Los benandanti según un grabado de 1508 |
Reseña de Carlo Ginzburg. Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre, Muchnick Editores, Barcelona, 1991. Publicada en Babelia, suplemento de libros de El País, el 21 de marzo de 1992
BRUJAS ESTRUCTURALES
Manuel Delgado
Ya hace casi un cuarto de
siglo (1966) que apareció en Italia I
Benandanti, un sorprendente libro en que un alumno aventado de Le Goff,
Carlo Guinzburg, reclamaba para la cuestión de la brujería en la edad moderna
europea una reconsideración general. El punto de partida lo constituía el
descubrimiento de un culto, el de los benandanti
del Friuli, que venia a significar
la confirmación de que, en contra de la tesis hegemónica de que nunca
existieron brujas sino perseguidores de brujas (Trevor-Roper, Cohn, etcétera),
los aquelarres fueron realmente imaginados por algunos de los
perseguidos.
I Benandanti venia a darle la razón a las teorías
survivalistas de Margared Murray que, siguiendo a Frazer y su
obsesión por la supervivencia de ancestrales “ritos agrarios”, sostuvo que la
brujería había consistido en restos a la deriva de antiguos cultos a la
fertilidad. La caída en desgracia de esa visión, propiciada por la irrupción en
este campo de la antropología funcionalista, y el monopolio sobre el tema de la
tesis de la sociedad persecutoria hicieron que sólo Caro Baroja (Las brujas y su mundo) y luego Le Roy
Ladurie (La bruja de Jasmín) se
atrevieran a preguntarse en voz alta sobre qué es lo que en realidad hacían y
pensaban esas brujas cuya existencia
misma se negaba. No es de extrañar que en
tan poco receptivo marco, el libro de Ginzburg no fuera acogido sino con
desconfianza. La traducción francesa (Les
batailles nocturnes) no apareció hasta 1980, y sólo como consecuencia del
éxito de El queso y los gusanos, un
libro del que Muchnick acaba de publicar la tercera edición en castellano. Lo
que no ha bastado por ahora para que I
Benandanti deje de estar inédito entre nosotros.
No ocurre lo mismo con su
continuación, Historia nocturna, cuya
versión española acaba de editarse. Nos reencontramos aquí con los benandanti, sólo que sometidos a otro
grado de análisis que el prólogo para la edición gala ya había prometido: el de
la consideración, a partir de las luchas nocturnas y en espíritu entre los benanadanti y los brujos para defender la cosecha, del sabal como un campo de oposiciones
semánticas en el que operar análisis sincrónico-morfológicos, tomando además el
aquelarre como lugar de arranque para una amplia cartografia de desplazamientos
y transformaciones formales, análoga a la practicada por la antropología
estructural en el dominio de la interpretación de los mitos.
Comprometida tarea la de
Ginzburg. Desde que Lévi-Strauss consagró el desentendimiento de su método con
respecto a los procesos rituales para lenguajes que eran devueltos a la
jurisdicción hermenéutica de la antropología simbólica anglosajona, sólo se
habían ejercido aproximaciones estructuralistas a los ritos en los que se
podían detectar fórmulas de permutación, es decir, el sacrificio y las
escenificaciones chamánicas y de posesión. Y cuando así se hacía, nunca –ni en
el caso exuberante de la exégesis estructural de la ritualística griega, de la
mano de Detienne y compañía- se dejaron de hacer concesiones a la contextualización
etnográfica.
Ginzburg intenta aquí ir
bastante más lejos. A partir de la tipificación de los aquelarres benandant como un fenómeno de adercismo,
se despliega un orden de homologías formales y de dispositivos de
representación del trance que cubre un extraordinariamente amplio –y, añadamos,
temerario- marco geográfico-temporal, donde se integra un material literario
gestual basado en el extatismo aparentemente heteróclito, pero del que Ginzburg
aspira a mostrarnos la actividad de una organización gramatical
metalingüística.
En cualquier caso, nos
encontramos ante el intento más osado –con mucho- de encontrar aquella
“mitología implícita” que, en una insinuación nunca aclarada contenida en la
discusión con Turbner en la cuarta entrega de las Mitológicas, Lévi-Strauss
invitaba a buscar en ciertos ritos. El juicio que esta excitante puesta en
sistema del aquelarre nos merezca dependerá, en última instancia, de que
tengamos o no a la imprudencia como una de aquellas virtudes que nunca debe de
dejar de ejercer el saber.