La foto es de Eladio Bellés |
Apuntes para Caterina Borelli y su tesis doctoral sobre el urbanismo postsocialista en Sarajevo
NOTAS PARA UNA ETNOGRAFÍA PERIPATÉTICA Y DE LOS MERODEOS
Manuel Delgado
En cambio, sí que te irá bien lo que te dije de la metodología de
los itinerarios comentados, aquella etnografía peripatética que aquí estamos
aplicando en la tesis de Pilar Larramona sobre la construcción de la memoria
barrial en Sants. Está claro que es a Augoyard a quien le corresponde un poco
el invento, como queda demostrado en su contribución a la compilación de
Jean-Paul Thiebaud y Michel Grosjean, L’espace
urbain en méthodes (Parenthèses),
titulada “La conduite de récit". En ese mismo manual tienes otra buena
guía en el artículo del mismo Thibaud, "La méthode des parcours
commentés". Desde una perspectiva más bien etnometodológica, hay un
capítulo destinado a ese método en el libro de Lorenza Mondana, Décrire la ville. La construction des savoir urbains dans l'interaction et
dans le texte (Anthropos). De todos modos, el teórico por
excelencia de esta manera de trabajar es Jean-Yves Petiteau. Busca “Territoires et itininéraires”, en Cahiers
du Centre de Recherches Sociologiques (1987),
y lo que aporta al mencionado L’espace
urbain en méthodes, con Élisabets Pasquier, "Le méthode des
itinéraires: récits et parcours". Y un ejemplo de aplicación, en este caso
con Bernard Renaux: “Itinéraire du Grand Desbois, docker à Nantes”. Les Annales de la Recherche Urbaine,
55-56 (1992), o con Lauren Pickupe, "Hard to Get Around: A Study of
Women's Travel Mobility", en Jo Little, Linda Peake y Pat Richardson,
eds., Women in Cities. Gender and the Urban Environment. Londres: MacMillan, 1988, pp. 98-116.
Y lo último ya: M. Relieu, “Parler en marchant. Pour une écologie dynamique des
échanges de paroles”. Langage
et Société, 37-68 (1999). Estoy compartiendo contigo los rudimentos de
lo que podríamos llamar una “antropología pedestre”, un término que tomo o robo
de la presentación que hace Jorge Durand de su entrevista con uno de los
grandes de la arqueología mexicana de orientación marxista, el vasco Pedro
Armillas. Está en un libro que se titula Caminos
de la antropología (Instituto
Nacional Indigenista). No tiene que ver con lo tuyo, pero es correcto que cite
la fuente de un concepto que debería resultarte tan aplicable a la propuesta
que te hacía de un estilo de etnografía que se hace caminando y hablando con
los informantes.
Lo que pasa es que vas a tenerle que poner a tu argumentación algo
de filosofía. Atención, no es porque tú tengas que filosofar, sino porque es tu
informante bien informado quien filosofa, no caminando, sino justamente porque
camina. Caminar, dice Augoyard,
viene a ser como hablar, emitir un relato, hacer proposiciones en forma de
deportaciones o éxodos, de caminos y desplazamientos. Caminar, nos dice, es
también pensar, hasta el
punto de que todo andariego es en cierta manera una especie de filósofo, abstraído
en su pensamiento. Todo caminante es un cavilador, rumia, barrina, se desplaza
desde y en su interior. Andar es, por último, también transcurrir, cambiar de
sitio con la sospecha de que, en realidad, no se tiene. Caminar realiza la
literalidad del discurrir,
al mismo tiempo pensar, hablar, pasar. En eso consisten las mentadas
“retóricas caminatorias”. Es
decir, que tu personaje no deja de hacer lo que hacían los filósofos
peripatéticos clásicos, a los que alude tan elogiosamente Foucault en un momento
de Tecnologías del yo (Paidós). Es lo que Epíceto denomina
ejercicios éticos, consistentes en pasear y comprobar las reacciones que se van
produciendo durante el paseo. Pienso ahora en el Rousseau de las Ensoñaciones de un paseante
solitario, que convierte su itinerario en su gabinete de trabajo, su mesa
de despacho, su taller o laboratorio, el artefacto que le permite trabajar.
Aunque no sé por qué tengo que remitirme a referentes tan exquisitos. Los que
amamos el cine sabemos que de ese material del que están hechas todas las road
movies, empezando por El Quijote. Recuerda la peli de la que te hablé en el
despacho, que parece como pensada para tu ejemplo: “La soledad del corredor de
fondo”, de Tony Richardson (1968).
Y hablando de filosofía, un texto fundamental de un autor
fundamental para el pensamiento contemporáneo: Caminar, de Henry David
Thoreau, aquel gran filósofo trascendentalista, además de agrimensor y
fabricante de lápices –no es broma– que escribiera Walden y La desobediencia civil. Este que
te digo es un librito que sacó no hace mucho Ardora. Es muy bueno. Una delicia.
Y otra referencia importante –lo siento; no lo puedo evitar: El paseo, otra maravilla, en
este caso de Robert Walser (Siruela), de quien, por cierto, el otro día Marta
Venceslao me regalaba el otro libro de Walser que revolotea a lo largo y ancho
de su tesis doctoral, que es Jacob
von Gunten, también en
Siruela.
Lo siento, pero no puedo disimular la fascinación que me merece
ese tema. Piensa en lo que dan de
sí prácticas como el merodeo como una verdadera fuente de reflexión. ¿Sabes? Me
fascina la mala reputación que tiene el vagar.
No sé si has caído en la cuenta, pero no es casual que vagar signifique, según el Diccionario de la
Real Academia, “estar ocioso; andar por varias partes sin determinación a sitio
o lugar, sin especial detención en ninguno; andar por un sitio sin hallar
camino o lo que se busca; andar libre y suelta una cosa, o sin el orden y
disposición que regularmente debe tener”. En el mismo infinitivo se sintetizan
los valores negativos de la improductividad, la desorientación y la
ambivalencia.
En el lado contrario, el del elogio del nomadeo como nutriente
para la inteligencia y la imaginación, fueron los primeros sociólogos y
antropólogos de la ciudad –mis siempre admirados chicaguianos, a quienes
siempre cabe regresar, a pesar de todos sus errores–, que advirtieron de las
virtudes del judío y del hobo –el trabajador ocasional que recorría los Estados
Unidos en busca de empleo– como representantes de la agilidad mental humana,
puesto que habían obtenido su habilidad para el pensamiento abstracto de las
virtudes estimulantes de la errancia constante. Como escribiera Robert Ezra
Park en 1923: “La conciencia no es sino un incidente de la locomoción”. Eso
aparece en una cosa titulada “El
espíritu del hobo: reflexiones sobre la relación entre mentalidad y movilidad”,
que era el prólogo para la primera edición de The
Hobo, el clásico de Nels Anderson, y que tienes en una compilación que
publicó Horacio Capel con textos de Park y que tituló La ciudad y otros ensayos de
ecología urbana (Serbal).
El paseante –en este caso, tu paseante– hace algo más que ir de un
sitio a otro. Haciéndolo poetiza el espacio que al mismo tiempo recorre
y produce, en el sentido que lo somete a prácticas móviles que, por
insignificantes que pudieran parecer, hacen de un territorio cualquiera el
marco para una especie de elocuencia geométrica, una verbosidad hecha con los
elementos que se va encontrando a lo largo de la marcha, a sus lados,
paralelamente o perpendicularmente a ella. El caminante convierte los lugares
por los que transita en una geografía imaginaria hecha de inclusiones o
exclusiones, de llenos y vacíos, heterogeniza los espacios que corta, los
coloniza provisionalmente a partir de un criterio secreto o implícito que los
clasifica como aptos y no aptos, en apropiados, inapropiados e inapropiables. En el fondo tu informante no deja de
ser una variante del famoso flânneur,
a quien sabes que Baudelaire y luego Walter Benjamin consagraron páginas
imprescindibles. Como sus herederas, la visita-excursión dadá o la deambulación
surrealista –variables espaciales de la escritura automática–, que advierten de
cómo las vanguardias artísticas encontraron en el merodeo una fuente de pruebas
de las molestias que –como escribiera André Breton– se toma el azar en
demostrarnos que no existe. Luego, desde finales de los cincuenta, los
letristas, Cobra y, por último, los situacionistas practicaron la deriva
psicogeográfica, que no era sino una modalidad de lo mismo. Artistas de los sesenta como Richard
Long, Tomy Smith o Robert Smithson llegaron a esa misma convicción de que
caminar era “pensar con los pies”, por usar una expresión de este último, y que
era posible convertir la actividad andariega en base para la especulación
formal. En su último periodo, a mediados de los setenta, el grupo Fluxus
propuso acciones parecidas: las free
fluxus-tours.
Mención especial merece la manera como esa misma inquietud por la
capacidad del paseo de suscitar emergencias está siendo recogida, desde 1995,
por las transurbancias del grupo Stalker, cuyos teóricos
mayores son Francesco Careri y Lorenzo Romito. El libro que te decía y del que
no recordaba el título es Walkspaces.
El andar como práctica estética (Gustavo
Gili). Me pareció en nuestra charla en el despacho que les conocías. El otro
día me escribía Anna Juan para pedirme la dirección de Francesco, porque
consideraba irse a Roma a trabajar con él. Es curioso, porque a Careri le
conocí en la barra de un centro social okupado cerca de Sagrada Familia y fue
medio por casualidad. Aparentemente, claro.
Bueno, el caso es que, como sabes, la gente esta de Stalker
plantea la exploración de los itinerarios, preferentemente por espacios
ambiguos y desterritorializados, de los que se me antoja que el Treberic sería
la apoteosis, más allá incluso de su valor como frontera real y alegórica entre
Pale y Sarajevo. Por
cierto, te conté que estuve con mi familia en Pale, ¿verdad? Bonita ciudad.
Nadie diría que… Volviendo a Stalker, lo que hacen es buscar son formas de localización de territori attuali, territorios
actuales, interpretando lo
actual en el sentido que
propone Foucault, no de aquello que somos, sino sobre todo de aquello en lo que
nos convertimos, lo que estamos a punto de ser, es decir lo otro, nuestro devenir otro. Y créeme, Pale es
“todo lo otro”. La actividad de Stalker consiste, en transitar entre lo que es
seguro y cotidiano y lo que es incierto, por descubrir, generando –te copio una cosa de su página
web– “una sensación de desazón, un estado de aprehensión que conduce a una
intensificación de las capacidades perceptivas; de este modo, el espacio asume
un sentido; por doquier, la posibilidad de un descubrimiento, el miedo a un
encuentro no deseado” (digilander.libero.it/stalkerlab/tarkowsky/tarko.html). ¿Sabes que participé en una experiencia parecida a las
del grupo Stalker? Me acuerdo perfectamente: fue con gente del Museu Nacional
d’Art Portàtil (MNAP), en 1996, con quienes practiqué una incursión
psicogeográfica por zonas abandonadas de la periferia barcelonesa, en
particular por los alrededores del nudo viario de la Trinidad y de La Mina. Un
día te cuento la de cosas raras que llegamos a encontrar.
Es que no me puedes negar que no hay cosa que se parezca más al Treveric que la Zona de “Stalker”, la película de la que toma su nombre el grupo
de Careri. Ya vi que conocías la peli de Andrej Tarkowsky, pero no estaría de
más que te hicieras con la novela en que se basa, que es Picnic al borde del camino, de Arkadi Strugatski y
Boris Strugatski, que tienes la novela publicada en español por Ediciones B. El
guión de la peli original, en francés, por si te interesa, está íntegro en Avant-scène cinèma, 427
(diciembre 1993). Vale la pena porque en la novela te explica que todo empieza
cuando unos extraterrestres aterrizan para hacer un picnic y que al partir
dejan abandonados unos misteriosos desperdicios que convierten el lugar en un
sitio portentoso y terrible, dotado de conciencia y al que se le debe temor y
respeto. Los stalkers son precisamente personajes que se aventuran a penetrar
en ese paraje en descomposición –la Zona– en que se encuentran desperdigados
los misteriosos despojos, algunos de reputadas cualidades mágicas. Tal y como
coincidimos, reconócelo: tu informante es un stalker.