Lectura recomendada. Alain Brossat, El gran hartazgo cultural, Dado, Madrid, 2016, 186 páginas.
En la actualidad, nuestras sociedades viven y se reproducen bajo un modo cultural, al igual que tiempo atrás en el siglo XIX, lo hacían basándose en un modo político. En ese momento la vida política se actualizaba en función de un modelo en el que siempre era necesario designar un adversario, un modelo de división: por el contrario, el modo cultural se ajusta a un ideal basado en la integración, en un paradigma consensualista.
Más que profetizar constantemente acerca del motivo inagotable de la `cultura en peligro´, lo que nos planteamos es saber qué es eso que hoy en día nuestro tiempo llama ?cultura?, en tanto que forma de agregación y medio de gobierno; en otras palabras, lo importante es interrogarse sobre lo que implica la eficiencia cultural en un tiempo en el que lamentarse por el debilitamiento de lo político? se ha convertido en una de las cosas más convencionales.
La democracia cultural prolonga y concluye la operación de desinterés por el dominio político emprendida por la democracia representativa. El tiempo de la democracia cultural es aquel en el que todo será susceptible de ser político en el sentido mismo en que ya nada lo será verdaderamente, es decir un tiempo en el que la política habrá sido desplazada a la zona del régimen cultural general de la vida.