Comentario sobre monstruos para Miguel Alhambra, doctorando y amigo, enviado en febrero de 2017
EL MONSTRUO NUESTRO DE CADA DIA
Manuel Delgado
En la discusión de la que te mandé los términos, los tres compañeros que intervinieron tenían razón, pues los monstruos vienen de afuera pero también de dentro, incluso de dentro de cada cual, puesto que todos somos la génesis potencial de todas las formas de aberración desviante, puesto que el modelo que el monstruo desfigura somos nosotros. Eso es lo que afirma Gabriel Tarde en la expresión que tomaba de él en el primer correo sobre el tema. Es de L'Opposition universalle. Essai d’une théorie des contraires, publicado en 1897. Fascinante. Te lo adjunto. És ahí donde, inspirándose en la idea de "grado cero de lo social", de Spencer, dice que el tipo normal es "el grado cero de monstruosidad", el punto de partida que requieren un número infinito e inconcebible de monstruosidades posibles e imposibles. Esto lo tienes en la página 22 de la edición que te mando.
Tarde no lo menciona, pero está claro que lo que propone es una derivación sociológica de la teratorología de Étienne Geoffroy Saint-Hilaire , que, frente a Cuvier, sostuvo la homología de los planes corporales de las diferentes especies, de tal forma que, por ejemplo, la estructura corporal de vertebrados y artrópodos era la misma, solo que invertida. De hecho, Deleuze y Guattari, al rendir homenaje a Geoffroy en "La geología de la moral", el capítulo tres de Mil mesetas (Pre-textos), afirman lo mismo que Tarde, por quien no sienten menos admiración: "Los monstruos humanos son embriones detenidos en tal grado de desarrollo en ellos el hombre sólo es una ganga para formas y sustancias no humanas".
Pero, ¿en qué está pensando Gabriel Tarde en realidad? No olvides que Tarde es uno de los grandes teóricos de la psicología de masas, es más, es su principal teórico, el más influyente, mucho más que Le Bon, aunque sea por lo determinane que fue su influencia sobre Robert Ezra Park y la Escuela de Chicago. Sabes lo que pienso sobre el tema. No te quepa duda: el grado cero de la monstruosidad no es otro que aquel al que Edgar Allen Poe colocaba en el centro de su famoso cuento "El hombre de la multitud", aquel desconocido cuya energía se nutría de las muchedumbres con las que buscaba mezclarse y en cuyo rostro el protagonista del relato descubre la esencia de todo crimen, tan espantoso que, como un conocido libro diabólico, er lässt sich nicht lesen, "no se puede leer".
No olvides que es a Tarde a quien le corresponde una de las primeras definiciones de masa. En 1890, en su La philosophie pénale, la describe como una unidad operativa y psicológica sobrevenida que funciona a partir de principios de imitación y contagio: "Una muchedumbre es un agregado de elementos heterogéneos, desconocidos los unos a los otros, y, sin embargo, no bien una chispa de pasión, que brote de cualquiera de ellos, electriza a este montón de individuos, se produce súbitamente una especie de organización, algo así como una generación espontánea [...]. La incoherencia se cambia en cohesión; el confuso rumor se convierte en voz clara y distinta, y de pronto aquel millar de hombres que antes tenían distintos sentimientos y distintas ideas, no forman más que una sola bestia, una fiera innominada y monstruosa que marcha hacia su fin con una finalidad irresistible".
Al año siguiente, en 1891, aparece la que acaso sea la primera teoría sistemática sobre las muchedumbres formulada desde su apreciación en tanto que fenómeno social peligroso. Su autor es otro criminólogo, como Tarde, el italiano Scipio Sighele. Es en esa misma escuela italiana –de la que el elemento más conocido es Lombroso– en la que se inscriben las teorías de Pasquale Rossi sobre el alma colectiva tal y como se manifiesta en la acción de las multitudes, l'anima de la folla, a la que dedica el título de su obra más influyente, publicada en 1899. Luego está, como sabes, Gustave Le Bon, y más adelante Freud, Ortega y Gasset, Simmel, Lipmann, Spengler y todos aquellos que advertirán cómo todo "hombre de la calle" alberga un monstruo.
Después, ya sabes lo que pasó. Es difícil no pensar ese cuento de Poe y su "hombre de la multitud". como una premonición de la célebre fotografía de Heinrich Hoffmann en que es posible distinguir el rostro de Adolf Hitler entre la marea humana reunida el 2 de agosto de 1914 en la Odeonplatz de Múnich, ante el palacio Feldhern, para vitorear al rey Luis III de Baviera y celebrar la declaración de guerra a Rusia el día anterior. Te la adjunto. No en vano es Fritz Lang quien convierte en cine esa inquietud. Piensa que ese es el argumento de Fury, de 1938, la primera película que dirige en Hollywood, que muestra a la honrada y bondadosa gente de un pueblo norteamericano convertida en monstruos como consecuencia de su conversión en chusma. De hecho, esa es la moraleja de M, del 1931, que, como seguro que sabes, estuvo a punto de titularse "Los asesinos están entre nosotros".
Hay muchas variantes de ese tipo de lógica que intuye una dimensión monstruosa en cada uno de nosotros, una abyección que puede emerger en cualquier momento. Pienso tanto en el Jekyll de la novela de Robert L. Stevenson como el joven Bruce Banner del cómic Hulk, que son individuos ordinarios que se convierten en monstruos furiosos y con una fuerza extraordinaria, a quienes no frenan obstáculos ni físicos ni morales en cuanto se encolerizan, sienten miedo o alguna circunstancia excita su sistema nervioso. No puede ser menos casual que el personaje de la Marvel se presentara inicialmente en español con el nombre de La Masa. A otro nivel, creo que hay bastante de eso en el cine de David Lynch o de Martin Hanecke. Aunque no hay ejemplo mejor de ello, ni más vigente en el universo de la cultura popular, que el cine de zombis.
Pero no todas las lecturas de esa monstruosización del individuo corriente han de ser negativas. Me viene a la cabeza ahora lo que escribe Robert Vaneigem acerca de lo que llama el "intermundo" o "nueva inocencia", aquella a la que se despertar con el "alba roja de los motines [que] no disuelve las criaturas monstruosas de la noche. Las viste de luz y de fuego, las esparce por las ciudades, por los campos… La nueva inocencia es la construcción lúcida de una destrucción. La barbarie de los motines, el incendio, la salvajada popular, los excesos que vituperan los historiadores burgueses, son precisamente la vacuna contra la fría atrocidad de las fuerzas del orden y de la opresión jerarquizada". Esto està al final de Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones (Anagrama).