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| La foto es de Zedith |
Billete publicado en El Periódico de Catalunya el 3 de julio de 2000
PERLAS EN EL TIEMPO
Manuel Delgado
Il faut les rites, le decía el zorro al Pequeño Príncipe. Con ello le animaba a visitarle siempre a la misma hora. «Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré... Los ritos son necesarios». Celebrar quiere decir eso, subrayar en rojo un espacio en el devenir, sacralizar un instante de la tarde, un día de la semana, una semana del año. Celebrar es colocar una perla en un collar de cuentas de plomo. Pero, como el zorro de Saint-Exupéry intuía, celebrar quiere decir esperar. Uno se pasa la vida haciendo dos cosas: bien celebrando fiestas, bien aguardándolas.
En todas las épocas, en todas las sociedades, los seres humanos han demostrado que no pueden pensar el tiempo como una masa sin forma. Siempre, en todos sitios, han ritmado el flujo de la experiencia con señales como las que entre nosotros se llaman segundos, minutos, horas o eras. Pero, sobre todo, para eso se han concebido las fiestas, esos accidentes hechos de ruido, de fuego y de éxtasis. Dos son sus funciones. Una, sustraer del océano de instantes que componen nuestra vida unos cuantos destinados a ser inmortales. La otra, recordarnos que nunca estamos solos, que formamos una colectividad, que la sociedad no es sólo un agregado de individuos, sino un ser vivo capaz de vivir sus propios sentimientos y sensaciones.
En cuanto a intensidad y desmesura, toda celebración quiere estar a la altura de la excepcionalidad de lo que celebra. Cada fiesta quiere imitar lo que de irrepetible y soberbio tiene aquello que exalta. ¿Puede extrañar entonces que cada cual, en la medida de sus posibilidades, quiera que su manera de festejar el cambio de milenio esté a la altura de un acontecimiento tan extraordinario que nadie, en ningún sitio, volverá a contemplar jamás?
