capacidad de seducción, parecía encontrarla
eficaz en orden a sus objetivos proselitistas entre la comunidad femenina.
No debe extrañar, por
ello, que cuando los protestantes radicales delataban a la Iglesia como la
responsable de una verdadera dictadura de lo obsceno lo hicieran empleando,
como vimos, el calificativo para ésta de pornocracia. Pero por
pornocracia no se entendía solamente la inmoralidad intrínseca y crónica del
catolicismo papal, sino, como alusión histórica, el triunvirato de poder que
representaron Marozia, la famosa princesa toscana de principios del siglo X,
junto con su madre y hermanas, impusieron en el pontificado hasta a seis Papas,
y que, mediante una permanente conspiración de alcoba, controlaron el gobierno
de la Iglesia durante un dilatado período. Por extensión, la expresión pornocracia
empezó a designar "el gobierno de las prostitutas", con lo que el
poderío eclesial podía pasar a ser perfectamente entendido como, y así lo hacían
los luteranos e, implícitamente, los movimientos de modernización religiosa
que les sucedieron, como un auténtico despotismo ejercido por el vicio, desde
algo conceptualmente parecido a un prostíbulo infame.
La idea de la
Iglesia, como institución y como local sagrado, en tanto que verdadera
"casa de putas" es recurrente en el razonamiento de los
anticlericales, como lo es su asociación con la libidinosidad no controlada de
las mujeres. Recuérdese como el protagonista de El cura de Monleón, de
Pío Baroja, expresaba la repugnancia que la causaba tener que confesar a todas
aquellas féminas, que se "refocilaban con sus pensamientos eróticos"
y que disfrutaban con el placer de contarle a un hombre como él sus
"inclinaciones morbosas y sus ideas pornográficas", así como "su
erotismo de proporciones anómalas". La mayor parte de consideraciones que
hemos recogido a propósito del sacramento de la penitencia como receptáculo, o
escenario, de "suciedades", se relaciona con esta peyorativización de
la sensibilidad sexual femenina. De igual modo, el que la intriga de que era
permanente marco el ámbito eclesial tenía que ver con esa forma enfermiza y desmesurada
de entender las mujeres la sexualidad, puede quedar ejemplificado en alusiones
como ésta de La conquista de Plassans, de Zola, en la que el templo es
mostrado como un centro donde las mujeres conspiran sexualmente, al margen
incluso del señor cura.
La coincidencia
anticlerical es absoluta a la hora de concebir a la Iglesia y a la religión
como un ambiente donde, de manera harto indisimulada a pesar de las
sublimaciones de que se rodeaban, la femineidad desplegaba una especie de furor
sexual, una ninfomanía apenas contenida por los aspectos diurnos y aparentes de
la vida social.
Hay otras muchas
constataciones que reflejan la relación que existe entre lo que se afirma que
ocurre en los medios femeninos religiosos y ese viejo temor masculino hacia la
sexualidad de las mujeres, cuya consideración de peligrosa había sido abundante
en toda la cultura tradicional, pero también en la promocionada por los
modernos medios de generación de folclor (los mass media, por
ejemplo). Así, la idea de que en algún sentido los ataques contra conventos de
monjas podrían funcionar como sustituciones de un deseada agresión vengativa
contra lo que es entendido como un núcleo de actuación y amenaza de las
sexualidad femenina tal y como ha sugeridoc para la Florencia del XVII
Judith C. Brown en Afectos vergonzosos , aparece denotada en Historia
de un otoño, de Jiménez Lozano, una novelización del quietismo francés de
finales del XVII, aquel movimiento pietista que al igual que se dijo del
molinismo español significaban las consecuencias de la anómala
sexo religiosidad femenina.
Mira lo que escribe Jules Michelet en El sacerdote, la mujer y la familia, que
es un texto de 1844. Se refiere a las monjas de Port Royal, a las que se acusó
de endemoniadas: “Por las noches, el cardenal veía en sueños a
Pascal y a la Madre Angélica, a San Agustín y a Saint Cyran, que le preguntaban
por la Madre Du Mesnil y las otras monjas de Port Royal, abandonadas a su
infeliz suerte. Luego veía sus hijas conducidas por Monsieur Ivelin, a través
de los claustros del monasterio, hasta el patio exterior donde una concurrencia
de académicos y libertinos esperaban a que se desnudasen y comenzasen a hacer
cabriolas: toda mujer es útero, toda religión es una tempestad de la matriz.”
Pero
no hace falta indagar erudítamente para mostrar el desprecio de índole sexual
que se puede mostrar a una iglesia. No se trata sólo de que pueda ser
conceptualizada como un lupanar sino que puede alcanzar a ser pensada como algo
aún más insultante. Una iglesia puede ser idéntica, en particular, al sexo de
una mujer "fácil", esto es sexualmente demasiado accesible. No en
vano, Salvador de Madariaga señalaba, en Dios
y los españoles que "lo que en el amor sueña una mujer sana y bella,
no es precisamente que alguien la tome por una iglesia, por majo que sea el templo
en cuestión." Lógica consideración, consecuente con aquella famosa
copla: "Eres una y eres dos; eres tres y eres cuarenta. Eres la iglesia
mayor, donde todo el mundo entra".
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