El concilio de Trento según una representación de la época |
Reseña de Emilio Temprano, El árbol de las pasiones. Deseo, pecado y vidas repetidas. Barcelona, Ariel, 596 p. publicada en La esfera, suplemento de libros de El Mundo, el 21 de mayo de 1994
LAS RAICES DE LA CULPA
Manuel Delgado
Es muy probable que la
historia de las pasiones humanas no haya sido sino la de las estrategias de que
cada sociedad se ha valido para pacificarlas…, luego, claro está, de haberlas
concitado. Se sabe también que, en esa labor de fiscalización sobre los
desórdenes de la carne y de los sentimientos, las legislaciones basadas en el
temor a castigos místicos han jugado con frecuencia un papel fundamental. No
cabe decir que las culturas hispánicas, por virtud de la eficacia vigilante de
la Iglesia católica, han resultado un escenario más que privilegiado de ese
protagonismo de las ideas e instituciones religiosas en labores de coerción.
Para contribuir a esa
arqueología religiosa de las insumisiones pasionales, de su escarmiento y de
las disciplinas que permiten su prevención concurre este libro de Emilio
Temprano, El árbol de las pasiones, que
nos invita a un recorrido por la literatura moralizante que la Iglesia pone en
circulación a lo largo de todo el siglo XVI, para advertencia y control de los
pecados que afectan a esa nueva humanidad que acaba de hacer aparición con la
Modernidad. Temprano nos invita, así, a que le acompañemos en un viaje
documental que va recorriendo los argumentos y dispositivos de que se valió el
catolicismo contrarreformista español para el control de las mentes y los
cuerpos, con una especial atención por ese recurso disuasorio contra la
desviación que fue el sacramento de la penitencia.
Parece claro que el libro
aspira a incorporarse a la gran tradición genealogista que Nietzsche funda y de
la que Weber, Foucault o Elías han representado expresiones culminantes. Por
otro lado, El árbol de las pasiones
tiende a evocarnos –incluso por los propios paisajes históricos y culturales
por entre los que transita- esa modalidad inteligente de erudición cuyo genuino
exponente entre nosotros es Caro Baroja, junto con quien nuestro autor firmó
hace algún tiempo un interesante Disquisiciones
antropológicas (Istmo, 1985). No obstante, la ambición que este libro
insinúa de resultar homologable con tales modelos sólo en parte logra su
objetivo. Se lo impide haberse centrado en exceso en una denuncia escueta del
papel represor del clero de la época, sin que en su justificación se haya
considerado ese nudo de interrelaciones que delataría a la doctrina eclesial
como instrumento al servicio no de sí, sino de las nuevas necesidades tanto de
la estructura social como del poder del recién inaugurado Estado moderno.
En ese sentido, una
consulta a obras como, por ejemplo, El
amor como pasión, de Niklas Luhmann
(Península, 1985), o Cristianismo,
tolerancia social y homosexualidad, de John Boswell (Muchnik, 1993), le hubieran permitido a
Emilio Temprano redondear del todo un trabajo tan bien informado como el suyo.
Un déficit éste que, en cualquier caso, el lector siempre estará en condiciones
de subsanar por su cuenta.