Las barracas de Montjuic en los años 60. La foto es de Sergio Dahò |
Artículo publicado en El País, el 30 de enero de 2009
SEGUNDO ELOGIO DE LA BARRACA
Manuel Delgado
El
próximo 22 de febrero cierra sus puertas la exposición “Barraquismo. La ciudad
informal”. Como hiciera notar Jordi Borja desde estas mismas páginas (El País, 21-7-08), las fuentes documentales
y humanas exhibidas en el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona merecen
ser conocidas, puesto que nos ponen al corriente de una forma de crecimiento
urbano característico de una dilatada etapa de la historia de ésta y otras ciudades
del país. Esa valoración positiva no es incompatible con una crítica al argumento
que se destila de la muestra, según el cual los barrios de barracas fueron un fenómeno
asociado a la miseria económica, social y moral del franquismo, superado del
todo gracias a la planificación urbana más justa y racional que acompañó el
advenimiento de la democracia formal en 1977.
Ese
happy end no se corresponde con lo que apunta la investigación en la que
se inspira la muestra, debida a un grupo de trabajo del Institut Català
d’Antropologia, dirigido por Cristina Larrea y Mercè Tatjer, y que respondía a
un encargo del Inventari del Patrimoni Etnològic de Catalunya. La conclusión a
la que en él se llega no es la de que el abandono de las tipologías informales
de crecimiento urbano fuera un triunfo. En un artículo publicado en el último
número de la Revista d’Etnologia de
Catalunya, el 33, el equipo que realizara el estudio sostiene que “la
erradicación del barraquismo fue casi siempre un impulso que respondía más a
las necesidades y proyectos urbanísticos que se presentaban, que no a una
política decidida a solucionar un problema social”. La eliminación de los
barrios de autoconstrucción no suposo dejar atrás la cuestión de la vivienda
económica, que continuo pendiente, cuando no se agravó.
Esa
fue la intuición de un artículo publicado por Oriol Bohigas el 27 de enero de
1957 en Solidaridad Nacional,
titulado “Elogio de la barraca”. En él se razonaba que el barraquismo había
hecho posible la incorporación de sucesivas oleadas de inmigrantes, que colonizaban
áreas periféricas o intersticiales de la ciudad luego llamadas La Perona, el
Carmel, Somorrostro, Can Valero, etc. Los nuevos barceloneses generaban allí un
urbanismo espontáneo, grosero si se quiere, pero en que se hacía manifiesta la
creatividad con que los segmentos más vulnerables de la sociedad estaban
dispuestos a adaptarse al duro contexto al que se enfrentaban.
Lo
que sustituyó esas modalidades de autogestión del territorio fueron, desde finales de los 50, los polígonos de
viviendas, segregados de los núcleos urbanos, sin apenas equipamientos, con
malas infraestructuras y de una pésima calidad arquitectónica y urbanística. La
nueva situación implicaba un paso atrás, puesto que la vía de integración en la
forma y en la vida urbanas que constituían los asentamientos chabolistas era
preferible a la deportación fuera de la ciudad y en relativas mejores
condiciones de buena parte de la clase obrera. Escribía Bohigas: “La pobre y
alegre barraca es una solución más humana, una solución mejor planteada
urbanística, arquitectónica y éticamente” que los monstruos mastodónticos y
desangelados que estaba propiciando la mezcla entre especulación capitalista y
demagogia política en que consistían las iniciativas franquistas en materia de
vivienda. Barracas: “No las destruyamos, por favor, si no es para superarlas”, concluía
Bohigas. Y si las barracas se suprimieron no fue para superarlas, sino para
arrebatarle a las clases populares lo que les quedaba de control sobre su
propia vida cotidiana.
Ese
cuadro no sólo no ha mejorado, sino que ha ido a peor. Las ciudades-dormitorio
fueron un remedio peor que el del barraquismo, pero siguieron siendo un remedio. Ahora, ni barracas ni
bloques. La solución a un problema de la vivienda tan grave en la actualidad
como el que conociera Barcelona décadas atrás ha sido..., ninguna solución. A
lo sumo, algún apaño.
A
lo largo de la primera mitad del siglo XX la posibilidad de obtener un techo
bajo el que vivir quedaba garantizada al menos por el recurso a levantarse uno
su propia barraca donde fuera. Hoy, ni eso, ni nada. Si eres declarado insolvente,
la ciudad no será para ti. Y de ahí una vindicación del chabolismo que ha
tenido dos expresiones recientes. En el 2003, el FAD promovía, en el marco del
Año del Diseño, una serie de actividades acerca de la vivienda de emergencia bajo
el epígrafe de “Barraca Barcelona”. En el otoño de 2005, activistas antiespeculación
convocaban una “chabolada” a las puertas del Parlament de Catalunya. El sentido
de ambas iniciativas era el mismo: reconocer en las barracas valores positivos
vigentes. Hoy los jóvenes, los mayores, los inmigrantes, los nuevos y viejos
sectores sociales fragilizados, merecerían que se les permitiera reunir fuerzas
y materiales con los que hacer surgir nuevos barrios de barracas. Es de la mano
de esas humildes construcciones que les sería dado a los débiles conquistar, ahora,
por su cuenta, ese derecho al hogar que las leyes les prometen, pero que los
poderes les niegan.