diumenge, 8 de maig del 2022

En lo usado vive lo vivido

Antigua Fira de Bellcaire o Encants Vells en Barcelona. La foto es de Deborah Gil

Extracto de Recolectores urbanos, publicado en el catálogo de Alehop! Dissenys, enginys i remeis, exposición en la Virreina dirigida por Emili Padrós en 2003

EN LO USADO VIVE LO VIVIDO
Manuel Delgado

A las antípodas de los objetos vírgenes, impolutos, que se exhiben en los escaparates –como las vitrinas de los museos, preservativos que protegen ciertas cosas de un contacto indeseable con el mundo y con los mortales– están todos los que se amontonan en la acera o en  los contenedores de basuras o de ruina, objetos que alguien ha dejado de querer, inútiles, huérfanos, declarados inhábiles. Esas cosas excluidas nos ofrecen una metáfora perfecta de toda forma de marginación, que consiste siempre en expulsar y suplantar a alguien o a algo que había servido, pero que, ahora, deteriorado, envejecido, enfermo, ya no sirve y es eliminado, borrado, puesto que ha perdido el lugar que tenía y ya no se espera que vuelva a ocupar ningún otro. 

A pesar de ello –a veces por ello–, esos objetos arrinconados pueden ser rehabilitados, rescatados de la calle, redimidos por usos nuevos o renovados e incluso pueden llegar a ejercer una encanto tanto o más poderoso que los productos de consumo sin estrenar. En esos yacimientos de cosas desahuciadas, extremadamente heterogéneas, descatalogadas, aparentemente sin clasificar, mezcladas promiscuamente, hay quien remueve para encontrar materiales que pudieran volver a servir. Esos tipos son la expresión máxima del ser humano no como ser pensante, ni como ser sintiente, si ante todo como ser actuante. Estamos ante la apoteosis del hombre práctico. Por ello, el objeto desechado es, al pie de la letra, el auténtico objeto. En efecto, el objeto que está ahí, tirado en plena la calle, restablece el sentido etimológico original de la palabra “objeto”, que procede del latín ob-jetum, “arrojado ante”. 

En la jerarquía de los objetos esas cosas abandonadas ocupan el lugar más humilde. Son el lumpen de la sociedad que las cosas forman entre sí, sin prestigio ni valor. Electrodomésticos irreversiblemente averiados, juguetes rotos, artículos asilvestrados, muebles astillados..., cosas repudiadas que el recolector urbano rescata y redime. Aparecerán luego revendidas en mercados inverosímiles, donde serán adquiridas por seres humanos que se les parecen y que les darán un nuevo confort en un nuevo hogar. Acaso merezcan los usos imprevistos que le asignarán otros propietarios, para los que esas cosas significarán otras cosas, coleccionistas sentimentales siempre con los ojos abiertos a la espera de brillos inesperados, buscadores de oro entre el polvo de las ciudades. 

Algunos de esos materiales súbitamente preciosos, serán retenidos o regalados como objetos rebosantes de significado. Lo que eran detritus de la sociedad de consumo, servirán para otra suntuosidad, investidos de una dignidad distinta y acaso mayor, que no tendrá que ver con su precio, sino con su intensidad.

Todo los objetos tirados a la basura son, sin saberlo, “Rosebud”, el nombre del trineo inservible que unos operarios lanzan al fuego en la última secuencia de Ciudadano Kane, la película de Orson Welles. “Rosebud” es la última palabra que pronuncia el protagonista antes de morir y su significado se constituye en el enigma que ninguna biografía consigue resolver. No era el nombre de nadie que Kane hubiera conocido, ni de ninguna de las cosas que conformaban sus extensas colecciones de objetos de valor. Al final, nosotros, los espectadores, sabemos lo que el investigador que intenta desvelar el misterio no sabrá ya jamás: que la palabra designaba no a un sujeto, ni tampoco a ninguno de los objetos de lujo y de arte que Kane acumuló en Xanadú, su mansión. “Rosebud” designaba una cosa usada, inútil, vieja y rota que los encargados de hacer el inventario de todo lo que el magnate había llegado a reunir deciden inmolar por completamente inservible. En cambio, en aquel trasto desahuciado –su única posesión real– se resumía y dignificaba su propia existencia. “Rosebud” era, en un sentido especialmente literal, el objeto de su vida. He ahí el secreto que todas las cosas viejas y abandonadas conservan y se transmiten unas a otras en secreto: en ellas vive lo vivido.


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