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Apuntes de la asignatura Antropología de los espacios urbanos. Clase del 6/11/14
LA HISTERIZACIÓN DE LAS MASAS
Manuel Delgado
Estoy insistiendo en que no hay teoría sobre las masas como fenómeno social e histórico que se genere en el vacío, es decir de espaldas a lo que ocurre, intriga e inquieta en las calles de las ciudades en cada momento en que se elaboran. Si la muchedumbre hormigueante que se ve agitarse de ordinario ya es de por sí motivo de desasosiego –a veces, como hemos advertido, no exento de fascinación estética–, cuando se excita en forma de lo que se presenta como chusma o turba se convierte en motivo de máxima alerta y exige de las ciencias competentes que lleven a cabo su cometido de diagnosis y propuesta de terapia para ese mal social, puesto que es a una epidemia a lo que la civilización debe enfrentarse. En ese orden de cosas, una de las primeras definiciones de la multitud como hecho social alarmante es la de Gabriel Tarde. En 1890, en su La philosophie pénale, la describe como una unidad operativa y psicológica sobrevenida que funciona a partir de principios de imitación y contagio.
Al año siguiente, en 1891,
aparece la que acaso sea la primera teoría sistemática sobre las muchedumbres
formulada desde su apreciación en tanto que fenómeno social peligroso. Su autor
es el criminólogo italiano Scipio Sighele, que, desde el nuevo derecho
positivo, aborda la cuestión de la responsabilidad criminal de quienes han
actuado al amparo de una multitud y compartiendo con ella una misma voluntad de
causar daño, individuos que en condiciones normales y en solitario jamás
hubieran acometido determinados actos violentos, incluso atroces. La clave de
su conducta reside, una vez más, en las consecuencias patológicas de la
desindividuación que conllevan las acumulaciones humanas. A pesar de la
extraordinaria heterogeneidad de movimientos de aspecto caótico que se
registran en el transcurso de su actividad, los agregados humanos "inorgánicos",
como los califica Sighele, registran una unidad de acción y de propósito que no
puede resultar más que de que "las particulares personalidades de los
individuos que forman parte se concentran y se identifican en una sola
personalidad; hay, pues, que reconocer forzosamente en la muchedumbre, aun
cuando no se pueda explicar, la acción de algo que sirve provisoriamente
de pensamiento común. Este algo es el entrar en escena las más bajas
energías mentales y no puede aspirar al rango de verdadera facultad
intelectual; no puede encontrarse para definirlo otro nombre sino el de alma
de la muchedumbre" (La muchedumbre criminal. La España Moderna.
Sighele). Para Sighele,
las masas no deben ser consideradas como el precipitado de las cualidades morales o racionales de quienes les
componen, pero sí de sus afectos y pasiones, y más todavía de sus bajezas, cuya
acumulación genera una fuerza que puede tener efectos devastadores. El principio
resultante es entonces que la energía destructiva que desata lo que Sighele
llama "la plebe reclamante" es producto de haber hallado una
amplificación lo más deleznable de cada individuo interviniente.
Es en esa misma escuela italiana
en la que se inscriben las teorías de Pasquale Rossi sobre el alma colectiva
tal y como se manifiesta en la acción de las multitudes, l'anima de la folla, a la que dedica el título de su obra más influyente, publicada en
1899. Rossi asume las premisas de la recién inventada ciencia psicología de las
masas a la hora de definir la multitud como una formación inestable y amorfa
que puede conocer exteriorizaciones patológicas graves e incluso en forma de
plaga, resultado a su vez de "congenialidades morbosas". Ahora bien,
esas manifestaciones salvajes corresponden a estadios bajos de desarrollo
evolutivo, aquellos en los que la multitud se expresa como una entidad brutal,
ignorante, cobarde, desequilibrada y sin moral. Ahora bien, la multitud puede
conocer un progreso que la arranque de su barbarie y la dote de consistencia y
perdurabilidad, a la vez que la convierta en creativa y altruista. Ese es el
diferencial de la propuesta explicativa de Rossi, que no se se conforma con una
descalificación genérica a las masas, sino que advierte en ellas una potenciaiidad para el bien que una formación
adecuada debería estimular y encauzar. Así, "epidemia, delito, no menos
que acciones generosas; cultura intelectual y artística, todo puede ser materia
y contenido psíquico de una multitud" (L'anima
de la folla, 1904). De ahí su propuesta de una auténtica ciencia de la
educación de la multitud, la demopedia.
Rossi pertenece a la genealogía
italiana de la psicología de masas que inaugura Sighele, pero escribe a la
sombra de la ya determinante influencia de Gustave Le Bon. Es este quien, en su
La psicología de las masas (Morata),
propone la que será la más influyente de las teorías para la conducta de las
muchedumbres compactas que acompañan el proceso de industrialización a lo largo
del siglo, en la misma línea que Sighele y Tarde de considerarlas modalidades
enfermas de agrupación social en cuyo seno la autonomía humana y el sentido de
la responsabilidad moral se desintegran cuando el individuo acepta incorporarse
a una torbellino que puede pasar en poco tiempo del desenfreno destructor al
supeditamiento ciego a una autoridad, en estados en los que la persona queda
sumida en algo parecido al trance místico, al brote demente, a la hipnosis, a
la estupefacción o a la ebriedad, por hacer referencia a algunas de las
analogías propuestas por el propio Le Bon. Como si las fusiones sociales fueran
algo así como un animal ora fiero, ora dócil, al que se debe temer y al que es
preciso domesticar..., o seducir, habida cuenta de ese otro parentesco que las
asocia a la mujer y al que se le atribuye lo que el discurso misógino dominante
en la época considera su temperamento natural: caprichoso, superficial,
veleidoso, pero siempre predispuesto a conocer arrebatos histéricos. Freud
ampliará esa visión en su célebre ensayo sobre la naturaleza en última
instancia libidinosa de esa energía masiva en que se recoge "el germen de
todo lo malo existente en el alma humana" (Psicología de las masas, Alianza). Frente a tal amenaza, la única
cura es, sostiene La Bon, la democracia de los ciudadanos, las asambleas
parlamentarias, que, a pesar de sus carencias, representan "el mejor
método que los pueblos han encontrado hasta ahora para gobernarse", así
como para sustraerse de las tiranías personales que las multitudes propician o
a las que son propicias (ibidem:
185). Esa visión no dejaría de estar emparentada con la de la horda primitiva
imaginada por la antropología evolucionista, recogida luego por Freud y por
Engels, ni tampoco le sería ajena la noción durkheimniana de solidaridad mecánica,
concebida como una reunión de “cuerpos brutos”, moléculas sociales que se
mueven al mismo tiempo coordinadas por una lógica espontánea y que muchas veces
se expresan de manera que podría parecer irreflexiva, que ni siquiera podría
decirse que fuera una estructura social, sino más bien un tipo de cohesión
basada en la similitud de los componentes del socius.
Puestos a hacer un breve repaso
de las diferentes aportaciones de la psicología de masas de finales del
XIX, merece destacarse, en el contexto
latinoamericano, la aportación de José María Ramos Mejía, que en 1899 publica Las multitudes argentinas, una
interesante disquisición sobre el papel de las masas en la historia argentina,
con un análisis pormenorizado de acontecimientos concretos como fueron la
reconquista de Buenos Aires frente a la ocupación británica de 1806 y la
revolución de mayo de 1810. En su desarrollo teórico Ramos Mejía asume los
presupuestos de Le Bon, Sighele y Tarde a propósito de la irracionalidad
endémica de las masas, pero en cambio no deja de reconocer que es al
"hombre de la multitud" argentino a quien le corresponde el protagonismo
trascendente y heroico en las grandes gestas patrias. La bestialización de las
masas se combina con su elogio como lugar de nacimiento y residencia del
espíritu de rebeldía y desobediencia que ha permitido la emancipación del
continente americano. A la multitud le dedica calificativos de gran fuerza
descriptiva: "contagio sagrado", "superávit de vida",
"torrente", "mancomunidad de esfuerzos e impulsos pequeños, que
produce resultados grandes y trascendentes", "fuerza que viene de
lejos y que empuja hacia destinos que ella misma desconoce". La multitud, "el
esfuerzo común, la asociación de los iguales y de los que nada pueden
solos".
Es como contrapeso al desprecio y
a la vez alivio al temor hacia las multitudes enervadas que vemos extenderse
otro tipo de destinatario deseado para la gestión política de los grandes
procesos de urbanización e industrialización: el público, entendido como
conjunto congruente de individualidades privadas y responsables que se pronuncian y hacen en
relación con temas de interés compartido a partir del debate y la reflexión
racionales. Es conocido el ensayo en que Jürgen Habermas (Historia crítica de la opinión
pública, Gustavo Gili) levanta la genealogía de esa noción y otras
emparentadas como opinión pública,
como manifestaciones de una voluntad colectiva emanada del consenso
deliberativo, desarrollos a su vez de la que fuera la publicidad ilustrada, convertida ahora en
funcional al servicio de la modernidad capitalista. Es esa noción de opinión pública, como expresión de la
publicidad política activa a cargo de propietarios particulares que se creen
autónomos y actúan como si lo fueran, sobre lo que Marx ironiza aquí y allá a
lo largo de su obra, viéndola como una ficción, la quimera republicana que urge
desenmascarar, puesto que la autonomía burguesa no encarna la libertad humana,
sino, al contrario, su límite.