Seda abandanada del Particdo Comunista Bulgaro. Foto de Dimitar Dikoff |
TODOS LOS LUGARES SON LUGARES DE MEMORIA
Manuel Delgado
Vamos a
arrancar con el concepto de lugar de memoria, que ha popularizado Pierre Nora. El texto
de partida es Les lieux de mémoire (Gallimard).
No está traducido al español, pero si al inglés. Está en la biblioteca. Le
adjunto algunos textos que le pueden orientar en el valor que se le asigna a
esa noción. Familiarícese con ella. Representa que «lugar de memoria» es aquel punto en
que se produce un retorno reflexivo de la historia sobre sí misma. Puede
ser muchas cosas: lugares materiales, monumentos, lugares históricos,
ceremonias conmemorativas, emblemas, pero sobre todo que éste es un concepto
abstracto, de carácter simbólico, destinado a dilucidar la dimensión evocadora
de objetos, que pueden ser materiales e
inmateriales, pero que se aplica ante todo a sitios, puntos en un
territorio. Es, pues, la
exploración de un sistema simbólico y la construcción de un modelo de
representaciones. En últimas se trata de la reconstrucción del pasado en el
presente, a través de los elementos y acontecimientos más significativos.
Se habla entonces de una reificación territorial de algo o
alguien que no puede ser sustituido por nada o por nadie más, marca concreta
hecha sobre el espacio, un punto de calidad en el cual la ideología o los
sentimientos relativos a valores sociales o personales se
revelan. Esta fetichización o valor ritual de un punto que
hace de él un "lugar de memoria" lo que hace es convertir ese lugar
en
un nudo, un lazo que permite resolver tanto social como intelectualmente las
fragmentaciones, las discontinuidades que toda complejidad le impone tanto a la
consciencia como a la percepción.
De hecho, las políticas monumentalizadoras
que afirman rescatar el pasado industrial, son en realidad una memoria de
mentirijillas, una magna operación de maquillaje, que convierte el recuerdo en
una parodia basada en la réplica y el simulacro, evocación de espacios
inexistentes que contrasta con la proliferación de espacios desmemoriados,
pérdidas masivas de significado en nombre de una pseudomemoria cosificada y fraudulenta,
que es la que suelen propiciarse en nombre de intereses políticos de
legitimación simbólica o económicos vinculados a la industria turística.
Ahora
bien, acaso deberíamos reconocer, de entrada, que un lugar sólo existe en tanto
la memoria de un modo u otro lo reconoce, lo sitúa, lo nombra, lo integra en un
sistema de significación más amplio. Dicho de otro modo: un lugar sólo lo es
porque un dispositivo de enunciación puede pensar o decir de él alguna cosa que
por él o en él es recordada, esto es «tenida presente». Esta es la conclusión a
la que llega Michel Izard en su trabajo sobre el reíno Yatenga de los moose, en
el Oeste africano: «La scène de la memoire», en L´Odysée du Pouvoir, (Éditions de l´EHESS,). Decir «lugar de
memoria» no deja de ser entonces un pleonasmo, puesto que un lugar sólo llega a
ser distinguible a partir de su capacidad para establecer correspondencias que
permiten dibujar una cruz sobre la superficie del territorio en que se ubica.
Son estos dispositivos los que acuerdan conceder a los lugares —a cualquier
lugar, que porque lo es, es lugar de memoria— propiedades lógicas, entre las que destaca la
de una inalterabilidad más duradera que la de las palabras, los hechos o los
actos a los que aparecen conectados circunstancialmente.
Por eso
le sugería que incorporase lo que está trabajando al inventario de las destrucciones o de los abandonos
patrimoniales, que sería inmenso, y lo confirmaría todo aquello que, a
las antípodas de los supuestos «lugares de memoria», haríamos bien en designar
como «lugares de olvido» que es un concepto que le invito a tomar como central y que tomo de Jonathan
Boyarin, que la adupta para referirse a la ocultación del barrio pobre Lowe
East Side, en favor de la exaltación de Brooklyn, en orden a la construcción de
una memoria étnica urbana «pertinente» de los judios de Nueva York («Un lieu de
l´oubli: le Lower East Side dels Juifs», Communications,
París, 49 (1989). Se lo adjunto.
Empiece
por ahí. Trabaje el contraste entre los lugares de memoria y los lugares de
olvido y compruebe como puede soportar teóricamente la evidencia que lo que
usted tiene entre manos es una expresión colosal de estos últimos.