Dos hobos fotografiados por Dorothe Lange durante la Gran Depresión |
Mensaje abierto a Carlos Alonso, a raíz de un comentario afectuoso en que me reprocha mantener posturas politicas "erráticas".
¿POR QUÉ YERRA QUIEN YERRA Y ERRAR ES UN ERROR?
Manuel Delgado
Te escribo por lo de las posturas políticas "erráticas". Es que
me ha venido a la cabeza lo significativo que es que errar signifique al
mismo tiempo vagar y equivocarse. Me parece bien interesante que
el lenguaje nos obligue a hacer que desviarse de un camino recto y avanzar sin
rumbo fijo y definido, a la deriva, sea idéntico a fallar. Pero, ¿porqué errar
es un error?. Qué interesante la expresión "erre que erre", relativa a quien erra con terquedad, es decir quien no puede evitar desviarse por caminos que no llevan a ningún sitio o por evitar todo camino.
Yo creo que no es
ajeno el hecho de que el Estado sea un estado, y que todo estado venga a querer
ser siempre, tarde o temprano, un Estado.
Es decir, que el pensamiento politico moderno se establece contra todo
aquello que Huizinga, en El otoño de la
Edad Media (Alianza) asocia con lo que antes y en otros sitios él llamaba
"el temperameto oscilante". Creo que la raíz mitológica de ese tipo
de perspectivas que prima la fijeza frente a la volubilidad seria la renuncia
al nomadismo que funda la fundación mitica de Roma, cuando la ciudad es
imaginada como un agujero –el mundus– en el que los futuros habitantes,
que han decidido dejar de desplazarse de un sitio a otro, entierran el polvo
que han traído consigo desde de sus respectivos orígenes. ¿Recuerdas". A
su alrededor, Rómulo traza con un arado de bronce, arrastrado por un buey y una
vaca blancos, los límites que separan la ciudad de ese todo lo otro en que se
reúnen el campo, las demás ciudades, pero también la inestabilidad y la
oscilación nómada que se había decidido abandonar.
De ahí que, en gran medida, la historia de la construcción de Estados
centralizados en Europa haya sido la del control fóbico contra comunidades real
o míticamente errantes, como los judíos o los gitanos. De ahí también que, a
partir del siglo XIX, las administraciones centrales promulguen leyes especiales
contra los vagabundos. También de ahí que, en su forma actual, esos mismos
Estados no dejen de manifestar nunca su obsesión por fiscalizar los flujos migratorios.
Odio y pánico ante cualquier cosa que se mueva, que se niegue a ser estado,
como paso previo que acabará haciendo de ella Estado.
Por último, de ahí, seguramente, que vagar signifique, según el Diccionario
de la Real Academia, “estar ocioso; andar por varias partes sin
determinación a sitio o lugar, sin especial detención en ninguno; andar por un
sitio sin hallar camino o lo que se busca; andar libre y suelta una cosa, o sin
el orden y disposición que regularmente debe tener”. En el mismo infinitivo se
sintetizan los valores negativos de la improductividad, la desorientación y la
ambivalencia.
En el lado contrario, el del elogio del nomadeo
como nutriente para la inteligencia y la imaginación, los primeros sociólogos y
antropólogos de la ciudad –la Escuela de Chicago–, que advirtieron de las
virtudes del judío y del hobo –el trabajador ocasional que recorría los Estados
Unidos en busca de empleo– como representantes de la agilidad mental humana,
puesto que habían obtenido su habilidad para el pensamiento abstracto de las
virtudes estimulantes de la errancia constante. Pienso en el The Hobo, de Neils Anderson (University
of Chicago). En relación a ese libro, escribió Robert Ezra Park en 1923: “La
conciencia no es sino un incidente de la locomoción”. Esto está en “El
espíritu del hobo: reflexiones sobre la relación entre mentalidad y movilidad”,
que es uno de los textos reunidos en La ciudad y otros ensayos de ecología
urbana (Serbal).
En fin, que no creo que sea por casualidad la recurrencia literaria,
artística, cinematográfica de mitos como el del Judio Errante o el Holandés
Errante, de este último permíteme recomendarte una de sus últimas versiones: el
libro de poemas L'holandès errant, de
Gerard Horta (Proa), de la que existe incluso una versión musicada por Triulet
y el propio poeta.
Bueno, en este elogio de lo errático, errabundo y errante, déjame que
invoque dos ancestros poéticos. Por un lado, el Benedicto de "Mucho ruido
y pocas nueces", de Shakespeare. ¿Recuerdas? Al final, cuando, a pesar de
todo lo que ha venido afirmando públicamente a lo largo de toda la obra,
reconoce su amor por Beatriz.
DON PEDRO.—¿Qué tal
te va, Benedicto, el hombre casado?
BENEDICTO.—Voy a
decirte cómo, príncipe. Un colegio de burlones no me haría cambiar de carácter.
¿Pensáis que me importan una sátira o un epigrama? No; si un hombre se deja
abatir con mofas, nada provechoso conseguirá para sí. En suma, ya que estoy
decidido al matrimonio, no se me dará nada de lo que el mundo diga por ello; y,
en consecuencia, será en vano que se me insulte por lo que he dicho contra él,
pues el hombre es un ser voluble; y con esto basta. Por lo que a ti respecta,
Claudio, pensé haberte golpeado; mas, como parece que vas a ser pariente mío,
vive intacto y ama a mi prima