dimecres, 6 d’octubre del 2021

Consideraciones sobre el seductor y la seducción

Ilustración para la edición de 1796 de ·"Les liaisons dangereuses"

Consideraciones para Nicolás Alfaro, estudiante del Máster en Antropología y Etnografia de la UB

Consideraciones sobre el seductor y la seducción
Manuel Delgado

En principio, lo que debes retener es que el Valmont de Laclos ejemplifica bien un principio fundamental: un seductor nunca busca meterse en la cama con el otro o la otra. Esa es la diferencia entre un seductor y un ligón. Valmont expresa una concepción del amor cortés —el amor en la corte— que vemos aparecer en la literatura libertina del XVIII francés  —Sade, por ejemplo— y tienen como referente el universo estético del rococó. Es de esa concepción que bebe por ejemplo la invención del drama taurino, en que el torero precisamente ejerce como seductor del toro, con el que juega en un juego que debe prolongar el máximo tiempo posible y en el que el encuentro carnal no es nunca el fin, puesto que el juego mismo —la lidia­— es el fin verdadero. Te estoy hablando del momento civilizatorio —el de la segunda mitad del XVIII y en el contexto cortesano francés— que vemos aparecen una idea de seducción basada en la simulación, el ritual, el juego, la importancia de las apariencias, la voluntad de control... El baile cortés sería otro ejemplo perfecto de puesta en escena de ese principio.

Esto es, la seducción se plantea como un juego hecho de tensiones, seguidas de calmas, sucesión de aproximaciones y distanciamientos, presencias y ausencias. El seductor —o la seductora, entiéndeme— juegan a eso: a embaucar, ofrecer lo que no piensa conceder, en mentir, puesto que su actuación consiste en encadenar uno tras otro sus engaños. Lo que importa es ver y ser visto, negociar entre miradas que presuponen deseos, desencadenar la pasión en los ojos, en el tacto, en el olfato, y para ello están todas las prótesis provistas por la moda o, en general, todas las técnicas de autopresentación. En eso consiste el fliltreo típico de la seducción. Se coquetea, se engolosinan los instintos, pero se mantienen las distancias –a veces, mínimas– para conjurar la realización de lo que se ha despertado. Te copio un fragmento de Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI): “Para mostrarte dónde está tu deseo basta prohibírtelo un poco. X.... desea que esté allí a su lado, pero dejándolo un poco libre Ligero, ausentándose a veces, pero quedándose no lejos; es preciso, por un lado, que esté presente como prohibido (sin lo cual no habría deseo válido)... Tal sería la estructura de la pareja realizada: un poco de prohibición, mucho de juego¸ señalar el deseo y después dejarlo.”

Sobre todo entiende que, como te digo, el éxtasis no se encuentra en el momento final. La jurisdicción de la seducción no es lo genital, sino lo ocular, a la manera de lo que me escribías tú el otro día. Lo que verdaderamente cuenta no es el fin sino el proceso, sus incidentes y sus riesgos. Te copio otro fragmento de Barthes: “En realidad, poco me importan mis oportunidades de ser realmente colmado. Sólo brilla, indestructible, la voluntad de saciedad". Indispensable ahí la lectura de De la seducción, de Jean Baudrillard (Anagrama), cuando se refiere a esta, a la seducción, como “un proceso circular, reversible, de desafío, de puja y de muerte".




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