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| La foto es de Danny Santos |
EL NO-LUGAR Y EL ESPACIO PURO KANTIANO
Manuel Delgado
Ep. Noto que en la discusión se entrecruzan dos asuntos distintos, que toman en serio un malentendido en que -al margen del interés de su trabajo: mucho- incurren los amigos de Ergoesfera. Uno es el del no-lugar y, como se está notando, su uso un poco arbitrario de un concepto que les gusta a los arquitectos, el de no-lugar, que lo toman de la manera como, a su vez, lo distorsionara y en buena medida banalizara Marc Augé. Otra es el tema de los descampados y otros espacios abandonaos -línea Stalker-, que es eso a lo que los arquitectos, siguiendo a Solà-Morales llaman terrains vagues. Es decir, creo que el objetivo es rescatar los no-lugares tanto del uso que hacen los arquitectos de él, tal y como señala Cecilia Laskowski, como de la desfiguración a que lo somete el propio Augé. Pero antes de aclarar algo más acerca de los descampados, dejadme que añada algunas cosas más sobre la génesis en la filosofía clásica del concepto de no-lugar, sobre todo para pensar si nos tenemos que deshacer de él -cosa que, como nota Jofre, acaba mereciendo el uso que el concepto recibe- o lo podemos salvar, aunque sea matizando constantemente el sentido que le damoa.
Recapitulad: primero no-lugar es la variable topográfica del no-ser platónico o heterón. Luego la concepción cartesiana del espacio del pensamiento. en Descartes. Ahora os llamo la atención acerca de la definición kantiana de espacio abstracto o espacio puro, entendido como aquél en el que, en última instancia, todo movimiento puede ser pensado. Para Kant, en efecto, el espacio abstracto o puro no es un concepto sino un a priori de cualquier forma de sensibilidad o percepción del mundo exterior. Escribe Kant: “El espacio es, pues, considerado como condición de posibilidad de los fenómenos, no como una determinación dependiente de ellos, y es una representación a priori en la que se basan necesariamente los fenómenos externos”. Es decir, espacio como virtualidad pura, lo que se traduce en una regla universal y sin restricción: “Todas las cosas, en cuanto fenómenos externos, se hallan yuxtapuestas en el espacio”. Eso lo saco de la Crítica de la razón pura, de la página 68 de la edición de Alfaguara.
Esto es importante, puesto que no permite insistir en la diferencia entre lugar y espacio. Un lugar es un punto en el territorio. El espacio, nos dirá Simmel siguiendo precisamente a Kant, no es nada, sino la mera posibilidad de juntar.
Esto nos lleva a otra teoría no menos central en Kant: la del ser como posición. “Ser no es un predicado real, es decir el concepto de algo que pueda añadirse al concepto de una cosa. Es simplemente la posición de una cosa o de ciertas determinaciones en sí”. Esto está en la página 504 de la edición citada. Este postulado no aparece sólo la Crítica de la razón pura. Casi veinte años antes lo podemos encontrar en El único fundamento posible de una demostración de la existencia de Dios, aunque sea invirtiendo los términos de la ecuación: “El concepto de posición es absolutamente simple, y se identifica con el concepto de ser en general”. De la edición de PPU, p. 54. Decir de algo que es, que ha sido o que será se transforma en los locativos estar, haber estado o ir a estar. La percepción del ser, su existencia, se identifica con un acto de localización. La teoría según la cual el ser sólo puede concebirse como posición lleva a inferir el no-ser como no-posición o, si se prefiere, lo que es lo mismo: dis-posición, apertura, expectativa ante lo que en todo momento está a punto de ocurrir. Livia Motterle tiene razón: el no-lugar es justamente el lugar de las posibilidades, de todo lo que estuvo a punto de ocurrir y ocurrió. O no. También el lugar a donde van a parar las llamadas perdidas y los besos no dados.
