La foto es de Diane Arbus |
Contribución a una discusión sobre monstruos con Alberto López Bargados, Gerard Horta, Miquel Fernández y Marta Venceslao
SOMOS LA PROYECCIÓN DE NUESTRA SOMBRA
Manuel Delgado
Yo propongo discutir a propósito de qué es un monstruo. Los monstruos, de entrada, suponen no solo una excepción, sino también una transgresión. Dada la supuesta condición espacial, temporal y espiritualmente organizada del cosmos, el monstruo supone un enigma, un factor de desconcierto, pero ante todo un desacato. Ahora bien, la indisciplina de los monstruos tiene una misión que cumplir. Los monstruos existen para algo. Todas las sociedades atraen o suscitan desfiguraciones pavorosas o cómicas, entidades física o/y moralmente dislocadas, rictus vivientes, esperpentos burlones u horripilantes... La monstruosidad puede provocar terror, puesto que da forma a cualquiera de las figuras del mal —la perversión, el caos, el infierno, el instinto...—, pero también irrisión cuando su deformidad resulta ridícula. La función de todos esos entes imposibles, pero vividos y pensados como reales, es la de propiciar oportunidades mediante las cuales los seres humanos reciben información paradójica acerca de su propia sociedad, como si a los elementos que la componen y su propia estructura les fuera dado mirarse en aquellos espejos cóncavos del Callejón del Gato que devolvían, en el Luces de Bohemia de Valle-Inclán, una imagen distorsionada de quien se reflejase en ellos.
Esa es, por ejemplo, acordaos, la función que tiene la exhibición de máscaras monstruosas en los ritos de paso según Victor Turner, que es la de mostrarle al neófito una imagen descompuesta y luego recompuesta de manera alterada de determinados aspectos de su medio social, obligándole a pensar sobre los poderes que lo gestan y lo mantienen. Esa eficacia simbólica la obtienen los monstruos de su condición de anomalías o excepciones clasificatorias. Así, en un orden del mundo en que cada cosa y cada ser tienen su lugar, el monstruo —que es medio ser, medio cosa— existe, por definición, como "fuera de lugar". Los monstruos son seres únicos, irrepetibles, excepcionales, por eso son también, en un sentido literal, "fueras de serie". La imposibilidad de someterlos a cualquier taxonomía es lo que justifica que atribuyamos su génesis a caprichos o errores de la naturaleza, a experimentos científicos enloquecidos, a incursiones procedentes del más allá u otros mundos o a cópulas abominables. Su aspecto híbrido responde a la reunión de elementos disonantes, contradictorios o incompatibles, que ellos sintetizan en su ambigüedad. Pueden ser al mismo tiempo, por ejemplo, reales y fantásticos, animales y humanos, muertos y vivos, siniestros y absurdos, horribles y grotescos, temibles y patéticos. En cualquier caso manifiestan una alteridad cercana, a veces amenazante, cuyos materiales pueden ser de algún modo reconocibles ya en la vida cotidiana, ni que sea como intuición, como si la exacerbación que encarnan fuera el lado contrahecho de la sociedad que los imagina y con la que los monstruos conviven.
De ahí que monstruo venga del latín monstrare, "mostrar", "exhibir", "enseñar", pero que guarda una relación especial con el substantivo monstrum, "aviso de los dioses", es decir advertencia mediante la que los humanos alertados acerca de algo esencial para ellos: quiénes y qué son en el fondo. Ese es el mensaje que el monstruo nos trae y que nos provoca repulsión o hilaridad, que nos espanta y nos fascina al mismo tiempo, puesto que nos confirma la sospecha que siempre albergamos de que los mutantes somos nosotros, los "normales", y que es él, el monstruo, el que encarna la norma velada: no hay norma. Como en ciertas películas de terror, es el guiñol quien nos maneja a nosotros, el títere el que mueve los hilos, el muñeco quien domina al ventrílocuo. Somos la proyección de nuestra sombra.
Todas las criaturas monstruosas que moran la ciudad no son un producto de la fantasía, sino más bien de esa realidad que no malforman, sino que informan, en tanto nos ponen al corriente o nos inducen a sospechar que somos nosotros y nuestro mundo "normal" quienes constituimos un divertimento, un accidente o una broma de la naturaleza. Su tarea es darle la oportunidad a esa percepción lúcida de lo real como malentendido para que se concrete en algo, para que se haga carne entre nosotros, aunque sea para aliviar la ansiedad que nos provoca saber que, como decía Jorge Luis Borges, nuestra imaginación en materia de monstruos es limitada, puesto que algunos de ellos ya están aquí, pero ni siquiera nuestra fantasía les alcanza.