Nota para Tiziana Motta, doctoranda
LA IGLESIA FUE ATACADA NO POR REPRIMIR LA SEXUALIDAD, SINO POR NO HACERLO
Manuel Delgado
Permíteme poner el acento en lo que te comentaba sobre que a la Iglesia se le ha reprochado siempre no reprimir los "bajos instintos", sino justo lo contrario: no hacerlo e incluso estimularlos de manera insana. Es lo que Max Weber notaba para el anticatolicismo de los reformadores puritanos de finales del XVI y principios del XVII: que la Iglesia era censurable "no por un exceso de dominación religiosa y eclesiástica sobre la vida de los individuos, sino justamente por lo contrario." Max Weber escribía que, en efecto, para los reformadores puritanos de finales del XVI y principios del XVII, la Iglesia era censurable "no por un exceso de dominación religiosa y eclesiástica sobre la vida de los individuos, sino justamente por lo contrario." Esto lo tienes en la página 59 de L'ètica protestant i l'esprit del capitalisme, Ed. 62/Diputació de Barcelona).
Ese prejuicio impregnó varios
siglos de consideraciones sobre la religión católica y su Iglesia, desde ya
la lírica popular del siglo XII o la literatura medieval y renacentista. Lo
cierto es que, a partir de finales del siglo XVIII y hasta bien entrado el
siglo XX, el tema de la lujuria del clero se torna omnipresente. Te hablo de
una masa de opúsculos, folletines y obritas de enorme divulgación, pero
también de traducciones de clásicos del librepensamiento que alcanzan verdadera
condición de best seller, con
tiradas de 65.000 ejemplares por edición. En Espaa, además de las grandes
obras de Victor Hugo, Sue, George Sand, Voltaire o Robespierre, o de textos como
Las doce pruebas de la inexistencia de
Dios, de Faure, se conocen, en términos de gran divulgación, toda la producción
folletinesca francesa, expresada en éxitos como las versiones españolas de Los crímenes de los Papas, de
Lavicompeterie; Los curas y las monjas a
través de los años, de Magen, o El
Citador, de Piagault‑Lebrun.
En cuanto a los productos
propios, tú piensa en ejemplos como los de Ayguals de Izco (Maria o la hija de un jornalero; Pobres y ricos), Castellanos de Velasco
(La hija del cura; La bruja y los anales de la Inquisición),
López Bago (El cura, La monja, El confesionario...) y otros, como las obras en general de Tomás
Camacho y Luis, amplísimamente difundidas. Eso sin contar las revelaciones
satíricas de clérigos arrepentidos, como Miralta, que fue autor de las
divulgadísimas Memorias de un clérigo,
o como Salvador Miñano Bedoya, cuyo Lamentos
políticos de un pobrecito holgazán acostumbrado a vivir a costa ajena, que
alcanzó varias ediciones allá por la década de 1820.
A principios del siglo XX eran popularísimas las
obras de la Biblioteca del Apostolado de la Verdad, editada por José Nakens,
con títulos como La Papisa Juana o La lujuria del clero según los concilios,
o los folletines por entregas de El
Porvenir, como La Hija del Cardenal.
O, por aquella época también, la afectación de los curas, frailes y monjas de
obras de teatro de gran éxito popular, como Los Dioses de la Mentira y todos los demás sainetes que estrenaba
Fola Igúrbide. Revistas de gran tirada, con una eficacia comunicativa extraordinaria
y un populismo sin duda eficaz, del tipo de El
motín, de Nakens, o Los Dominicales
del Libre Pensamiento, que dirigiera Fernando Lozano, estaban directamente
implicadas en la edición y distribución de novelitas en que se condenaba la
laxitud del clero y sus propias páginas, influyentísimas, servían para
divulgar este tipo de opiniones. Y lo mismo puede decirse de las numerosas
revistas que hacía casi un siglo se dedicaron a la difusión de las denuncias
anticlericales, especialmente aquellas que tenían que ver con la anómala
sexualidad católica.
En los años 30, ya en pleno siglo XX, además de un buen número de periódicos y revistas ‑tipo El frailazo‑, existían editoras especializadas en literatura anticlerical, como La Biblioteca de los sin Dios, que publicaba títulos tan elocuentes como Jesucristo, mala persona, Los apóstoles y sus concubinas, Origen nefando de los conventos, etc. Entre 1910 y 1932 se edita desde Valencia la popular La Traca, especializada casi en exclusiva en la crítica feroz de las costumbres pornográficas de los eclesiásticos en las que la imagen de la puta curera se compagina constantemente con la del cura putero.