En noviembre de 1982 moría Erving Goffman en Filadelfia. Tenía 60 años. El 4 de diciembre Pierre Bourdieu publicaba en Le Monde, una nota necrológica en que expresaba su admiración por el sociólogo canadiense.
LA MUERTE DEL SOCIÓLOGO ERVING GOFFMAN. EL DESCUBRIDOR DE LA INFINITAMENTE PEQUEÑO
Pierre Bourdieu
Traducción de Irma Estrada
La obra de Erving Goffman representa el producto más consagrado de una de las maneras más originales y menos común de practicar sociología: aquella que consiste en observar de cerca, y detenidamente, la realidad social; a ponerse una bata blanca de médico para penetrar en el psiquiátrico y situarse así en el seno de esta infinidad de interacciones infinitesimales, microscópicas, la integración de las cuales forma la vida social. Goffman ha sido quién ha hecho descubrir a la sociología lo infinitamente pequeño: eso que incluso los teóricos sin objetos y los observadores sin conceptos no sabían percibir y era ignorado de tan evidente que parecía. Un solo ejemplo: la descripción que propone del ciclo del cigarro tal y como se practica en ciertos sectores de los psiquiátricos: “Un “protegido” se planta delante de su jefe en el momento en que éste enciende un cigarro (...) y espera hasta que el cigarro esté lo suficientemente consumido para poderlo heredar. Él mismo, en ocasiones, juega el rol de jefe ante otro enfermo y le pasará la colilla que acaba de recibir después de fumársela al máximo. El tercer beneficiario debe utilizar una aguja o cualquier otra solución para aguantar la colilla sin quemarse. Una vez tirada al suelo, ésta colilla puede servir aún. Es demasiado pequeña para ser fumada, pero suficiente grande para abastecerse de tabaco”.
Estas curiosidades de entomólogo fueron bien hechas para desconcertar, es decir chocar, con un establishment acostumbrado a mirar el mundo social de más lejos y desde más arriba. Ese que los guardianes del dogma positivista acomodaban dentro de la lunatic fringe de la sociología, es decir entre los excéntricos que pretendían sustituir los rigores de la ciencia por las facilidades de la mediación filosófica o la descripción literaria, se convirtió en uno de los referentes principales no solamente para los sociólogos, sino también para los psicólogos, los psicosociólogos y los sociolinguistas (pienso en especial en su último libro publicado en 1981 en Filadelfia: Forms of Talk).
Si este observador apasionado de lo real sabía muy bien cómo mirar es también porque sabía bien lo qué buscaba. Alumno de Everett C.Hughes, uno de los grandes maestros de la sociología americana, se nutrió de todos los conocimientos de la Escuela de Chicago y especialmente de las aportaciones de G.H. Mead y de C. H. Cooley, a los cuales no cesa de referirse. Se nutrió también de todo lo que éste rango de profesionalismo científico había acumulado y asimilado, ya sea de la obra de los durkhemianos o de la sociología formal de Simmel. Goffman se armó de todo este bagaje al cual es necesario añadir, sin ninguna duda, la teoría de los juegos donde aborda objetos hasta entonces excluidos del campo de lo científico. Mediante los indicios más sutiles y más fugaces de las interacciones sociales, Goffman comprende la lógica del trabajo de representación, es decir, del conjunto de estrategias mediante las cuales los sujetos sociales se esfuerzan por construir su identidad, por modelar su imagen social o, simplemente en una palabra, por producirse: los sujetos sociales son también actores que se entregan al espectáculo y que, con un esfuerzo más o menos sostenido de puesta en escena, aspiran a desarrollarse, a producir “la mejor impresión”, en definitiva, a mostrarse y ponerse en valor.
Esta visión del mundo social, que podría parecer pesimista e incluso cínica, era la de un hombre cálido y amistoso, modesto y atento, sin duda tan sensible a lo que la vida tiene de teatral que él mismo estaba impaciente ante todas las formas ordinarias del ceremonial académico y la pompa intelectual.