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Nota para los estudiantes del Màster en Etnografia i Antropologia de la Universitat de Barcelona
LO PÚBLICO CONTRA LO FUSIONAL
Manuel Delgado
Es de la mano de Gabriel Tarde y su La opinión y la multitud (Taurus) que las nociones fundamentales para la ilusión liberal de público y opinión pública son empleadas no sólo, como hasta entonces, para hacer referencia a determinados procesos abstractos de comunicación en el seno de una sociedad concebida como constituida por propietarios privados, sino ante todo para oponerlas a la realidad física que implicaban las masas reales —"de carne y hueso", por así decirlo— que se apoderaban inamistosamente de las calles en aquellos mismos momentos en todas las ciudades industrializadas del mundo. Si esas comunidades instantáneas y efímeras que se conformaban de la nada, actuaban enérgicamente y se esfumaban de inmediato resultaban abyectas era porque eran amalgamas de individuos fundidos en una sola unidad de acción y pensamiento con tendencia a comportarse de manera irresponsable, puesto que en tales condiciones su singularidad moral quedaba inhibida. Si la masa era siempre inferior intelectual y moralmente al individuo, puesto que la alimentaban átomos inconsistentes, amorales y sin comprensión, aquello que Tarde presentaba como su alternativa, el público opinante, suponía la posibilidad de una acción colectiva racional y sobre todo casi siempre aquietada, que determinara la actuación de las instituciones políticas desde el ejercicio de la ponderación que corresponde a personas privadas que intercambian pareceres desde su respectiva autonomía moral e intelectual.
A Gabriel Tarde se le suele
incluir en el epígrafe de la psicología de masas de entresiglos, pero
corresponde sin duda atribuir a su teoría un punto mucho mayor de profundidad y
alcance. Para Tarde la característica especial del público moderno, como
colectivo surgido en buena medida de la capacidad de los nuevos medios de
comunicación de crear estados de ánimo y opinión compartidos por una parte
importante de la población, es su condición dispersa
y extensiva, es decir de
coincidencia a distancia, sin que quienes comparten un determinado espíritu se
codeen y las sugestiones que les unen no se contagien por contacto físico
inmediato, ni por el intercambio de miradas. La multitud es la suma de
moléculas; el público, una combinación. Por supuesto que el público puede
convertirse en multitud en ciertas oportunidades de ardor, incluso compartir
eventualmente sus tendencias al alboroto y a la actuación en tropel, pero la
generación de masas sería mucho más frecuente y más ruidosa si no existieran
esas otras agrupaciones surgidas a partir de la aparición de la prensa y de su
correspondiente colección de lectores –es decir su público– educados intelectualmente y, por ello, mucho menos
proclives a caer en el estado de turba. El público supone, respecto de la masa
y en términos generales, un paso adelante en el proceso evolutivo, pero ante
todo su irrupción en la historia tiene sentido en tanto que instrumento de
alivio del pavor burgués ante el desgobierno de ciudades que parecen caer
periódicamente bajo el control de muchedumbres airadas, a cuyo amparo recurren
esos "asesinos de la calle" cuyos crímenes y desmanes son atribuibles
al veneno que vierten personajes como, por citar aquellos que el propio Tarde
menciona, Marx y Kropotkin. La irrupción del público en tanto que nuevo sujeto
colectivo propio de la edad contemporánea supone, por tanto, una transformación
social que nos acerca al ideal kantiano de una convivencia ordenada a partir de
principios morales, es decir "en el sentido de la unión y la pacificación
finales de la sociedad".
Es derivada de la
conceptualización que Tarde propone de ese nuevo sujeto colectivo que es público
que nos encontramos con una aportación que merece ser puesta de relieve. Se
trata de la tesis doctoral de Robert Ezra Park, discípulo directo de Dewey,
William James, Simmel y Windelband y, como se sabe, uno de los fundadores de la
Escuela de Chicago, la matriz de lo que luego han sido todas las corrientes de
sociología y antropología urbanas. El título de su disertación doctoral es La masa y el público, se presenta en
alemán en 1903 en Heidelberg y contiene una serie de apreciaciones que deberían
ser reconocidas como estratégicas en la evolución y el sentido actual de la
noción de masa. Haciendo balance y dialogando con los aportes de la psicología
de masas precedente, Park abre el camino para lo que serán lecturas en clave
interaccionista de la actividad colectiva, al ver la multitud-masa como una
forma de dependencia recíproca, una forma de atención social en la que un grupo
influye sobre sí mismo, de manera que la energía que emite resulta de una
intensificación del acomodo recíproco entre sus miembros, siguiendo una lógica
circular; es más, como si los individuos reprimiesen cualquier tipo de estímulo
social que no fuera el generado por la interacción pura, como si la masa
funcionase como algo parecido a un colosal acelerador de partículas. Os adjunto
la traducción que hizo la Revista de Investigaciones Sociológicas
Todas las especulaciones teóricas
procuradas por la psicología de las masas tenían en común su descalificación
grosera por causa de la naturaleza que se les atribuía como delirantes, salvajes
o criminales. Al procurar de estas teoría una síntesis, Park va mucho más allá:
arrancando sobre todo en la de Tarde, las conecta con la problemática más
compleja de la posibilidad misma de un sistema democrático que requiere de la
individuación del ciudadano, esa mónada dotada de luz propia que la mística
liberal considera irrenunciable en orden a orientar la convivencia en
sociedades complejas y diferenciadas, es decir en sociedades esencialmente
urbano-industriales. Eso permite a Park incorporarse a un tema central, casi
obsesivo, en la saga intelectual que arranca sobre todo con Alexis de
Tocqueville y John Stuart Mill y que es el de la compatibilidad entre el
régimen liberal y esa sociedad que precisamente se va a calificar pronto como de masas. La ambición analítica de Park
es de mucho mayor calado que la provista por sus predecesores en el tema, como
lo demuestra que convoque para su reflexión la autoridad de los grandes
maestros del pensamiento político moderno –Hobbes, Locke, Kant, Hegel, Rousseau,
Fichte..– a propósito de cómo se conforma la "voluntad general" y
como esta funciona como un mecanismo de control del aparato político del Estado
y como un regulador del que debe depender cualquier forma de dominación
consentida por los dominados.
De ahí la importancia de la
oposición masa-público. No hay entre ellas una diferencia de forma, sino de
contenido: tanto una como otra son modalidades de conciencia colectiva; en
ambas encontramos interacción, es decir determinación recíproca de impulsos humanos,
y también una voluntad compartida que se impone a los intereses de los
individuos. Ambas de producen de espaldas a las estructuras sociales tanto
controladoras como controladas, o lo hacen en sus intersticio. Es más, de algún
modo la masa y el público son asociaciones individualistas, en la medida en que
interpelan a la persona individual, aunque sea en un sentido antagónico,
arrancándola de lo que había sido sus vínculos y recomponiéndola en otros
nuevos, y lo hacen de manera bien para que sobresalga como pieza soberana de un
público o para suspenderla en el seno de una masa cualquiera. Además, son
esencialmente ambos formatos intrínsecamente modernos, resultado adaptativo del
tipo nuevo de vida derivado de los procesos de metropolización, por cuanto
"son un tipo de unión social que se desarrolla a partir de los otros,
yendo más allá de ellos, y que sirven para sacar a los individuos de los viejos
vínculos y llevarlos a otros nuevo. En cualquier caso la relación masa-público
continua siendo evolutiva: el público es una fase perfeccionada, superior y
posterior a la masa, de tal manera que el proceso de mejora social debe
consistir en avanzar hacia él, en convertir —léase elevar— a la masa en
público.
El diferencial entre masa y
público estriba en que en la primera esa reciprocidad y esa voluntad común son,
por así decirlo, instintivas y están dominadas por imperativos prácticos
inmediatos, mientras que en la segunda la mutua influencia y las puestas en
común son de índole racional y resultan del consenso acerca de los principios
teóricos abstractos a que conviene someterse. El público reúne por difusión —es
decir por contagio sin contacto— a individuos con perspectivas diferenciadas,
pero que definen, discuten de manera racional y acuerdan cómo resolver
problemas comunes. En la medida en que es una colección de seres humanos
dispersos y no un agregado de cuerpos copresentes, el público hace emerger
todas las cualidades volitivas e intelectuales del individuo que la masa
reprime para existir; es más, el público no solo tolera las singularidades que
alberga, sino que las intensifica, obtiene, por así decirlo, lo mejor de ellas.
El público está hecho, según Park, de discusiones que los individuos mantienen
a propósito de asuntos de interés compartido, mientras que la masa no tiene
tiempo para pensar y menos para debatir, puesto que se mueve en un nivel de
percepción inmediato, que hace que reaccione ante los hechos poniendo en marcha
resortes automáticos. "Cuando el público deja de ser crítico, se disuelve
o se transforma en una masa. Precisamente ahí reside la característica esencial
que distingue a una masa de un público: la masa se somete a la presión de un
impulso colectivo al que obedece sin crítica alguna".
A hacer notar que la distinción
entre masa y público propuesta en principio por Gabriel Tarde y desarrollada
luego por la tradición pragmática —Park, Dewey, Blumer—, está anticipada en el
ya mencionado Las multitudes argentinas,
donde Ramos Mejía —dos años antes que Tarde, en 1899— propone ese mismo
contraste en términos de masa versus grupo: "El hecho fundamental en la
psicología del grupo, es que el individuo conserva su personalidad,
no se ha verificado todavía la operación mental que funde su voluntad dentro de
la masa colectiva. El grupo tiene algo de contrato bilateral
por las reciprocas y voluntarias concesiones que se hacen sus asociados para un
objeto fijado de antemano, y sin abdicar su autonomía. El grupo delibera
y la multitud no; porque procede por impresiones y reflejos. En el
primero, la mutua desconfianza pone vigilante la voluntad y la enardece, por
eso el individuo conserva su relativa independencia. La suma de influencias
sugestivas que gravitan sobre cada uno, son necesariamente menores que en
la multitud, donde aquél está atado por fuerzas mayores, y baja sus
facultades al diapasón moral que impone la mayoría, que tal es lo que la
constituye. En el grupo, la vinculación está en la analogía del propósito,
cualquiera que sea la heterogeneidad de su organización moral, mientras que en
la multitud es la semejanza de estructura mental más que la mancomunidad de los
fines lo que los atrae entre sí
Dado que el público, para Park,
"es un producto de las actitudes críticas individuales, se expresa de modo
diverso en los distintos individuos", modo diverso que quienes lo detentan
viven como subjetivo, autoconsciente, puesto que implica la "distinción de
uno mismo como individuo que siente y quiere de otros individuos que sienten y
quieren" (o.c.: 406). Para el
público las cosas son las mismas para todos sus miembros, pero valen diferente
para cada uno, mientras que en las masas las cosas son y valen lo mismo para
todos sus componentes. El público se rige por normas teóricas abstractas a las
que, mediante la deliberación, los individuos aceptan someterse, sin perder con
ello el sentido de su particularidad, puesto que de algún modo saben que esos
principios abstractos que aceptan son la fuerza que anima y hace posible la vida
colectiva. Esa asunción de valores normativos abstractos, asumidos por cada
cual en sus propios términos, es inconcebible en la masa, a la que sólo mueve
la urgencia por obtener sus fines inmediatos, objetivo para el que ha sido
necesario que los individuos renuncien a su criterio personal.
El público está compuesto por
individuos que son y se reconocen diferentes,
aunque acuerdan superar sus diferencias sin perderlas nunca de vista; en la
masa, en cambio, se renuncia a la diferencia en nombre de la unidad resultante.
El otro contraste que Park enfatiza es el ya planteado por Tarde oponiendo una
forma de ajuste recíproco basado en la coincidencia sensible de actores en un
momento y en un punto —la multitud coagulada que ocupa una calle o una plaza— y
otro basado en la simultaneidad de puntos de vista que se influyen mutuamente
por difusión a distancia, a la manera del público y sus corrientes de opinión.
El contraste masa-público es, por tanto, del tipo homogeneidad-heterogeneidad,
unidad-multiplicidad, singular-indiviso..., hoy diríamos analógico-digital,
etc., al tiempo que coincidencia física-coincidencia intelectual. Fundamentales
ambas comparaciones, por cuanto establecen que lo contrario de lo público no es
–como sostendrían Arendt o Habermas– lo privado, sino lo fusional.