dimarts, 3 d’abril del 2018

Las raíces de la culpa

El concilio de Trento según una representación de la época

Reseña de Emilio Temprano, El árbol de las pasiones. Deseo, pecado y vidas repetidas. Barcelona, Ariel, 596 p. publicada en La esfera, suplemento de libros de El Mundo, el 21 de mayo de 1994

LAS RAICES DE LA CULPA
Manuel Delgado

Es muy probable que la historia de las pasiones humanas no haya sido sino la de las estrategias de que cada sociedad se ha valido para pacificarlas…, luego, claro está, de haberlas concitado. Se sabe también que, en esa labor de fiscalización sobre los desórdenes de la carne y de los sentimientos, las legislaciones basadas en el temor a castigos místicos han jugado con frecuencia un papel fundamental. No cabe decir que las culturas hispánicas, por virtud de la eficacia vigilante de la Iglesia católica, han resultado un escenario más que privilegiado de ese protagonismo de las ideas e instituciones religiosas en labores de coerción.

Para contribuir a esa arqueología religiosa de las insumisiones pasionales, de su escarmiento y de las disciplinas que permiten su prevención concurre este libro de Emilio Temprano, El árbol de las pasiones, que nos invita a un recorrido por la literatura moralizante que la Iglesia pone en circulación a lo largo de todo el siglo XVI, para advertencia y control de los pecados que afectan a esa nueva humanidad que acaba de hacer aparición con la Modernidad. Temprano nos invita, así, a que le acompañemos en un viaje documental que va recorriendo los argumentos y dispositivos de que se valió el catolicismo contrarreformista español para el control de las mentes y los cuerpos, con una especial atención por ese recurso disuasorio contra la desviación que fue el sacramento de la penitencia.

Parece claro que el libro aspira a incorporarse a la gran tradición genealogista que Nietzsche funda y de la que Weber, Foucault o Elías han representado expresiones culminantes. Por otro lado, El árbol de las pasiones tiende a evocarnos –incluso por los propios paisajes históricos y culturales por entre los que transita- esa modalidad inteligente de erudición cuyo genuino exponente entre nosotros es Caro Baroja, junto con quien nuestro autor firmó hace algún tiempo un interesante Disquisiciones antropológicas (Istmo, 1985). No obstante, la ambición que este libro insinúa de resultar homologable con tales modelos sólo en parte logra su objetivo. Se lo impide haberse centrado en exceso en una denuncia escueta del papel represor del clero de la época, sin que en su justificación se haya considerado ese nudo de interrelaciones que delataría a la doctrina eclesial como instrumento al servicio no de sí, sino de las nuevas necesidades tanto de la estructura social como del poder del recién inaugurado Estado moderno.

En ese sentido, una consulta a obras como, por ejemplo, El amor como pasión,  de Niklas Luhmann (Península, 1985), o Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad, de John Boswell  (Muchnik, 1993), le hubieran permitido a Emilio Temprano redondear del todo un trabajo tan bien informado como el suyo. Un déficit éste que, en cualquier caso, el lector siempre estará en condiciones de subsanar por su cuenta.


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