Prólogo de El vicio del ladrillo, Lluis
Pellicer (Catarata, 2014)
ABUSO Y MENTIRA
Manuel Delgado
¿Cómo fue posible aquello? ¿Cómo fue posible que aparentemente casi nadie se diera cuenta de lo que estaba pasando y de lo que iba a pasar, o no lo dijera? Lo que a continuación este libro nos desgrana —con una meticulosidad exhaustiva en lo que hace a nombres, fechas, porcentajes, cifras...— es un colosal estafa al conjunto de la sociedad que permitió el enriquecimiento abusivo de los sectores más inmorales de un sistema económico ya de por si carente de escrúpulos como es el capitalismo financiero. Pero, ¿cómo fue que un proceso tan escandaloso de acumulación siempre ilegitima y no pocas veces ilegal de beneficios pudiera estar desarrollándose protegido por el silencio de los grandes medios de comunicación y bajo el patrocinio, cuando no la complicidad activa, de las más respetables y presuntamente democráticas instituciones políticas.
Recuerdo como si fuera ahora la presentación en Barcelona de un libro cuyo
título era ya de por sí elocuente: El
cielo está enladrillado. Entre el mobing y la violencia urbanística e
inmobiliaria, publicado y distribuido gratuitamente por la Editorial
Bellaterra. Fue en el Colegio de Arquitectos, un 5 de mayo de 2006. El volumen
lo había preparado el Taller contra la Violencia Urbanística e Inmobiliaria.
Quien presidia la mesa era alguien a quien entonces nadie conocía: Ada Colau.
Era el momento álgido de un delirio empresarial que hacia proliferar monstruos
urbanísticos en la periferia de las ciudades; que, luego de haberlos dejado
deteriorar, transformaba barrios enteros
para convertirlos en atractivos para clases medias y altas y que deportaba en
masa a las clases populares de lo que habían sido los escenarios de su vida;
que convertía centros de tantas ciudades en parques temáticos para turistas,
luego de haber desalojarlo a sus vecinos; que convertía lo que habían sido terrenos
fabriles y portuarios en barrios exclusivos, asentamiento para empresas
dedicadas a las nuevas tecnologías o espacios consagrados al ocio de masas; que
desfiguraba masivamente bellezas de la naturaleza y las convertía en paisajes
horrendos.
Eran tiempos de mobbing, esto es de operaciones —no pocas veces delictivas;
la mayoría con el amparo de las leyes y la policía— consistentes en expulsar a
inquilinos insolventes. Y todo ello con el visto bueno y el concurso activo de
administraciones públicas —algunas
gestionadas por partidos "de izquierdas"— que encontraban en tal
complicidad una espléndida fuente tanto de recursos municipales vía impuestos como
de beneficios corruptos de los jerarcas de turno.
Era también la época de V de Vivienda y de la Plataforma para una Vivienda
Digna, organizaciones que encabezaban movilizaciones y protestas enérgicas pero
minoritarias, en las que no solo se denunciaba el pillaje que se estaba
convirtiendo la gestión pública y privada del suelo, sino que se anunciaba lo
que estaba siendo evidente: el inminente estallido de lo que en aquel momento
empezaba a conocerse como "burbuja inmobiliaria". Fue de esos
movimientos que nacería luego la PAH, la Plataforma de Afectados por la
Hipoteca, a la que ahora apoyan con sobrevenido entusiasmo partidos políticos
que hace apenas uno años detenían y aporreaban a quienes ahora son sus miembros
más destacados. También, no lo olvidemos, era el tiempo en que se demonizaba a
un movimiento, el okupa, al que se acusaba de muchas cosas, pero sobre todo de
tener razón.
La historia de esa dinámica endiablada a cargo de un capitalismo salvaje,
pero asistido —en el sentido de que contaba con el soporte económico, jurídico
y finalmente policial de la
Administración—, es bien conocida y tiene como elemento de continuidad la mercantilización
masiva, generalizada y fuera de control de la vivienda, es decir la conversión
creciente en negocio privado una necesidad social. Ahora, este trabajo de Lluis
Pellicer nos brinda algunas nuevas claves de en qué manera una lógica de
dimensiones planetarias —la de la urbanización como principal recurso para la
reabsorción de superávits de capital— ha alcanzado en España expresiones hasta
tal punto atroces.
Ahora bien, continua siendo pertinente la pregunta formulada al principio.
¿Cómo fue posible una acumulación tal de desmanes en el ámbito de la
construcción, pero también en otras industrias emparentadas como la hostelera o
la turística? ¿Cómo pudo el capitalismo financiero desarrollar su vocación depredadora
del espacio como lo hizo en España?
Por supuesto que la respuesta está en buena medida en las páginas que
siguen, que describen la urdimbre de intereses que promovió y se lucró luego del
gran engranaje inmobiliario español. Pero ese enorme sistema que —no solo aquí,
pero aquí de manera especialmente intensa e impune— se alimenta de los desmanes
que genera no solo ha dependido de operaciones financieras, fusiones empresariales,
políticas bancarias y blindajes institucionales. También ha dependido de su
capacidad de mostrarse como inevitable y hasta benéfica para el conjunto de la
sociedad. No solo ha obtenido el respaldo de gobiernos y de partidos; también
ha sabido mostrarse como motor de una prosperidad que pretendía ser reconocida
como colectiva. Y ello ha sido posible en la medida en que han acudido en su
auxilio todo un conjunto de dispositivos publicitarios que han abrigado cada calamidad
urbanística, cada iniciativa
gentrificadora, cada paraje natural reventado, cada atentado contra la vida y
la memoria de las clases populares..., con todo tipo de argumentos que los han
bendecido invocando principios de cultura y civilidad que hacían pasar por
mejoras sociales lo que eran meros tinglados inmobiliarios.
Es así que no ha habido transformación destinada a extraer rentas de cada
actuación territorial que no se haya hecho acompañada de su correspondiente
discurso que, entre el marketing y la mera propaganda política, no haya
justificado su ejecución al mismo tiempo que enaltecía valores abstractos de
civilidad y ciudadanía que garantizaban el control de los descontentos y el
borrado de los miserables, requisitos indispensables en orden a hacer atractiva
la oferta de los nuevos o renovados barrios; de los flamantes entornos
empresariales; de los "incomparables" marcos naturales en la montaña
o en la costa; de los centros urbanos vaciados de habitantes y saturados de
turistas; de los núcleos históricos embalsamados. ¿Cuántas operaciones especulativas
a gran escala no habrán sido aderezadas con los correspondiente aditamentos
"culturales", en forma de impresionantes contenedores de arte y de
cultura, encargados a vedettes de la arquitectura internacional, destinados a elevar
el tono moral de los territorios sobre los que se levantaban y cuyo precio
contribuían a aumentar? ¿Y cuántas
macroinversiones en ladrillo no se habrán disfrazado de magnos acontecimientos
internacionales de índole civil o deportiva: olimpiadas —conseguidas o
frustradas—, competiciones internacionales de vela, fórums de las culturas,
capitalidades culturales, expos universales...?
Están en este libro los datos, las conexiones, el organigrama implícito y
la lógica interna de un sistema perverso concebido para el lucro de unos pocos,
con frecuencia más allá de la ley, pero las más de las veces con su soporte.
Vemos ahí cómo funciona el capitalismo cuando cuenta con la colaboración de una
política servil y sinvergüenza, llevando a sus últimas consecuencias el
principio que lo estructura, que no es sino el de privatizar beneficios y
socializar pérdidas. Pero ese mecanismo
que procura réditos propios y tantas miserias ajenas contó con todo tipo de
coartadas que mostraron su funcionamiento y sus resultados como justos y
pertinentes, en nombre de grandilocuentes ideales que no eran sino coartadas
para el latrocinio generalizado. Permítaseme pues colocar sobre todo lo que
viene a continuación —la crónica de una catástrofe económica que perjudicó a
todos, menos a sus causantes— el recuerdo de las retóricas que lo hicieron razonable
y bueno, es decir la confirmación de que no hay acto despótico —tampoco en el
campo económico— que no se ejerza envuelto en mentiras, es decir en un sistema
de representación que lo muestre como expresión de generosidad y como
contribución al bienestar y el progreso de la mayoría, es decir justo lo
contrario de lo que es en realidad.